Capítulo 8

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Aaron García

Me observo en el espejo con el traje puesto para el cumpleaños de Sofía Miller. 

Supongo que me veo bien. O eso espero. 

Floto las manos sobre mis mejillas para tratar de saciar la neutralidad y definitivamente no funciona, así que solo suelto un suspiro cansado y me coloco un poco de perfume.  

Apago la luz de mi cuarto y comienzo a bajar las escaleras porque Miqueas me avisó que ya estaba listo y se dirigía a nuestro punto de encuentro. 

Miqueas, Miqueas, Miqueas, Miqueas... su nombre suena tan particular. 

Ay... qué mierda de sensación. 

Al llegar a la sala, veo a mi abuelo junto a un libro y a mi abuela tejiendo, a veces es al revés. 

Se percatan que bajé y suben su vista a mi dirección. 

Mi abuela analiza detenidamente mi vestimenta comenzando a sonreír. 

—Ulala... ¿por qué tan guapo? 

¿Guapo? 

—Sí Bella, así era yo de joven... pero sin ojos verdes —dice mi abuelo mirándome modestamente.

—Sí Sebastian, igualito —la mujer me mira y alza las cejas deleitando ironía. 

Escondo mis labios marcando una sonrisa y me acerco para saludarlos. 

—Pásatela bien y llama por cualquier cosa ¿sí? 

Asiento dirigiéndome a la puerta. 

Una vez afuera, comienzo a caminar hacia la calle 7. 

Al llegar, espero hasta que siento unas manos sobre mis hombros firmemente, al instante siento su aroma y su intento de asustarme solo se limitó a sobresaltarme ligeramente. 

—¡Aaron! —exclama al voltearme. 

Me mira de arriba abajo varias veces con dedicación. 

—Mmm, tienes algo nuevo... —afirma observando todo mi rostro—, okey lo tengo... ¿Te diste un baño?  

Alzo mis cejas para luego fruncirlas. 

—¿Tú crees? —pregunto con sarcasmo y empiezo a marcar pasos hacia la calle 8. 

Miqueas llega a mi lado y su mirada intensa me obliga a tragar saliva. 

—Wow... hasta tienes la corbatita y todo... Je, me encanta, tienes las mismas zapatillas que yo. Pues no te ves nada mal Aaroncito. 

¿Aaroncito? 

—Ahora mírame a mi... —ordena adelantándose unos pasos en donde se para derecho y espera a que lo visualice por completo. 

Lleva puesto un traje azul Francia, sin corbata, con camisa blanca la cual tiene los dos primeros botones desabrochados y zapatillas Nike igual de blancas.  

Su cabello se encuentra perfectamente peinado a su estilo y su perfume llega hasta aquí. 

Mi suposición de que es muy dedicado a su imagen comienza a dejar de ser solo una suposición. Y, por lo que se ve, también es muy narcisista, qué gran coincidencia. 

Pero seria igual si me viese como él.

—Oye, límpiate aquí, se te cae la baba —señala su comisura junto a una sonrisa burlona—. Sé muy bien que me veo súper irresistible, no hace falta que lo digas. 

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