Traumas

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— Una cerveza por favor —espetó el muchacho de tez pálida con un tono de  voz ronco.

— Va marchando una cerveza —respondió el cantinero con voz monótona y indiferente—

La humedad abrumaba, el calor sofocaba, esto era algo común en los calmos llanos del este de Colombia, sin embargo el panorama se veía inquietante las nubes se veían color plomo, señal de que en cualquier momento un diluvio  caería sobre el pueblo. El pálido Heurengio bebía de una deliciosa cerveza en la rústica y desgastada taberna situada a orillas de la pantanosa cuenca del Orinoco. Heure vestía un pantalón ajustado color marrón, una camiseta negra y una chaqueta de cuero que protegía su delicada piel.

El muchacho bebía de a sorbos, refrescando su estómago de a poco, le esperaba una larga y pesada travesía, debía seguir caminando en dirección al norte, debía buscar alguna profesión que le permita vivir unas cuantas décadas. Su barriga rugió con ferocidad, Heure acercó su blanca mano al cuenco tallado repleto de maní, abrió su boca y la luz del sol se refractó en sus colmillos fulgurantes. No fue una acción planeada, justo el cielo se agrietó y dejó pasar un pequeño rayo de luz, ese pequeño y insignificante rayo de luz inició la fatigante pesadilla...

— ¡Es un vampiro! ¡bestia de Satán arrepientete ante Cristo por nacer! —vociferó fuera de sus cabales el campesino que sostenía una cerveza y emanaba olor a licor—

— tranquilo amigo, no soy un vampiro, sólo que tengo los colmillos largos...—comentó el muchacho mientras su corazón se aceleraba.

— ¡afirmalo ante la cruz, ser del pecado! ¡muchachos aquí hay un vampiro! —exclamó el campesino con gran terquedad.

Heurengio, no quería hacerlo, no tenía porque, sólo eran campesinos emborrachados ¿Qué mal pueden hacer? Entre reflexiones recordó aquella tétrica noche en el elevado antiplano boliviano, viajaba con una caravana de comerciantes de telas... todo iba relativamente tranquilo, hasta que sucedió lo que sucedió, se estaba acabando la comida y el agua. La discordia se esparció cómo la polvora entre los fatigados y somnolientos viajeros, hasta que descubrieron lo que Heure era, un vampiro. Cuando la gente descubre la identidad de estos seres a los vampiros no les queda nada más que luchar por su vida y asesinar a cuántas personas sean para estar seguros... después de todo la gente piensa que para estos seres no hay salvación, Dios los dejó de lado y se enamoraron de Satán, después de todo los vampiros son sólo monstruos y no tienen sentimientos ¿es esto cierto? No, todo ser vivo tiene la capacidad de sentir... y Heurengio no quería más esta condena llamada "ser un vampiro" no quería asesinar más gente en vano, quería salvar su alma y su conciencia de los cansadores vestigios del pasado.

Pero ahí estaba, una vez más, soñando con ese fatídico día, soñando con esa fatídica región, con las encharcadas calles de ese pueblo perdido en la cuenca del extenso y fértil Orinoco, ahí estaba, una vez más rememorando la oscura noche en que Dios lo abandonó sin motivo aparente...

El haber soñado aquella pesadilla no fue una casualidad, tristemente Heurengio hizo algo muy oscuro, hizo algo muy tenebroso, algo de lo que se arrepentiría hasta que la muerte se lo lleve. El rumor de un vampiro en el pueblo perdido creció en unos minutos, ya habían llamado al ejército ducal y este no tardaba en llegar, Heurengio se envolvió en  una peligrosa situación, o lo mataban a él, o él mataba a todos. Heurengio desenfundó su filosa espada con cautela, la decisión ya estaba tomada, se acercó al prejuicioso borrachín, el borracho comenzó a sudar de miedo, pero el vampiro no podía detenerse, era él o ellos. La espada penetró el cuello del borracho y la sangré se escurrió, ahí fue cuando Heurengio logró despertar de las crueles pesadillas que lo envolvían cada maldito día, con el cuerpo sudado pronunció (Por favor alguien salve mi alma) No hay remedio para un alma condenada ¿o sí?

Idilio LóbregoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora