31 Días.

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«¿Pero no deberíamos todos nosotros en la tierra dar lo mejor que tenemos a los demás y ofrecer lo que esté en nuestro poder?»

-o-

El aire es limpio y frutal, pero la casa huele a incienso, a sándalo y a algo que no puede identificar. Así es la casa de su abuela, siempre ha olido así. Es una agradable cabaña donde apenas puede vivir cómodamente una persona y aún así Sakura se las arregló para pasar cada verano de su infancia allí junto a la abuela.

La abuela está afuera, arranca hierbas del pequeño jardín mientras su gato gordo se arrastra tras una mariposa. Sakura ha evitado buscarla, porque han pasado casi veinte días y no se atreve a ir, pero la abuela tampoco la invoca.

Ella es una chamán —o eso dice— y sabe que Sakura ha de estar vagando por días, no debe querer pensarla o invocarla. La abuela siempre decía que podía verlos cruzar, y ahora Sakura no quiere acercarse, porque teme que sea verdad, no quiere que la abuela vea su cuerpo delgado, consumido por la muerte, ni los ropajes ensangrentados con los que ha muerto.

Sakura ha visto su propio reflejo, tiene la palidez mortal que acusa su estado, y las mejillas hundidas consumidas por el sobreuso de su técnica, y donde solían haber un par de ojos verde esmeralda brillante, hay un verde apagado, hundido en las cuencas. Tiene hematomas en todo su rostro y una herida sangrante en su pecho que no duele, pero nunca sanará.

No ha muerto como una princesa.

La abuela estira sus huesos y Sakura escucha todas sus vertebras alinearse. Trata de dar un paso atrás y fundirse en las sombras del bosque que se abre en su espalda, pero le pican las manos por quedarse, y sus pies se clavan sobrenaturalmente en el piso, porque alguien está pensando en ella. Así que no puede moverse, y se queda estática, mirando a la anciana ver algo tras ella y llamar al pequeño gato que juega aun con la mariposa.

—¿Mamá? —Mebuki aparece en la puerta de la cabaña— ¿Por qué tardas tanto?

La anciana mira a su hija, suspira, y hace contacto visual con Sakura.

—Hablo con el bosque, muchacha maleducada.

—¿Necesitas hablar con el bosque para conseguir algunas hierbas?

La voz de su madre es rústica, acaba de llorar mucho, está quebrada, y Sakura casi puede sentir el dolor rasgándose como una nota demasiado alta en el aire.

—Las plantas son del bosque y el bosque es de los que ya no están. A los espíritus no les gusta que le quiten lo suyo.

—¿Ni siquiera las de tu huerto?

—Ni siquiera eso. ¿Qué tienes en la cara? ¿Por qué estás llorando así de nuevo?

Como la abuela aparentemente no puede verla —no ha demostrado que pueda— Sakura se acerca a ellas, tentada a tomar el hombro de su madre una vez que la ve estremecerse.

—Mi hija murió ¿Esperabas que lo celebrara?

La abuela suspira, ata las hierbas en el bolso de tela de su cintura y se mueve dentro de la casa como si nada hubiera pasado.

"Es increíble", piensa Sakura, durante cada verano de su infancia siempre tuvo el miedo latente de despertar una mañana y encontrar el cadáver arrugado y frío de su abuela, como una uva pasa olvidada en el refrigerador. Pero hoy, que la mira desde el limbo, puede ver la vitalidad en la abuela más que nunca. La forma firme y segura por las que se mueve en toda la cocina, como su cara se endurece cuando Mebuki la gira bruscamente y arrebata las plantas de su mano temblorosa.

49 Días.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora