Feroz. Aullidos [Capítulo 9]

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Los que estaban abordo comenzaron a bajarse por separados del barco al puerto de la Gran Isla Malvina. Elizabeth todavía encima del barco, con una gran sonrisa y a primera vista del paisaje se maravilló. Después ella bajó la vista y lo vió descender al joven Grangerford haciendo equilibrio con los equipajes a lo largo del puentecito, hubo un momento en que casi se tropieza con una piedra pero a pocos segundos recobró la postura de caminar.

John se había ofrecido ayudar a un anciano con bastón con sus cosas, traía la de él y la del señor Morrone. El anciano iba detrás del él mientras cruzaban el puente que conecta el barco con el muelle.

Elizabeth con una sonrisa presumida, terminó de ver la escena y luego decidió bajar también.

* * * *

Elizabeth. S.

Un hombre canoso, muy delgado y alto me esperaba con un cartel en su mano a un lado del muelle. Decía mi nombre el letrero, me le acerqué sin pronunciar palabras y él me dijo con un acento extraño que debía dirigirme al barcito del muelle y preguntar en la barra por el nombre Jorge Hugo, que él me llevaría hasta la casa de la familia Thomson.

Asisto con la cabeza y luego al darme la vuelta para marchar, lo oí al hombre que balbuceó unas incoherencias:

— Apurate, anda, date prisa, apurate antes de que la aguja del reloj marque las 7... la hora de la bestia de los ojos de perro.

Giré a él y le miro con incomodez, luego apuro pasos rápidos lo más que me daban los pies.

"Eso fue loco y descabellado" pienso.

Lo vi de lejos al barcito que me habían dicho, pero antes de llegar olía el ambiente a perro mojado, luego desvío un poco a un lado la mirada y me topó con algo espeluznante...

No lo puedo creer...
Es, es una cabeza de un tipo de animal clavada de una ballesta negra, era como un perro grande, dije grande.

¿Será algún tipo de broma o una especie de culto que tiene está parte de la isla?

Corrí a la entrada del lugar y entré. Muchos de los que estaban bebiendo en sus perspectivas mesas voltearon inmediato a mirarme. Obvio, soy una rara y extraña pequeña invadiendo su tierra.

Avancé a la barra y vi al que servía los tragos, de hecho eran una pareja, la mujer de unos 50 años que tenía el pelo anaranjado mal atado con una coleta se acercó a verme. Primero saludé y luego pregunté por la persona cuyo nombre que recordé.

La mujer vaciló un poco y luego me contestó con una voz grave y algo fría - seguramente no sería su mala intención de hablar así.

— Espera, será el muchacho que recoge verduras y la lleva al pueblo día por medios. Si te das prisa, seguro que lo alcanzas. Ahora estará con su camioneta azul alzando bolsas de papas y zanahorias.

— D-De acuerdo. Te agradezco...

Y salí como un rayo porque quería evitar a toda costa preguntar acerca de esa cosa clavada allí; era tentador, pero... mejor no.

Lo encontré, tiene que ser él, tiene que serlo porque cargaba una bolsa grande de papas que llevaba en peso arriba de su hombro derecho y se dirigía a una combi azul con pinturas gastadas.

Era un chico de rasgos turco, cabello algo corto enrrulado, piel algo morena, de estatura 1,70, algo robusto.

Me le acerqué con desconfianza y antes que nada le hice la pregunta:

— ¿Jorge? ¿Jorge... Hugo? —le interrupi antes de que apoyada la bolsa en la furgoneta.

Él giró su mirada y me miró extrañado, a igual que los estupidos del barcito del muelle.

Feroz. AullidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora