Recuerdos De Épocas Felices

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Hace de esto ya muchos, muchos años,
cuando en un reino junto al mar viví,
vivía allí una virgen que os evoco
por el nombre de Annabel Lee;
y era su único sueño verse siempre
por mí adorada y adorarme a mí.

Y por eso, hace mucho, en aquel reino,
en el reino ante el mar, ¡triste de mí!,
desde una nube sopló un viento, helando
para siempre a mi hermosa Annabel Lee
Y parientes ilustres la llevaron
lejos, lejos de mí;
en el reino ante el mar se la llevaron
hasta una tumba a sepultarla allí.

Annabel Lee

Edgar Allan Poe


Había llevado una existencia miserable y descolorida, entre reglas y etiquetas que habían regido mi vida hasta el punto en el que la muerte parecía una salida cada vez más tentadora. La tristeza se apoderaba mí con alas sombrías, sonrisas macabras y mil ojos que observaban con hambre cada uno de mis movimientos. Días de rumores susurrados y noches de sueños utópicos se perdían en la realidad de un futuro que presagiaba más agonía. Y cuando ya mi alma parecía estar a punto de desvanecerse encontré en el bosque maldito de mis desesperanzas escondida entre mis miedos más profundos aquel sentimiento del que tanto había oído e incluso visto pero que hasta entonces no había sentido; la felicidad.

Aquel regalo envuelto en velo blanco que a su espalda cargaba con los colores de un arcoíris, llegó como un ángel caído dispuesto a mostrarme el paraíso. Con nombre y apellido se presentó ante mí y valiente delante del mundo entero me regalo una sonrisa. Fue ese gesto tan casto y dulce y al mismo tiempo temerario lo que desencadenó una serie de eventos desafortunados y que nos han guiado a este funesto momento.

Mis días y noches pasaron a ser suyos con la misma facilidad con la que lo hicieron mi corazón y mi alma. El primero solo latía por la esperanza de volver a verle y la segunda solo se iluminaba al escuchar su nombre. Lo que había iniciado como un amor platónico se transformó rápidamente en un amor de alcance infinito lleno de encuentros con la luna como único testigo. Besos y momentos robados. Sonrisas y risas que como campanas detonaban la melodía más dulce se convirtieron en el día a día de mi vida.

De cabellos dorados y labios cual rosa en primavera besó los rincones más oscuros de mi alma y con sus ojos cristalinos llenó mi espíritu de luz. La dicha que ella me daba no podía igualarse con nada. Ni la vista más hermosa podía compararse con la visión de ella esperando por mí a la luz del ocaso. Ni el mangar más divino podía compararse con el sabor de sus labios. Ni el regalo más fantástico al fruto que entregaba a mi noche tras noche bajo la luz de la luna. 

Ella, de alma noble pero aventurera me guío por la senda del amor pero también del pecado. Nuestra pasión oculta por los vientos gélidos del invierno y la penumbra de la noche quemaba cual sol en verano, floreció como flor en primavera y murió tan abruptamente como caen las hojas en otoño.

Nuestro amor aun y cuando no debía ser más que un secreto, como cualquier dicha traspasaba nuestra mirada y cada uno de los poros de nuestra piel. Mis ojos le buscaban cada mañana y solo se cerraban cada noche para soñar con ella. Pronto aquel sentimiento se volvió cada vez más evidente para los demás que envidiosos e ignorantes nos siguieron esa fatídica noche de vientos helados.

Escapamos de las cárceles que aprisionaban nuestras pasiones y corrimos por el bosque, salvajes y radiantes de felicidad como tantas noches antes de esa para disfrutar unas horas de libertad. Nos quitamos las mascaras que ocultaban nuestros verdaderos rostros y dejamos en la tierra y la maleza el peso de aquella vida vacía. Nos dejamos llevar por el sentimiento que hervía dentro nuestro y nos despojamos de todo pesar con cada caricia y cada beso. Y fue entonces mientras besaba sin temor alguno sus labios cuando escuché el sonido de los truenos que anunciaban tan abominable final pero que ignorantes no supimos descifrar.

Pesadillas De MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora