Visitas Nocturnas

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Una vez, al filo de una lúgubre media noche,

Oyóse de súbito un leve golpe,

Como si Suavemente tocaran,

Tocaran a la puerta de mi cuarto."

Es -dije musitando- un visitante

Tocando quedo a la puerta de mí cuarto.

Eso es todo, y nada más."

El Cuervo

Edgar Allan Poe


En un lugar olvidado por los dioses, hombres se inclinan ante figuras de cera en banquillos de madera. Se levantan al marcar el alba, cuando el sol apenas abre sus ojos y rezan a su Dios bendito por la expiación de sus pecados. Cantan con voces graves y agudas cánticos de alabanza y miran al cielo con preguntas silenciosas. Reciben a los enfermos y moribundos, profesan amor y bondad y esparcen la palabra de un ser de divinos poderes y su reino cual paraíso.

A los ojos del mundo a simple vista, aquel lugar en las montañas, de verdes jardines y cielos eternamente azules, lleno de sonrisas benignas y palabras dulces, es un pequeño edén en este mundo hace mucho corrompido por el mal. Más cuando el telón oscuro de la noche cae y la luna toma su trono en el cielo estrellado, los hombres que piden misericordia son los mismos que pecan con desenfreno. E incluso a la luz del día si se presta atención se puede ver manos vagando errantes por cuerpos ajenos. Sonidos apagados en cuartos cerrados. Miradas y palabras que distan de la pureza de la que tanto hacen alarde.

Los hombres de negro ropaje y tez blanca como la nieve tienen el poder de pequeños dioses y en este su reino no hay nada o nadie que pueda negarse a sus caprichos. Ellos han sido bendecidos por el dinero y palabras sagradas. Hombres cuya mirada está hecha para no perder de vista el cielo, para arrodillarse solo ante la figura de su Dios y su mensajero en la tierra.

No hay vergüenza en sus corazones pues sus manos se lavan con agua bendita.

Estos no viven solos. Hombres como ellos están hechos para servir a los necesitados de manera espiritual, pero no para el trabajo duro. Sus manos permanecen suaves, sus uñas limpias y en sus dedos el oro. Para ello nos encontramos nosotros. Esclavos de nuestro destino, quienes hemos venido al mundo para servir con nuestras manos sin decir palabra alguna. Hombres de piel como el ébano para labrar la tierra, mujeres oscuras como el cacao para saciar el hambre mientras muere su espíritu. Y otros que caemos incluso por debajo de estos... quienes nos encargamos de todo aquello que ni siquiera ellos son capaces de hacer.

Somos diferentes. Claros y oscuros. Cada uno tiene un papel en este pequeño gran jardín. La palabra o el trabajo. Más hay algo que todos parecemos compartir; cada uno ha venido a servir.

Para algunos; los hombres de pan y vino, esto se traduce en esparcir la palabra de su Dios y juzgar a quienes no caminan por su mismo sendero. Para los esclavos de pies descalzos significa obedecer e inclinarse ante quien le da de comer mientras le azota la espalda. Para los de mi especie, es sufrir en silencio.

En este espacio oculto tras los manzanos no hay niños que corran y rían. Los pocos pequeños que habitan estos muros de piedra son traídos para repetir un patrón sin siquiera pensar en aquello que corean. Son pequeños perdidos y abandonados cuyo destino ha sido elegido por ellos sin oportunidad para negarse. Niños que son moldeados con historias fantásticas de seres con grandes poderes; que se mueven entre nosotros con ojos ciegos y oídos sordos, pero que sufren bajo el mismo yugo aun cuando sus sabanas son de seda y la nuestra de paja; que cuentan los días para vestir de negro.

Pesadillas De MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora