Aaron García
Apague la alarma al segundo de escucharla y quede viendo el techo blanco un instante.
Tuve que obligarme a levantarme para continuar con la primera parte de la rutina. Lo único satisfactorio fue mirar la biblioteca inmensa que me hizo mi abuelo y aunque seguía con indudable sueño, busque un título que me llamará la atención para leer más tarde.
Con el libro en mi mochila, baje para desayunar y por la costumbre que ya tienen impregnada mis abuelos, siempre están despiertos desde las siete de la mañana. Mi abuela me espera con un té y su sonrisa tierna.
Es una mujer de sesenta y tres años con una contextura medianamente delgada, raíces blancas las cuales tiñe de castaño claro, líneas de expresión contorneando sus ojos marrones claros, nariz redonda, labios finos y contorneados, pómulos marcados y un aroma que simplemente invita a ir abrazarla todo el tiempo. Además, cocina tan bien hasta el punto de ponerte de buen humor cada que sietes la nube gris sobre ti.
Me siento junto a ella y el abuelo, papá salió aparentemente apurado y nos saludó severamente, trabaja en una empresa donde su jefe se apellida Miller y se encarga de organizar y verificar si las cosas se encuentran bien, o eso creo.
Mi abuelo se encuentra atentamente haciendo sopas de letras junto a sus anteojos, es un gran aficionado a ese hobbie, pero no tanto como la lectura.
Al terminar el desayuno, me encamine a la escuela pensando el razonamiento que habrán sentido los adultos cuando decidieron que era buena idea hacernos madrugar para educarnos.
Lo seguí pensando cuando terminaron las clases y caminaba por el mismo camino de ayer para llegar abajo de ese bonito puente mientras sentía con un poco más de intensidad la brisa otoñal.
Busque el mismo banco que el día anterior, saque el libro de mi mochila y comencé a leer.
Completamente sumergido en las letras, sentí como una pulsada incomoda recorrió mi espalda, la sensación se me hizo familiar y el perfume también. Saque mi vista de las páginas y la dirigí al chico rubio que esperaba silenciosamente de pie, al lado del banco.
Ricitos de Oro.
—No me voy a ir —dijo, tajante.
—Yo tampoco —dije y volví al libro.
El chico bufó llevando sus manos a su cabellera y cuando pensé que se iba, solo se estaba sentando sobre los escalones.
Su presencia sigue siendo incomoda, ¿por qué no se fue? Me iría, pero en primera: llegue primero y segundo: la primera razón es un argumento tan valido que no necesita tener un segundo.
—Me llamo Miqueas... —dijo después de carraspear.
Fruncí ligeramente el ceño al volver mi mirada a él.
—¿Cómo te llamas?
¿Está tratando de socializar?
Se me es algo incoherente la verdad, luego de ser muy idiota y dirigirse a mi como si le tuviera miedo no es un gran inicio.
El tal Miqueas rasca su nuca y vuelve a carraspear.
Trago saliva y oigo en mi maldito interior que no tendría que emparejarme a la idiotez de nadie.
—Aaron —respondí y los ojos marrones del chico me visualizaron.
—Okey Aaron... —asintió levemente antes de bajar la vista al suelo—. Disculpa por ser un idiota contigo... no sé por qué soy así... —murmuró lo último bajo una tonalidad prudentemente culpable.
—Da igual. —Me escuche decir.
Miqueas hizo una mueca.
—Eso quiero creer.
Nos miramos por un gran momento que al principio estuvo bien, pero cuando nos dimos cuenta que la mirada fue larga, se volvió incomodo.
El chico de cabellos dorados inhalo aire y se levanto de los escalones.
—Pues bien... —se rasco atrás de la oreja mirando al suelo—, me tengo que ir... —creo que esperó alguna respuesta, pero solo asentí—. Luego hablaremos.
Subió los escalones hasta llegar al suelo liso y se detuvo, mediante la confusión de su acción el chico buscó mi mirada.
—¿Volverás mañana? —La pregunta me tomo con sorpresa, lo que causó que alzara las cejas y viera como tragaba saliva.
—Probablemente. —Termine de responder.
Miqueas asintió y se marchó.
Siento como una sensación extraña se posesiona en mi estomago y no sé si es a causa del chico, pero en realidad no me interesa del todo... da igual.
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Norte & Sur
RomanceSon auténticos polos opuestos porque ni siquiera los libros y el chocolate coinciden; o la antipatía y la coquetería; o la inocencia y la depravación. Aunque, a lo mejor, las confusiones y las inseguridades puedan tener que ver. Pero, siendo claro...