Introducción

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Londres, Septiembre de 1815

Esperaba con ansiedad el momento en que su tía, Lady Remington, le indicara que podía retirarse a su habitación sin que los invitados se sintieran abandonados. ¡Ja! Como si a alguien le importara si estaba o no presente en aquel baile. Sí, sí, claro que lo sabía. Oía como su tía le decía que una señorita bien educada no podía optar por no presentarse a una fiesta organizada en su casa. Pero al fin y al cabo tampoco era su casa. No lo era ni la sentía como tal.

Miró a su prima Marion. Se movía con desenvoltura entre los invitados. A todos y cada uno los hacía sentirse especiales para ella, sobre todos los hombres. Solteros, casados o viudos, no había distinción alguna. Su objetivo era cazar al mejor partido y no se conformaría con menos.

Lo único que hacía que el tiempo pasara con mayor rapidez era que, al no llamar nunca la atención, podía refugiarse en su rincón preferido, junto al gran macetero que había en una de las esquinas del suntuoso salón. Se sentaba allí y observaba a las parejas bailando, escuchaba cotilleos tras las grandes hojas, que de otra manera no hubiera oido, y se divertía. Se imaginaba allí, siendo el centro de atención de los jóvenes como lo eran las otras señoritas de sociedad.

Movió la cabeza, ya estaba soñando otra vez y rió por lo bajo. Nunca sería como las demás. No tenía una figura bonita. Sus pechos eran demasiado grandes para su gusto, aunque tenía una cintura estrecha y su estatura era aceptable. Su pelo era una masa de rizos indomables de color cobrizo, que por más que intentaba recogerlos siempre caían de forma desordenada alrededor de su rostro. Como siempre le decía Sarah, la doncella de su prima, sus ojos eran su gran baza. Grandes con pestañas largas y de color oscuro que contrastaban con el violeta del iris. Pero claro, como ella bien sabía unos ojos no conseguían un marido y más sabiendo que tendrían que cargar con el resto.

No tenía dote, por lo tanto, sus esperanzas de poder tener familia propia eran bastante escasas. Esa era su tercera temporada y estaba resignada a que ésta tambien pasaría como las otras dos anteriores.

Se levantó con decisión. Ya estaba bien de autocompadecerse por hoy. Tenía que dar gracias porque su tío y su mujer la hubieran acogido cuando no tuvo a donde ir tras la muerte de su padre. Apartó una de las ramas y se dió cuenta que algo ocurría, no sabía bien el qué, pero notaba una corriente de tensión, y los cuchicheos se fueron elevando.

La Condesa de Bale y Lady Allyson que se encontraban justo a su lado se quedaron sin habla durante un momento y luego acercaron sus cabezas.

-No comprendo como puede presentarse así, después del escándalo. No le importan ni el decoro ni la decencia. Después de haber perdido socialmente a Lady Carmichael.-Se acercó más a su amiga por si ésta no estaba enterada, aunque lo dudaba.- Abandonó a su esposo por él y tuvo el descaro de devolvérsela al marido después de dos meses.- Su mirada lujuriosa desmentía el rechazo de sus palabras, mirando con ansiedad y fascinación al caballero que las mantenía tan embelesadas.

-Yo soy de las que opinan, Lady Allyson, que por ese hombre comprendo que la pobre de Elisabeth perdiera la cabeza. Claro está que lo censuro totalmente.- y con eso, se paso la lengua por los labios como si no tuviera una copa en la mano a pesar de tenerlos secos.

Meredith adelantó un paso y levantó la cabeza para ver quien era el merecedor de esa conversación. Había escuchado a Sarah hablar sobre ello pero no conocía en persona al Conde de Lauhgton. Era el hijastro del difunto conde que a falta de hijo propio había dejado toda su fortuna y su título al hijo de su esposa.

Éste no había vivido en Londres los últimos quince años. Así que ella se moría de curiosidad por verlo al fin. Su tía lo había invitado pero todos dudaban en la casa que se presentara.

Le vio y su corazón dió un vuelco. No se había sentido nunca tan hipnotizada por nadie como por el hombre que entraba en ese momento en el salón de baile como si no se diera cuenta que todos se iban abriendo a su paso. Se movía de forma segura y a la vez tenía algo de felino. Sus hombros eran anchos y el color cuervo de su pelo hacía juego con el negro de sus ojos. Miró su boca y se sintió acalorada al ver sus labios. Entendía perfectamente a la condesa de Bale. Ese hombre emanaba peligro.

De repente las conversaciones afloraron y vio como su prima Marión se acercaba a él con una sonrisa en la boca y las mejores de las disposiciones.

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¡Maldición! Sabía que no tenía que haber venido, pero Damon tenía razón. No podía recluirse en casa por algo en lo que en absoluto había tenido la culpa. Y además, él nunca había sido un cobarde en ninguno de los sentidos. Al entrar en el salón notó como toda al alta sociedad le escrutaba, juzgaba y condenaba sin derecho a defensa. Se encogió de hombros mentalmente y se dispuso a pasar una velada entretenida. Después de todo no podían excluirle, era el conde de Laughton y nadie estaba dispuesto a enemistarse con él.

Vio como se le acercaba la encantadora Señorita Marion. Dibujó la mejor de las sonrisas y se inclinó ante ella para besarle la mano que le tendía.

-Como siempre que la veo Lady Marion, está usted radiante.- y con eso consiguió que ella bajara los párpados pudorosamente, aunque claro, sabía que tanto ella como la demás debutantes estudiaban los gestos y ademanes para atraer a los pobres idiotas. El no era ningún idiota y elevó la comisura de los labios en una mueca que simulaba una sonrisa.

Se acercó un poco e hizo que ella retrocediera un paso para poder elevar la cabeza para mirarlo. Eso le gustaba. Tomar ventaja. Carraspeó y le tendió la mano pidiéndole en silencio su permiso para bailar. Ella aceptó encantada.

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Meredith los vió dar vueltas por la pista. Hacían una pareja perfecta. Ella era una belleza rubia vestida como los ángeles. Su vestido la hacía parecer etérea. Su pelo rubio recogido en lo alto mostraba la esbeltez de su cuello. Y él... apartó la mirada. Nunca había envidiado a su prima pero en ese momento lamentaba que no fuera a ella a quien le dirigía su sonrisa, su mirada. Suspiró y se dispuso a buscar a su tía.

La divisó hablando con Lord Ackinton pero sus ojos no se apartaban de su hija y su rostro demostraba satisfacción. Después de todo él era un buen partido.

-Disculpe tía, pero me gustaría retirarme a descansar-. Procuro que su tono sonara lo más humilde posible. Sabía que había que andar con cuidado porque no sabía cuando Lady Remington podía objetar lo contrario.

- Meredith, querida creo que voy a necesitar tu ayuda.- Se volvió hacia Lord Ackinton y con un gesto de cabeza se despidió.- Si me disculpa milord.-Agarró su brazo y la dirigió hacia uno de los pasillos laterales.

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Saga Londres 1 " Matrimonio a la fuerza "Donde viven las historias. Descúbrelo ahora