Capítulo XII

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Capítulo XII

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Capítulo XII

El viento hinchaba las velas con fuerza, arrastrando la nave hacia Port Royal indefectiblemente. Brock Rumlow caminó por la cubierta de su barco con la mirada al frente, sin notar casi la presencia de su tripulación a su alrededor. Los marinos se inclinaban, se quitaban el sombrero o se tocaban la frente a modo de saludo de su todopoderoso. A diferencia de Natasha, a quien sus hombres seguían por devoción y lealtad, a Rumlow lo seguían por miedo. Sus métodos brutales eran bien conocidos en los siete mares y muchos de sus marinos ya habían perdido una oreja, un dedo, la lengua o la nariz como castigo por alguna falta real o imaginaria. La ley pirata indicaba que el contrato del marino con el capitán no se podía romper hasta que éste hubiese aportado con un mínimo de mil libras de oro al fondo común del barco. Muchos habían cumplido ya su cuota, peor, el terror les impedía dejar el barco al que ahora yacían atados para siempre, como esclavos.

Rumlow había estado a punto de caminar hacia el patíbulo un par de años atrás. Lo habían atrapado saqueando el puerto de la Martinica y, los oficiales de la marinería inglesa lo arrastraron a los calabozos de Port Royal sin demora. El capitán no pidió piedad ni intentó escapar. Permaneció sentado en el suelo, con la espalda apoyada contra la pared, esperando su destino con ánimo tranquilo; no quería morir, eso era claro, pero, tampoco estaba dispuesto a suplicar. Nunca había suplicado por nada en su vida y no lo haría en esos momentos. Un hombre como él no temía a la muerte, la esperaba como a una vieja amiga. "La muerte menos temida da más vida", repetía su padre como un loro cada vez que se trenzaba en alguna pelea y él había hecho de esa frase su lema y su modo de vida.

Por eso no se sorprendió cuando vio aparecer a lord Alexander Pierce frente a su celda. El gobernador se cubrió la nariz con un fino pañuelo bordado de encajes y lo miró con desprecio. Sin embargo, Rumlow vio el brillo de la codicia en el fondo de su mirada y le sonrió tranquilamente, levantándose con calma para acercarse a él y apoyarse en el cerrojo de la puerta mientras alzaba una ceja, interrogante.

─ ¿Hay algo en lo que pueda servirle, mi lord? ─ preguntó con la misma calma de antes y el hombre sonrió bajo el pañuelo.

─Tú conoces bien estas aguas, ¿no es así? ¿Conoces a los capitanes y a los barcos que asolan las costas pertenecientes a la Corona? ─ preguntó, intentando sonar indiferente, pero el brillo en sus ojos lo delataba.

─ Claro que los conozco, mi lord. Me crie entre ellos─ respondió con amabilidad y el gobernador se apartó el pañuelo de la cara para enfrentar su mirada oscura con firmeza.

─ ¿Qué estarías dispuesto a hacer si te ofrezco conmutar tu pena? ¿Trabajarías para mí bajo una patente de corso? ─ Rumlow sonrió más amplio y se apartó de las rejas para hacer una profunda reverencia ante él.

─ Lo que ordene, mi lord... haré lo que ordene.

El trato fue que le llevaría la cabeza y el mascarón de proa de cada uno de los barcos que solían pulular en las aguas del Caribe. Había algunos nombres que se repetían con mayor frecuencia que otros: Tony Stark y su Ironheart remachado de metal, Nick Fury con su pesado y siempre fiable Avenger, seguido siempre de cerca por el Sword, comandado por la hermosa Maria Hill; Bucky Barnes y su Scarlett de velamen plata y rojo, Thor Odinson, el príncipe pirata de los mares del Norte al mando de su dragonante Mjolnir, Clint Barton y su famosa puntería comandaba el Hawkeye, mientras que Howard Stark capitaneaba el viejo pero poderoso Shield. Finalmente, estaba Natasha Romanoff con su Doncella del Volga, la joya más preciosa de los mares del Caribe. Habían también otros barcos más pequeños que se dedicaban al pillaje, pero a menor escala... y ellos fueron los primeros en caer bajo la espada de Rumlow y su poderoso Crossbones.

Deep as the oceanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora