Honduras x Taiwán (Parte 1).

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—¿Por qué tuvo que pasar esto justo cuando todo estaba yendo bien? —Decía con frustración el hondureño mientras cargaba su rostro entre sus manos, soltando bufidos cual toro con rabia y frotando sus palmas en sus humedecidos ojos.

El joven de cabellos turquesas yacía completamente encerrado en la habitación de su hogar, sin dejar que siguiera un mísero átomo de luz solar se asomara por las ventanas que había decidido cerrar y tapar con las cortinas. Estaba tan sumido en furia que hasta eso le llegaba a irritar; el cubrirse de los rayos que expusieran su frustración lo ayudaría a calmar un poco su descontento, o eso era lo que él quería creer.

La oscuridad también ayudaba a cubrir el hermoso desastre que dejó el catracho en un ataque de ira y berrinche masivo, azotando y derribando todo lo que estuviese a su paso o lo que sus ojos dictaran que merecía ser destruído. Papeles, frascos, juguetes, figuras y cada material que se encontrase terminaba demolido por sus agresivas manos, urgidas de un tranquilizante que las pusiera en orden.

Nada se salvaba del tornado desatado en el que se había convertido el hispano, y no sólo su recamara sufrió de actos violentos; tanto la sala como los pasillos fueron "bendecidos" con insultos, maldiciones, pisotones, patadas a la pared, gritos, quejas, rabietas y todo lo que pasaría si el propio sentimiento del enfado se volviese una persona de carne y hueso.

Con su emoción furiosa finalmente saciada, la última faceta que atravesaba el hispanohablante era la de tristeza y decepción, sentándose en su suave colchón a admirar todo el desorden que marcó con sus palmas, de las cuales corrían tiras de sangre por haberse cortado sin querer con envases de vidrio. No podría importarle menos en ese instante, de todos modos la adrenalina le estaba ayudando a no sentir por completo el dolor.

Una vez terminada la espuma colérica que atormentaba a su cegada cabeza, le tocaba el turno a las lágrimas para salir a la superficie, mojando las mejillas del de sangre maya y próximamente sus manos, donde aterrizaría su cara para liberar la horda de sollozos que le estaban impidiendo respirar correctamente. Su cara le ardía y su pecho también, no sabía ni por qué, pero esa alta temperatura corrobaraba con su aflicción.

¿Y qué tenía al centroamericano con ese temperamento fatal? ¿Qué había sido tan catastrófico como para dejarlo en un estado de ese calibre? Él ya le guardaba indiferencia a las ridiculeces o conflictos que creara su inepto gobierno en sus tierras, y a excepción de unos cuantos casos en el pasado, a esas alturas ya nada le afectaba en realidad. Era casi un ser inmune e insensible.

Entonces, ¿por qué acababa de cometer una masacre contra sus propias pertenencias, se lamentaba sin consuelo en su cama, y escupía ofensas en voz baja a diestra y siniestra para quién sabe quién? Bueno, aunque no lo pareciera, su comportamiento se podía comprender y justificar hasta cierto punto...

El americano acababa de pasar por una de las facetas más estresantes en la vida de cualquier país, esa época del año en donde sus habitantes se muerden las uñas, se insultan mutuamente y ponen toda su fe (o sus últimas esperanzas) en individuos que pueden traer buenas intenciones tras de sí o no. Muchos esperaban con ansías aquellos días, mientras que las propias naciones eran un manojo de nervios por saber qué destino les depararía en las manos de sus nuevos gobernantes, o en el caso de algunos, sometidos de nuevo por sus dictadores.

Por el lado del hondureño, no podía perder más la respiración por lo que estaba ocurriendo en aquel año, donde esos doce agonizantes meses dictaban la finalización de uno de sus regímenes más corruptos, incompetentes, sanguinarios y autoritarios posibles en toda su historia. Ese que lo sometió a una decada entera de abuso de poder, injusticias, robos a su pueblo, asesinatos organizados, delincuencia, violencia, y un sin fin de problemas que guiaron a su pobre población al borde del colapso.

Enculado | Honduras Harem |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora