Capítulo IX

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Capítulo IX

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Capítulo IX

─ ¿Señor Rogers? Beba esto, señor... ─ pidió la voz amable de la señora O'Connor, poniendo una taza con té caliente frente a él. Steve la tomó con gesto ausente y la mantuvo entre sus manos, ignorando el dolor que la porcelana caliente provocaba en sus palmas.

La señora O'Connor y el oficial de cubierta habían buscado refugio en una posada frente al puerto luego de que escaparan del barco y la posadera, una mujer irlandesa, pelirroja y llena de pecas llamada Molly, los acogió, a ella y a sus hijos, sin preguntas. La refriega en medio de la noche tampoco había mellado el temple de acero de la buena mujer. Se limitó a esconderse en la bodega con sus huéspedes mientras terminaba la batalla, consolando a los niños y ofreciendo vino con especias a los comerciantes aterrados. No era la primera vez que veía un espectáculo como aquel y estaba muy segura de que no sería la última. Con la llegada del amanecer terminaron las explosiones y los gritos y Molly obligó a cada quien a volver a su cuarto, tranquilizándolos con la promesa de un desayuno generoso.

Aquellas aguas solían ser surcadas por bucaneros y piratas, corsarios y mercenarios, por lo que ella, muy sabiamente, había aprendido que el silencio era su mejor aliado. Recibía el oro de moros y cristianos con la misma solícita sonrisa y atendía a todos sus huéspedes por igual. Y si alguno necesitaba alguna ayuda extra, no sería ella la que las negara. Por eso, recibió a los hombres mojados y cubiertos de sangre, con el cadáver de una chiquilla en los brazos sin decir ni media palabra. En silencio, subió a su cuarto y trajo una sábana limpia con la que envolvieron el cuerpo de Sybill para esconderla de miradas indiscretas. En cuanto estuvo lista, se plantó frente a ellos con las manos en jarra.

─ Tú, amigo, quédate aquí y bebe algo caliente. Si es ron, mejor aún, te ayudará a entrar en calor. Volveré pronto y revisaré esas heridas. Tú, muñeco, trae aquí a esa pobre muchachita. Vamos a darle cristiana sepultura antes de que se convierta en una banshee y nos asesine a todos─ dijo, persignándose y saliendo de la posada por la entrada trasera, seguida del oficial, escabulléndose en la madrugada.

Steve no quiso saber que habían hecho con la pobre y dulce Sybill. No podía hacerse a la idea de que una muchacha tan joven hubiera muerto de ese modo tan horrible y sin que él pudiera hacer absolutamente nada para ayudarla, ni para evitar su tormento. Permaneció en un silencio taimado, presa de su desesperación mientras Molly cosía las heridas que los corales habían provocado en su espalda y le aplicaba un emplasto de hierbas que ardió como el infierno. Aguantó todo el tratamiento en estoico silencio, apretando los dientes y sudando profusamente, pero, sin decir una palabra. No podía. Si hablaba, si decía algo, la presa que contenía sus sentimientos desbordados se rompería y terminaría llorando como un niño en el suelo de aquella habitación.

Por segunda vez en su vida, lo había perdido todo. Todos los que conocía, todos aquellos en los que confiaba, la gente con la que había peleado y sangrado, con los que había reído y bebido, las personas que lo vieron convertirse en un hombre, todos se habían ido. Para siempre... a estas alturas ya debían ser pasto para los peces y ni siquiera había podido despedirlos como se debía. Toda la seguridad que había ganado en esos años, rodeado de personas que habían dado todo por él, se había evaporado como hielo al sol... de nuevo estaba solo, perdido en medio de la nada, sin un centavo en los bolsillos y con el corazón roto.

Deep as the oceanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora