Un Hombre Lobo

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Aquel incidente de la taza no sería el único para la mala suerte de la familia, una tarde en que Peter quiso salir a jugar con el resto de sus hermanos al granero encontrado no muy lejos de la mansión, Tony lo castigó por dejar todos sus libros tirados en el suelo. El pequeño bufó y reclamó diciendo que no había sido su culpa, quizá Harley para que no pudiera ir con ellos. Como fuese, Peter no tuvo más remedio que arreglar sus libros traídos, algunos cómics en el medio, arreglándolos una vez más como le gustaban.

—¡Ya están! —gritó a voces por Tony para que revisara, asomándose por la puerta.

Cuando se volvió, sus ojos quedaron abiertos de par en par, porque los libros de nuevo estaban en el suelo como si no los hubiera arreglado. Escuchando los pasos de su padre, corrió a recogerlos de nuevo, dejándolos en su lugar no tan ordenados como la primera vez, pero a tiempo cuando el castaño entró, mirando que todo estaba tal cual lo había pedido.

—Bien, ya puedes irte y que no se repita, Peter.

Tony se marchó, dejando a Peter aliviado, girándose sobre sus talones para buscar su mochila con una cámara y golosinas prometidas a María. Al volverse, dejó caer la mochila porque los libros estaban de vuelta en el suelo. Imposible. No podían haberse caído con él ahí sin escucharlos hacerlo. Algo inquieto por lo que acababa de ver, el niño tomó un libro y lo puso en el estante. No tuvo que esperar mucho, el libro cayó como si una mano lo empujara desde adentro. Peter tomó su mochila para echar a correr, sin comentarle a nadie sobre lo que sucedió, cuando volviera, los libros y cómics estarían tal cual los había dejado por primera vez.

Steve tuvo que quedarse en el centro de Shelby por una repentina lluvia que inundó el paso hacia la mansión, por lo que el castaño se quedó a solas con sus cuatro hijos preparando cena y jugando a las escondidas cuando terminaron antes de ir a la cama. Fue el turno de Harley para contar, quedándose en la parte superior que subía al ático, pegado a una pared contando mientras el resto corría a esconderse.

—¡Tres! ¡Dos! ¡Uno! ¡Listos o no, allá voy!

La sonrisa de Harley se quedó congelada al volverse, porque las luces del pasillo donde estaba contando de pronto comenzaron a titilar, apagándose una a una desde el fondo que daba a una ventana en dirección hacia él. El niño negó, girándose lentamente hacia las escaleras cercanas con un vistazo por encima del hombro al alcanzar el pasamanos justo cuando las luces se apagaron más rápido como si fuesen a envolverlo en las tinieblas. Harley jadeó, bajando a toda prisa para echar a correr, olvidándose de buscar al resto, si bien se tropezó con Morgan que no se estaba escondiendo.

—No dijiste nada de dónde andabas, lo debes gritar, haces trampa —se quejó la pequeña.

—Am... ¡te tengo!

El juego se acabó con todos los niños dormidos, curiosamente habían pedido quedarse todos juntos, compartiendo cama para sorpresa de Tony. La vez que a María le tocó el acomodar las sillas del comedor luego del desayuno, tuvo la experiencia de verlas sobre la mesa cuando se dio media vuelta para llamar a Steve y que comprobara que había hecho sus deberes. María se sorprendió, no entendiendo cómo eso había sido posible, bajándolas y acomodándolas de nuevo, asegurándose de que en verdad las estaba dejando metidas debajo de la mesa.

Una de ellas se arrastró como si algo la jalara.

La pequeña echó a correr entre gritos, contándole a Steve sobre el incidente. Desafortunadamente cuando el rubio fue a revisar el comedor, se encontró a Peter y Harley jugando con las sillas, atándoles hilos para asustar a las dos niñas. Atrapados en la travesura, eso se confundió con el incidente de María, quien de todas formas no pudo encontrar explicación al primer fenómeno, porque definitivamente no había forma en que sus dos hermanos hubieran subido las escaleras de golpe sobre la mesa sin que ella lo hubiera notado o sin hacer nada de ruido.

Entre los lobosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora