Recuerdos De Espectros Imaginarios

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¡Ah! aquel lúcido recuerdo
de un gélido diciembre;
espectros de brasas moribundas,

Reflejadas en el suelo.
Angustia del deseo del nuevo día.

Y el crujir triste, vago, escalofriante
de la seda de las cortinas rojas
Llenábame de fantásticos terrores
jamás antes sentidos

El Cuervo

Edgar Allan Poe

Había pasado mi vida entre gélidas noches y visiones espectrales, encerrada entre cuatro paredes que no hacían más que sofocar mi espíritu. Mis gritos de auxilio se habían perdido ya hace mucho entre aquellos que sufrían la misma suerte a manos de quienes habían jurado protegernos. No pasó mucho tiempo para que la línea entre la realidad y la fantasía desapareciera, y la cordura no fuera más que un recuerdo lejano. Pero si era sincera conmigo misma, no recordaba haber sido completamente cuerda. De hecho, no recordaba una vida fuera de aquella prisión, y lo poco que recordaba de mi vida antes de él eran retazos borrosos y emociones infantiles. Solo vagas memorias de mis desvelos por los monstruos que se escondían debajo de mi cama o aquellas ramas que entre la oscuridad y la luz de la luna parecían manos espectrales intentando atraparme. El intentar con todas mis fuerzas bloquear los gritos que de alguna manera llegaban hasta mi habitación con una claridad alarmante y que ayudaban a crear la fantasía de espectros imaginarios.

Pero incluso aquellos retazos palidecen en comparación con lo que ahora entiendo por "recuerdos". Como si mi vida o quizás solo mi conciencia hubiera comenzado con él y con el sonido chirriante de los goznes ya oxidados, y el deje quedo de sus pasos al traspasar aquella puerta blanca, vestido de manera pulcra e impoluta, y cargado de la arrogancia y la seguridad que todo depredador viste con orgullo, conocedor de su fuerza. Quizás sea no más que otro producto de mi mala memoria, como la de cualquier pequeño, o el hecho de que mi vida antes de él era demasiado tranquila e irrelevante en comparación. No lo sé. Solo sé que mi cerebro ha cubierto todo por una niebla espesa a la que no puedo llegar con precisión además de él, pero ha conservado y grabado casi con saña cada momento de aquella primera noche y de todas las que vinieron después. Pues es ahí, en ese momento en el que sus ojos me miran de arriba abajo evaluándome, y la brisa nocturna trae hasta mí el aroma almizclado de su colonia junto al húmedo olor del inicio del invierno cuando la conciencia llega.

Era él quien acudía en mis sueños más aterradores y por el que despertaba sudada y llorando mucho después de que su cuerpo se hubiera marchado. Odiando como su aroma permanecía en mí incluso horas después. Despertando sola y con el corazón a punto de salir de mi pecho, cuando la luna igual de orgullosa brillaba en un cielo tan oscuro que parecía negro, con el eco de sus caderas y la sensación de su simiente bajando por mis muslos. Era a él a quien más temía y con el que he comparado todo y a todos.

Es él lo primero a lo que desde entonces he llamado conciencia.

A partir de ahí es como si cualquier niebla que perturbara los pasillos de mi mente se hubiera disipado e intentara ponerse al día, absorbiéndolo y recordándolo todo con perfecta claridad. Iniciando con aquella noche en la que comenzó mi infortunio y mi viaje a las profundidades más oscuras del infierno. Donde el dolor era el mayor alimento de las bestias y la misericordia no era más que una fantasía. Fue una noche no muy diferente a esta; llena de una brisa helada y ramas arañando las ventanas. Llena de sombras, susurros y reflexiones pueriles. Y aquel olor inconfundible de tierra húmeda y podredumbre que desde entonces no puedo dejar de asociar con la corrupción de mi alma. Con él.

Y estoy lo suficientemente cuerda como para notar la ironía en toda la situación. El inicio y el final compuestos por la misma estética ominosa y opresiva. 

Pesadillas De MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora