Encuentros Funestos

6 2 0
                                    

El lamentarse y gemir,
los llantos y los suspiros,
fueron aplacados;
y con ellos el horrible palpitar
del corazón.
¡Ah, ese horrible,
horrible palpitar!

Mi espíritu atormentado
descansa blandamente, olvidando,
jamás añorando sus rosas;
sus viejos anhelos
de mirtos y rosas.

Para Annie

Edgar Allan Poe

Fatídica noche de intensos terrores que me acompañaron a la luz de una luna clara y cielo estrellado. De las profundidades del infierno una criatura con el rostro de divina belleza, cual ángel caído del cielo me arrancó el corazón, consumió mi alma y me guió hasta la muerte más agónica.

Dicen que en tus últimos momentos de vida la ves pasar ante tus ojos pero detrás de mis parpados cerrados mientras el dolor más atroz se apoderaba de mis miembros y penetraba hasta mis huesos solo reproducía cada momento con él en buscaba de las señales que no había logrado ver. Cuanto lamento ahora esa primera noche cuando ignorante a mi funesto destino caminaba tras un día como cualquier otro, consumida por la monotonía en la que hacía mucho se había convertido mi vida y llamada por la belleza de aquel rostro que salió de entre las sombras me detuve, no más que pocos instantes, pero solo eso bastó para sellar mi condena. Con una voz que solo pude comparar con la dulzura de los ángeles y palabras igualmente dulces que me sedujeron. Le dejé hablarme al oído y mirarme directamente a los ojos. Le conté cada uno de mis secretos y creí cada una de sus mentiras. Le dejé entrar a mi vida y le abrí las puertas de mi casa. Sentía como si yo misma hubiera empuñado el cuchillo que se deslizaba por mi cuerpo ahora frío.

¿Qué pecado cometí cuyo costo fue mi vida? ¿A qué dios ofendí tan cruelmente como para ser maldita de tal manera? ¿Cómo es que mi vida terminó a las manos de una criatura tan perversa como para convertir mi cuerpo en blasfemia?

Y odio la idea de que pudiera no solo robarme mi alma y profanar mi cuerpo, sino tener el poder de cuestionarme y odiarme a mi misma en mis últimos momentos de vida. Después de todo había depositado mi confianza y tendido mi mano a quien me sometió por la fuerza en la misma cama en la que me creía segura y en la que ahora yazco sin vida.

Me convirtió en un despojo de lo que había sido. Yo que había basado mi vida en romper las ataduras que la sociedad había impuesto a mi género. Había gritado y llorado

por hermanas que no llevaban mi sangre pero si mi corazón. Y al final, mi lucha había llegado a terminar abrupta e irónicamente desgarrando mi garganta, quemando mis cuerdas vocales entre gritos de auxilio a odios sordos. Me convertí en una más a la que llorarían y gritarían en las calles pero que sería olvidada.

Esta vez fui yo la que sentí como sin compasión puso en mí su peso, sus manos en mi cuello y sus palabras en mis oídos. Palabras que me hundieron por el peso que cargaban. Una verdad que dolía más que el puñal que clavaba en mi pecho. Palabras llenas con la realidad que hacía mucho yo misma gritaba pero que como él bien sabía la sociedad aún se niega a aceptar.

Soporté los minutos que parecieron alargar mi sufrimiento pensando que cuantas otras habían perecido de igual manera. Derrame lagrimas de dolor por mi y aquellas que me presidieron ante un ser incapaz de sentir misericordia. Chicas que habían sufrido un destino tan cruel como el mío o incluso peor. Me pregunté entonces entre lágrimas cuantas sufrirían después de mí.

Quisiera decir que mis últimos minutos fui valiente, pero estaría mintiendo. Lloré y rogué, dejé de luchar con la esperanza de que aquello acabara pronto y yo pudiera seguir con vida. Cerré mis ojos y me imaginé en algún lugar feliz y dejé que mi cuerpo en el plano terrenal sufriera. Entendí entonces que no todas podemos ser valientes, que nadie llegaría a entender aquel sufrimiento ni la miseria que vendría después si lograba salir con vida.

Estaría condenada no solo a vivir con el recuerdo del toque de sus manos, el sonido de su respiración y el olor tan peculiar de su aliento. También tendría que escuchar una y otra vez preguntas de jueces que ignorantes a mis sufrimientos se creerían capaz de valorar mis reacciones, mi conducta y mi vida hasta ese momento e incluso después de él. Sin embargo, resultó que como muchas antes de mí, perecería ante él. Pero sobre todo ante una sociedad que utilizaría mí historia para aterrorizar a las niñas, sería yo y no él el monstruo que atormentaría sus noches y no le daría paz a sus sueños. Yo, que yazco inmóvil, la historia de terror que le contarían sus padres y ellas a sus amigas. Me convertiría en un número más, quizás sin nombre, quizás sin rostro. Quizás incluso me perdería entre otras tantas como yo. 

Me vi, en el espejo de las que habían sido juzgadas antes de mí y mi vida sería mirada desde el cruel e injusto microscopio de la comunidad cuyo género gobernaba y oprimía. Mi madre lloraría por mí, pero ella misma me culparía por tal final. Mis amigos se lamentarían algunas noches pero mi recuerdo se desvanecería con la misma facilidad con la que lo hacía mi vida.

Él, tomaría de mi cuanto quisiera, mi cuerpo o simplemente mi carne serían suyos porque así lo había querido. Porque en este reino él era el rey y yo no más que una esclava con la que saciar sus deseos. Me sentía desfallecer, mi pulso volverse cada vez más lento, el aire abandonar mi cuerpo tras la fuerza de sus manos y el desgarre de su cuchillo en mi carne. Pasé en minutos de ser humano a solo espíritu. Aquella cosa pálida y fría ya no era yo. Solo un cascaron vacío que saciaría su hambre por esta noche.

Entonces miré a los ojos a la muerte momentos antes de morir y no eran oscuros como siempre había pensado. Eran azules y cristalinos. Ovalados pero también rasgados, característica de cualquier felino. Escuché el sonido agudo con el que intentaba acallar mis gritos cada vez más bajos. Para cualquier otro aquel espectro no era más que un gato de níveo pelaje. Para mí, que ahora he pasado al plano de los espíritus reconozco a la criatura que se esconde tras tan elegante disfraz.

Comprendí que es fácil esconder un cuerpo cuando a nadie está buscando. Cuando eres la culpable de tu dolor y tu miseria a los ojos del mundo y acompañada por la oscuridad de la noche y el viciado aroma de la sangre humana.

Cerré los ojos y caminé directo hacía las tinieblas.

Pesadillas De MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora