Norfolk's House estaba llena de invitados la noche de la fiesta de compromiso. A disposición de los asistentes estaban el salón de baile, el comedor, un salón de hombres y otro de mujeres. Los techos resplandecían a la luz de las lámparas cargadas de velas. Las mesas estaban repletas de bandejas con suculentas exquisiteces. Los criados, más ocupados que de costumbre, corrían de un lado a otro vestidos de gala; algunos de ellos aguardaban al lado de las mesas para ayudar a servir la comida y otros iban de sala en sala con la bebida.
Lord Adam Colligan, Barón de Bristol, apenas podía creer que aquello estuviera sucediendo de verdad. ¡Su propia fiesta de compromiso!
—Me alegra saber que, por fin, mi hermano menor ha decidido establecerse con una dama digna de su persona —le había dicho Tim.
Tim era parecido a él físicamente. Ambos eran morenos de pelo negro y ojos oscuros. Pero su hermano mayor tenía todo el aspecto de un caballero inglés (con monóculo pegado al ojo incluido) mientras que él parecía un cíngaro salvaje que se había colado en la fiesta. Su familia estaba, tal y como le había asegurado en incontables ocasiones, feliz por su compromiso.
Era un poco triste pensar que toda aquella felicidad terminaría muy pronto, cuando Biff Gruber se olvidara de Esmeralda. Pero ese era el trato. A su prometida solo le importaba quitarse de encima a ese bastardo. Nada más. Debería estar contento, estaba consiguiendo sus objetivos económicos. Pero se sentía decepcionado y desvalorado. Dos sentimientos que odiaba por igual.
Esmeralda le había dicho, sin ningún remordimiento, que lo único que le importaba era liberarse de su tormento. ¿Por qué le habían molestado sus palabras? ¿Por qué no podía alegrarse por el hecho de que ninguno de los dos se había implicado emocionalmente en aquello?
—Espero que cuando te cases, regreses a Bristol —había señalado su primo Jean y futuro Marqués de Bristol—. Ya sabes que te necesitamos por ahí.
—Lady Esmeralda quizás prefiera ir a Norfolk —había mentido él. Aunque no había sido una mentira en su totalidad. En cuanto ambos cumplieran con su misión, él partiría hacia América y ella regresaría junto a sus padres a su hogar.
Ofendido por el desinterés de su falsa prometida hacia su persona, le había dicho que ya se había aburrido de sus besos en un intento de no perder su dignidad. Lo que había supuesto un castigo para él. Ya que era mentira. No deseaba nada más que un beso de esa preciosa joven dama inocente. Pero no quería demostrarle que le importaba. Tenía que seguir fingiendo que era un bandido sin escrúpulos. Era lo que mejor se le daba. Al fin y al cabo, las inglesas eran así: interesadas y caprichosas. Ella solo estaba con él por interés. No podía olvidar de qué pasta estaba hecha lady Esmeralda Peyton.
El conde de Norfolk era el más contento de la fiesta. Sonreía a diestro y siniestro a todo aquel que lo felicitaba y de vez en cuando le guiñaba un ojo desde la lejanía. —Siempre me había preocupado que mi hija quedara desamparada en algún destino solitario. Me has hecho muy feliz llevándotela a Bristol junto a ti y sus otras hermanas. Sé que allí será feliz con vosotros —le había confesado el hombre por el que Esmeralda estaba dispuesta a dar su vida. ¡Si ese viejo diablo supiera la verdad! ¡Si supiera que todo aquello no era más que una farsa para defenderlo de las amenazas de un lunático! De seguro mataría a Biff Gruber de un tiro y se hubiera acabado la historia. Pero no era tan fácil. O, al menos, Esmeralda no quería hacerlo tan fácil. ¿Por qué? ¿Por qué tanto secretismo con su familia?
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Lady Esmeralda y el Barón de Bristol
Ficción históricaRetirada para su venta. Lady Esmeralda Peyton es la favorita de Londres. Todo el mundo la ama por su jovialidad, alegría y sinceridad. Su belleza y su fama la han convertido en un trofeo para los caballeros. Pero la situación se vuelve peligrosa cua...