Brunno, el recluta inmaduro

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— ¡Brunno! —gritó Heurengio al ver al guerrero que acolarraron los zombies—

— ¡tranquilo jefe! ¡saldré de esta! —gritó el pelinegro—

Brunno empezó a luchar con más fiereza contra la hambrienta y hedionda horda, pero lo único que conseguía era que esta lo aleje más de sus compañeros, sí seguía luchando cómo lo estaba haciendo iba a ser devorado en unos pocos minutos, así que decidió realizar lo que más sabía hacer, improvisar.

Por eso se acercó hasta una edificación, la estructura constaba de dos pisos. la planta baja estaba recubierta de ladrillos de piedra, poseía un cartel que tenia dibujada una forja, por lo que Brunno razonó que esto sería una herrería.

Entonces Brunno entró a la herrería a través de la ventana, lejos de huir y resguardarse con una sonrisa de coraje y valentía le dijo al herrero
"prende la forja

— señor ¿está seguro que no quiere resguardarse aquí? —preguntó el herrero—

— Óigame bien, yo soy Brunno Sancarls-Bonnétage, mercenario recluta de la campaña de Heurengio, y créeme que yo no soy un chico que quiere refugiarse y ver cómo sus compañeros mercenarios caen victima de estos fétidos zombies  —dijo con cierto tono altanero el muchacho—, prende la forja así liberamos tu pueblo de esta invasión maléfica —agregó—

El herrero prendió la forja y Brunno hundió su espada allí, la mantuvo unos cuantos segundos y luego la sacó con ligereza, a penas la quitó salió por la ventana y empezó a lidiar con las bestias de la muerte.

— ¡espera muchacho! ¡la espada se arruina si es quemada!  —gritó el herrero—

A Brunno esto poco le importó, siguió batiendo su espada de izquierda a derecha, de arriba hasta abajo. La espada ardía y el fuego se reflejaba en los ojos del moreno. Eran ojos negros, profundos, y indescifrables, el misterio inundaba la mirada de este muchacho, pero la sonrisa lo delataba, estaba planeando algo épico.

Brunno destrozaba con sólo un tajo a los zombies, pues la piel de estos ardía y se descomponía más rápido con el fuego, el moreno se movía ágilmente entre los huecos de la horda y con gran presteza se acercaba a la hueste. Todo parecía salir bien pero no, la espada se fue apagando, y con el fuego extinguido la espada quedó inutilizable, ahora ni podía cortar una manzana.

— ¡mierda! —vociferó el moreno—

— quédese quieto recluta Bonnétage, allí vamos por usted —pronunció Don Pedro—

— ¿cómo quieres que me quede quieto sí estoy en medio de la podredumbre? —espetó el joven.

— la calma hace al soldado recluta Bonnétage, sin calma no hay sigilo y sin sigilo eres presa fácil —murmuró Pedro—

— hay que entender a Brunno, Pedro, recuerda que él es muy joven y inmaduro —exclamó Heure.

— en la guerra no hay tiempo para las inmadureces Heurengio, en un espadazo se te puede escapar la vida —espetó Pedro decidido.

La hueste se abrió paso sobre el pestilente bosque de zombies, al joven Brunno no le quedaba otra, tuvo que dedicarse a propinarle puñetazos a los muertos vivos, era su única salida.

Con gran esfuerzo la hueste logró llegar hasta el muchacho y este se refugió entre los fuertes mercenarios.

Cómo los zombies que quedaban se contaban con los dedos los guerreros lograron asesinarlos a todos, pero ya se acercaba la noche, entonces decidieron descansar en la ciudad.

La cuarentena había acabado, y Heurengio se dirigió a una cantina, un juglar llamado Dionisio cantaría esta noche.

La cantina lucía rústica, era completamente de madera y tenía retratos de varios hombres en sus paredes, según los lugareños ellos eran famosos pescadores de Cumaná.

El juglar entró, era un tipo con la nariz roja y pelo castaño, su barriga era grande, era barriga de licores y vinos.

— Buenas noches a todos, soy Dionisio, un trovador que proviene de la cuenca del Orinoco, hoy voy a recitar un poema muy poco conocido, un poema que lo escribió un sacerdote romano al pisar las inmensas llanuras de Norteamérica y observar la belleza del mirasol. El poema canta sobre los girasoles... empecemos.

En Grecia una ninfa se enamoró del sol
Era Clytia, quién amaba locamente sólo a Apolo, el Dios sol

Ay Clytia, llora el cielo por tu amor no correspondido
Ay Clytia, llora sola porque el sol no ha respondido
Ay Clytia, lloran las ninfas por el amor  no correspondido.

Clytia, amante del sol
Clytia, amante del calor

Se convirtió en girasol, para no perder de vista a su amor
Se convirtió en girasol, para estar siempre cerca de su amor...

Heurengio sinceramente no estaba prestando atención al tema, estaba intentando descifrar su sueño ¿Qué le estaba pasando? ¿Porqué estaba teniendo pesadillas sí todo estaba saliendo bien últimamente? ¿Será el fantasma de Miroslava implorando que no la olvide?

Pero detrás de todo eso aquella pesadilla solo tenía un significado, el miedo que significa perder a un ser querido más, en su corazón no cabía espacio para una  nueva ausencia.

Luego de escuchar algunas canciones del juglar Heure alquiló una posada y durmió, al día siguiente se juntó con su ejército y partió a Caracas nuevamente.

En Caracas Heurengio se juntó con el duque aquél castillo estaba ubicado en las afueras de la capital del imperio, entre dicha ciudad y La Guaira, no era muy grande, a pesar de ser un castillo este no era el hogar del duque, su hogar era una residencia de un kilómetro de longitud en Maiquetía.

— Ujumm, ¿así que has vencido a los zombies no? —exclamó el duque.

— Sí vuestra merced, pero no descarto la idea de una epidemia —respondió Heure—

— ustedes salvaron una curia y erradicaron una horda, del resto nos encargaremos los nobles... verás la situación con los merideños pudo ser controlada, el duque de Barquisimeto frenó el avance del Imperio de Cartagena y a los enemigos no les quedó otra que firmar paz blanca —explicó el noble sonriendo—

— eso es muy bueno, un problema menos —expuso el vampiro—

— Sí... sin embargo nos quedamos sin socios comerciales y desconfiamos de nuestros vecinos, es por eso que hemos enviado comerciantes a los reinos lupercianos.
— Y además necesitamos construir una muralla de 420 kilómetros de longitud y 30 metros de alto desde San Carlos a Maracaibo. Pero para construir la muralla necesitamos manos de obra, y tú ejército nos parece muy buena mano de obra barata —dictaminó el duque—

— ¿de cuantas monedas de oro estamos hablando?

— 5.000 monedas al mes por soldado y 30.000 para ti ¿aceptas la misión? —espetó el duque.

— trato hecho, acepto la misión

Idilio LóbregoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora