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400 D.C. IMPERIO GUPTA
ARSYN VIÓ CON TERNURA a los recién casados: Sersi e Ikaris. Suspiró viendo como se besaban, siendo testigo de una de las muestras de amor más puras que existían en el planeta Tierra.
—Esos podemos ser tú y yo algún día; incluso ahora —una voz que conocía perfectamente le susurró en su oído.
La castaña se volteó a mirar a Druig sorprendida y luego se fijó de que nadie lo hubiera escuchado, para tomarlo de la mano y llevarlo a un lugar más alejado, donde pudieran encontrar privacidad.
—¿Hablas en serio? —preguntó emocionada.
—Quiero decir... Sí, ¿por qué no? —le respondió con una sonrisa.
Arsyn soltó un pequeño grito de emoción y saltó a abrazarlo, colgándose de su cuello, mientras el rodeó su cintura con sus brazos.
—Qué extraña forma de pedirme matrimonio, pero acepto —le dijo separándose un poco para mirarlo y él rió.
—Hagámoslo ahora —propuso el chico con una sonrisa.
—Oh, no, no, no. Es el momento de ellos, y no quiero que digan que nos casamos cuando ellos lo hicieron, no, quiero que tengamos nuestro momento especial —habló rápidamente la eterna haciéndolo sonreír de nuevo, estaba seguro de que jamás sonreía tanto que cuando estaba con ella—. Tal vez en la noche, te lo prometo.
—Lo que usted ordene, mi preciosa Arsyn —le dijo tomando su mano y besándola.
—Te amo, te amo, te amo —le susurró la chica juntando sus frentes y cerrando sus ojos. Ahora mismo se sentía en el paraíso, entendía a lo que los humanos se referían cuando decían haber encontrado a su alma gemela.
—También te amo —eran ellos, no importaba quién estuviera alrededor, no importaba cuántos, se sentía como si sólo fueran ellos dos en el mundo. Era lindo sentirse así, era encantador.
Y ahí se quedaron, abrazados viendo a los ahora esposos, sabiendo que en tan sólo unas horas, ellos serían los que estarían diciendo "acepto", jurándose amor por toda la eternidad.
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ACTUALIDAD, DAKOTA DEL SUR
SERSI MIRÓ A ARSYN VIENDO a la nada, la chica estaba con la mirada pérdida, lo que sabía que era raro en ella porque cuando entraba en confianza, no había persona que pudiera callarla.
