1 de Mayo

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Diez céntimos. Un vaso de hielo. Para dos. Compartir fría cafeína antes de la jornada laboral. Mi café ya impregna los cubitos mientras separo tu vaso, esperando que lo llenes con tu propio café. Y entonces, lo recuerdo.

Recuerdo que hoy no vas a llegar, ni tampoco, en los días que vendrán. Alzo mis ojos y observo a mí alrededor. Todo sigue igual, todo sigue su curso, nadie se ha dado cuenta del silencioso estruendo que siento en mi pecho y aprieta mi corazón.

Tras dos meses, la incredulidad sigue apoderándose de mí, al igual que la tristeza y la rabia. Rabia con el mundo, por seguir girando cuando tú ya no estás. Rabia con esa maldita enfermedad que llega sin avisar y lo arrasa todo, sin darte tiempo a asimilarlo.

Y quiero llorar pero no puedo. Sigo atrapada en mi burbuja y tengo miedo de lo que pueda pasar cuando explote. Aunque sigo teniendo la esperanza de que todo sea un mal sueño y acabe despertando.

Pero ahí sigo, con los dos vasos con hielo en mis manos mientras los recuerdos duelen. Mucho. Pero, al mismo tiempo, son maravillosos porque en todos ellos, tú siempre sales sonriendo, Pablete.

Y los dos vasos con hielo se convierten en uno solo, y sonrío con nostalgia imaginando, como si fuera una niña, que estás observando desde dónde quiera que estés y no te gustaría verme así de triste.

Así que alzo mi café y rezo para mis adentros: "Va por ti, amigo". Porque son esas pequeñas rutinas las que hacen tan especiales a ciertas amistades.

Melancolía ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora