Retirada para su venta. Lady Esmeralda Peyton es la favorita de Londres. Todo el mundo la ama por su jovialidad, alegría y sinceridad. Su belleza y su fama la han convertido en un trofeo para los caballeros. Pero la situación se vuelve peligrosa cua...
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Esmeralda esperó a que su doncella terminara de ayudarla con el camisón y se marchara para echarse a llorar contra las almohadas de su cama. La mascarada de los Duques de Doncaster había sido un auténtico fracaso. Biff Gruber se había comportado como una bestia y ella ni siquiera había sabido cómo defenderse. Todas las mujeres de su familia eran fuertes, atrevidas y luchadoras. Ella, en cambio, era una cobarde. ¡Qué vergüenza! ¡Y pensar que su hermana mayor era una espía! ¡O que su tío también lo era!
Con todo ello, nadie se había dado cuenta de quién era su acosador en realidad. El mundo creía que Esmeralda Peyton vivía una vida alegre y desenfadada. ¿Quién podía imaginar que estaba viviendo una auténtica pesadilla?
¿Y si Biff hacía daño a su padre de verdad? ¿Y si no había escapatoria posible? Todavía le temblaban las piernas del miedo. Gracias a Dios por Adam y por su oportuna intervención. De no haber sido por él, quizás estaría lamentando algo más que un simple moratón en sus muñecas. Había estado a punto de ser violada y secuestrada. ¡Qué horror! La idea la hizo llorar con más fuerza y agradeció el no tener a sus hermanas en la habitación. Años atrás, habían dormido las cuatro juntas. Ahora ella estaba sola con sus padres. Y ellos, obviamente, dormían al otro extremo del pasillo. No podían oírla sollozar ni lamentarse por su dedicha.
Se levantó de un salto con la cara empapada. Y se miró en el espejo de su tocador. Odiaba su belleza. Quizás su pensamiento era algo hipócrita o desagradecido, pero lo cierto era que le hubiera gustado ser una mujer común. Siempre había temido que los hombres se acercaran a ella solo por su aspecto y que no la valoraron por su personalidad. Y sus miedos se habían hecho realidad con Biff Gruber. Por eso siempre trataba de vestir con colores poco llamativos, cuellos altos y hasta bonetes anchos. No quería ser el centro de atención ni la favorita de Londres. Solo quería ser ella misma.
Buscó en su joyero alguna pieza que nadie echara en falta. Necesitaba obtener dinero para que Adam siguiera defendiéndola hasta el final. Encontró un viejo collar de perlas que había heredado de alguna de sus tías. Apenas lo usaba, estaba pasado de moda, y dudaba mucho que su madre preguntara por él en un futuro cercano. Solo necesitaba encontrar una tienda que estuviera dispuesta a comprárselo.
Evaluando el estado del collar no vio a su captor. Alguien la cogió por la cintura de repente y le tapó la boca. El corazón le dio un salto. Temió que fuera el hombre de sus pesadillas, pero rápidamente vio a Adam a través del espejo. Encontrarse con sus ojos marrones y su mirada pícara la calmó.
—Soy yo —lo oyó susurrar en su oreja—. No grite, por favor.
Ella negó con la cabeza. Adam olía a naranjas frescas.
—¿Cómo ha entrado? ¿Por...? ¿Se había ido? —le reclamó—. ¿Se había ido en mitad de la fiesta y me había dejado sola frente a ese hombre?
Por muy agradecida que estuviera por su intervención no podía olvidar que, por un tiempo, Adam desapareció de la fiesta y la dejó sola. —Ese no fue el trato, lord Colligan —continuó protestando.