Capítulo 9

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Enamorarse es perder el tiempo.
Siempre lo pensé. Siempre.
No amaba a Daniel, no al principio.
No quería ser su novia cuando le dije que sí. No lo quería, pero acepté porque sentí que debía hacerlo.
Al principio era extraño que los demás vieran como me besaba, o como tomaba mi mano. No me gustaba.
Pero unos días después, fue extraño, me sentía bien tomando su mano en público, me gustaba. La manera en la que me abrazaba era diferente, o así lo sentía yo, mucho más cálida y suave, podría dormir entre sus brazos el resto de mi vida. Dormíamos juntos a veces, pero eso era todo, sólo la ternura de sus brazos rodeando mi cintura mientras apoyaba mi cabeza en su pecho. Ternura y nada más. Hacía latir mi corazón. No hay mariposas en mi estómago, eso era realmente pequeño, habían águilas cazando.
No me gustaba sentirme así, no al principio, pero luego me acostumbré, y sin darme cuenta. Metí la pata. Hasta al fondo, y todo... porque me enamoré. Caí en la red.
Mis padres y sus padres lo sabían. Y les gustaba. Porque después de tanto tiempo logré que Daniel volviera a hablar con sus padres. No mencionaron a Diana en ningún momento, pero hablaron de como iban las cosas. Ya todos lo sabían. Nath, Lau, Oliver... todos.
Las clases nos tenían ocupados ambos, a veces, molestos, discutíamos sobre el tiempo, él era difícil y yo también, así que eran discusiones complicadas, pero como bien lo sabíamos, ambos nos necesitábamos, así que no nos manteníamos mucho tiempo en malos términos. Él me quería y yo lo quería a él. Había días difíciles, y otros no. Mi trabajo con las gemelas seguía, la biblioteca sólo había sido un trabajo de verano, aunque de vez en cuando iba a pasar un rato, no para ver a Daniel, solo para sentarme un largo rato, aunque rara vez leía algo. Me gustaba el lugar.

***

Faltaba una semana para que se cumpliera un año de la muerte de Diana. Mi estado de ánimo era bajo, y el de Daniel también. Se acercaba esa fecha horrible, y en mis pensamientos aún aparecía esa imagen. La imagen de aquel fantasma de cabello lleno de sangre y ojos vacíos, aquel fantasma que me había comenzado a perseguir en mis pesadillas.
Soñaba que estaba en su funeral y ella se levantaba del ataúd, usando el vestido rojo con el cual la enterraron, sus ojos no tenían ese brillo que la caracterizó, eran negros, completamente negros, y me sonreía, una sonrisa hueca. Luego se acercaba a mi y decia: "Felicidades, cuñada" luego reía de manera macabra mientras su piel comenzaba a deshacerse, su carne tomaba un olor putrefacto y se volvía polvo. Entonces despertaba. Alterada, histérica y con lágrimas corriendo por mis mejillas. Una noche que Daniel se quedó a dormir, y me desperté así, llorando, él me abrazó y cómo si hubiera leído mi mente dijo:
-Ella no está ahí, ya pasó.
Él no la había visto desde aquel día, no la vio con el cabello lleno de sangre, no la vio en el ataúd, la última imagen que él tenía de ella era la que yo quería tener, la chica activa y sonriente. No la chica muerta y de mirada vacía, o la chica tranquila y pacífica de ojos cerrados que jamás se abrirían.

El día llegó. Y estaba lista. Estaba lista para visitar su tumba. Un año, Diana, un año. No quería ir sola, y convencí a Daniel de acompañarme, no fue difícil, sólo me senté a su lado la noche anterior, apoyé mi cabeza en su pecho mientras él rodeaba mis hombros con su brazo y dije:
-No quiero ir sola.
-Iré contigo- dijo y suspiró.
Y ahí íbamos. En su auto. Camino al cementerio. A ver a una vieja amiga.
Fue un viaje silencioso. No había música en el estéreo del auto. Tenía un año sin oír a The Beatles. Ninguno decía nada. Él apretaba con fuerza el volante y yo cambiaba de mano la carta, la carta a Diana.
El lugar era más deprimente que la última vez. Había unas pocas personas visitando la tumba de sus seres queridos, así que estaba algo solo el lugar. La sombra de los árboles era tranquila, al igual que el suave viento que soplaba. Tranquilidad y muerte. Dos cosas que van bien de la mano. Caminábamos y de repente ahí estaba. Su tumba. Había flores recientes. Margaritas. Sus favoritas. ¿Quién las habría dejado?
-Diana- susurró Daniel.
Lo miré un segundo, y luego ambos nos quedamos en silencio mirando la tumba de Diana. No pude evitar llorar, Daniel me abrazó con fuerza mientras lo hacía. La habíamos perdido. Aún se sentía muy doloroso.
La extrañaba demasiado.

Después de un rato dejé la carta sobre su tumba, no me importaba si alguien más la tomaba, o si la lluvia la dañaba. Se la había llevado y eso era todo lo que quería.
Daniel y yo volvimos al estacionamiento. Ambos estábamos cansados y queríamos volver al departamento, pero frente al auto de Daniel había un chico y parecía que nos esperaba. Era alto como Daniel, pero mas delgado, tenia el cabello café oscuro y usaba una camisa gris, jeans y tenis. Nos acercamos a él y sonrió.
-¿Lena?- me preguntó mirándome, tenía un extraño acento.
-Sí, ¿quién eres tú?- pregunté confundida y Daniel tomó mi mano.
-Soy Marcos, el novio de Diana- dijo y lo miré sorprendida.
¿¡Diana tenía novio!? ¿Cómo no lo supe? No podía ser posible, ella me contaba todo. O eso pensaba.
-Diana no tenía novio- aclaró Daniel.
-Nunca lo dijimos, solo una persona lo sabía. Verán, soy italiano- dijo. Eso explicaba su acento-. Vivo, estudio y trabajo en Roma, conocí a Diana por un amigo que vive acá y estudiaba con ella. Nos hicimos amigos y nos enamoramos. Pero todo a través de la computadora o el celular; verán chicos, Diana y yo manteníamos una relación a larga distancia, teníamos seis meses juntos y yo estaba planeando venir, fue entonces cuando el accidente ocurrió, mi amigo me contó y en seguida vine, estuve durante su entierro, iba a hablar contigo Lena, pero saliste corriendo, y no podía luego porque tenía que volver a casa. Lo siento. Debí contactarte antes. Pero estaba ocupado.
Estaba estupefacta. Diana no me había dicho nada, pero entendía porque, ella sabía lo que yo pensaba del amor y sabía que, sí me decía que tenía una relación a distancia yo le diría que perdía su tiempo, y ella no hubiera querido eso. La entendía, pero aún así me sorprendía.
-¿Las margaritas son tuyas?- pregunté y asintió.
Daniel se mantenía en silencio. Tan sorprendido como yo.
-La amaba. De verdad la amaba. Quería hacer el resto de mi vida junto a ella y estoy seguro de no querer eso con nadie más. Y de verdad me duele aún lo que pasó- comentó Marcos.
-Me doy cuenta. Gracias por todo- respondí y él sonrió.
-Espero verlos en otra ocasión. Hasta luego- se despidió.
Había secretos que se llevaban a la tumba. Y el de Diana había sido Marcos.

***

Dos meses después todo seguía igual. Daniel y yo juntos, haciéndonos bien y mal mutuamente, Diana muerta, estudios, trabajo y ya. No había vuelto a hablar con Marcos. Y eso era todo. Normal.
Una noche mientras Daniel y yo veíamos una película en su departamento, su celular sonó y él contestó, luego se levantó y se quedó en la cocina hablando por cinco minutos. Tenía una extraña sensación en el pecho.
Daniel volvió y su rostro tenía una expresión de confusión.
-Parece que uno de mis profesores envío una carta de recomendación, y tengo una beca para estudiar literatura en Nueva York- dijo. Dolió. Dolió demasiado.
-¿Te irás?- pregunté y comencé a llorar. Jamás creí actuar así.
-Sólo si tu quieres- dijo abrazándome.
-No. Pero es tu sueño. Debes hacerlo- dije entre llanto.
-¿Qué hay de nosotros?
-Tendremos que dejarlo acá.
-No iré- insistió levantándose.
-Tienes que ir.
-No, Lena, no iré.
-¡Es tu sueño! No puedes renunciar a tu sueño por mí, luego me odiarás por ello- me levanté furiosa.
-No te voy a dejar, Lena- se acercó a mí y tomó mi rostro entre sus manos, acariciando mis mejillas con sus pulgares.
-¿Y dejar tu sueño?- pregunté cerrando los ojos, sintiendo su tacto.
-Por ti, haría lo que sea- dijo y me dio un corto beso en los labios.
-Te amo- dije en susurro.
Nunca pensé decir eso de aquella manera... Nunca digas nunca.
-También te amo- dijo y lo besé.
Lo besé con fuerza y sin importar como podría acabar.

Cuando desperté lo primero que hice fue mirar frente a mí, Daniel dormía tan tranquilo que no quería molestarlo, tenía una ligera sonrisa.
Ya estaba decidido. No había vuelta atrás.
Desayunamos juntos, pasaríamos el resto del domingo juntos. Paseamos un rato y a cada rato me abrazaba dándome muchos besos rápidos y repetía "te amo". Se sentía tan irreal, quería congelar el tiempo. Quedarme durante aquella perfección de sonrisas y "te amo" pero no podía. Así no era la vida real. El amor era difícil.
Volvimos a mi apartamento en la noche después de cenar.
-Daniel...- dije con voz débil y él me miró.
-No, Lena, ya dije que no- tenía esa habilidad de leer mi mente. Como telepatía.
-Por favor- comencé a llorar. De nuevo.
-Lena. NO.
-No me hagas esto.
-¿Hacerte que?- exclamó-. Tú eres la que me hace daño pidiendo que me vaya.
-¡Es por tu bien!- exclamé.
-Mi bien es estar contigo.
-No, Daniel...
-No- me interrumpió-. Después de todo por lo que pasamos ¿quieres que me vaya?
-¡Claro que no! Te amo y quiero que te quedes, y porque te amo es porque quiero que vayas por tu sueño.
-No lo haré, Lena. Mi sueño es quedarme contigo.
-Terminamos- lo interrumpí.
-¿Qué?- me miró sorprendido y dolido.
-Terminamos- repetí.
-Bien. Si tanto quieres que me vaya. Me iré- salió del departamento y se llevó mi corazón con él.
Lo amaba y solo por eso lo había hecho. Si amas algo déjalo ir ¿no?
Él no volvería. Pero mientras cumpliera su sueño todo estaba bien, todo menos mi corazón.

Para Siempre JovenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora