Capítulo IV

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Capítulo IV

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Capítulo IV

A la voz de "naufragio", los vellos de la nuca de Steve se erizaron, mientras que un escalofrío le recorría la espalda. Con un naufragio había comenzado su vida en el mar, con un naufragio había quedado completamente solo en el mundo. La capitana ordenó poner la proa en dirección al barco siniestrado mientras todos se ubicaban en sus puestos de combate. No era extraño que algún pirata sin honor hundiera un barco civil para llamar la atención de los demás y atacar de improviso a aquellos que se acercaran a ayudar. Pero, era parte de la ley de la piratería ayudar los náufragos: todos ellos podían convertirse en uno, tarde o temprano y por eso, era mejor no tentar a los hados y extender una mano amiga a quién lo necesitara. Si en medio del rescate encontraban algo de valor, eso ya era sólo un añadido a su buena acción.

El Doncella se acercó lentamente hacia la zona del naufragio y Steve observó los cuerpos hinchados flotando alrededor del barco. Las gaviotas, ávidas de hambre, volaban en círculos sobre ellos, intentando obtener su tajada de la generosa porción de cadáveres que el mar les ofrecía. Por lo visto, el barco llevaba varios días siniestrado, a juzgar por el estado de los cuerpos de los pobres diablos que navegaban en la goleta semihundida. Aquella era una zona donde los bancos de coral y las rocas escondidas representaban un peligro para los barcos, especialmente para aquellos que no conocían bien el área. Y ese parecía ser el caso de la goleta. No se veían señales de lucha, ni de ningún ataque, y, sin embargo, ahí flotaban sus restos.

La tripulación mantuvo silencio mientras Natasha en persona maniobraba por entre las formaciones rocosas submarinas, intentando mantener a su nave alejada del destino que había afectado a esos pobres diablos. El suave sonido de las olas y el lamento de las gaviotas era lo único que se oía, hasta que, lo que pareció el llanto de un niño rompió la quietud.

─ ¡A estribor! ─ anunció Steve, seguro de que de ahí provenía el llanto. Pero, ya estaban muy cerca de las rocas y era peligroso el avance, por lo que la capitana ordenó que botaran al agua una de las pequeñas chalupas que utilizaban para tocar tierra.

Steve fue el primero en ofrecerse a subir. Si había allí algún sobreviviente, especialmente un niño, él se encargaría de salvarlo. Alguna vez, muchos años atrás, alguien había hecho lo mismo por él y no podía quedarse simplemente de brazos cruzados. La chalupa avanzó entre los restos de madera y velas rotas, hasta que se encontró con un promontorio rocoso tras el que se escondía una mujer con un niño de pecho y otro un poco mayor, quizás de unos dos o tres años. Era él quién lloraba, mientras que la madre parecía desmayada y el pequeño se desesperaba intentando succionar algo de su pecho seco y macilento. El niño se escondió tras su madre al verlos, pero, Steve le sonrió, alzando las manos, para mostrarle que no estaba armado y que no pensaba hacerle daño.

El niño se convenció con la sonrisa. Se acercó a él, jalándolo por la mano para indicar a su mamá, sin dejar de llorar. Bastó con ver sus labios resecos y su piel macilenta para que el marino comprendiera que la mujer estaba deshidratada y que se había desmayado producto de la falta de agua y comida.

Deep as the oceanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora