Esmeralda pasó la noche en vela entre los brazos de su madre. Ver morir a un hombre no era un plato fácil de digerir y mucho menos si existía la remota posibilidad de ser culpable de su muerte. Ella sabía que Biff Gruber se había buscado su trágico destino, pero también sabía que su familia no era indulgente y que jamás existió otra opción para Biff que la de acabar a tres metros bajo tierra.
Jamás podría quitarse esa imagen de su cabeza: el disparo en la sien de Biff y su posterior caída en un charco de sangre. Es más, iba a pedir un cambio de habitación. No pensaba volver a dormir en el mismo lugar donde se había cometido un asesinato. Se sentó en el borde de la cama a primera hora de la mañana y miró hacia la ventana, la doncella ya había pasado las cortinas y tenía unas vistas preciosas del jardín trasero.
—Hija, debes perdonar a tu padre y al resto de la familia —oyó la voz de su madre a sus espaldas y se giró para verla. La vio incorporarse y apoyar la espalda en el cabezal de la cama, su pelo rojo y largo le caía por los lados y su mirada verde y grande estaba clavada en ella. Era impresionante ver cuán iguales eran.
—Ya los he perdonado, mamá. No es una cuestión de perdón. Sé que lo hicieron para protegernos... Pero sigo sin poder estar de acuerdo con este modo de vida. No quiero tener que matar a otros para conservar mi posición. Somos el blanco de muchos resentidos y de muchos que quisieran estar en nuestro lugar y no estoy segura de poder soportar las intrigas y las vilezas propias de ser la hija de un conde. Quiero una vida diferente —Colocó la rodilla encima del colchón y dejó que su camisón blanco se arrugara hacia arriba.
—En Inglaterra es imposible tener una vida diferente... A no ser que cambies de apellido y te recluyas en algún lugar en el que nadie te conozca. Tu padre y yo lo hicimos una vez —recordó la condesa en voz alta y dejó de mirarla, perdida en los recuerdos—. Cuando éramos jóvenes y llevábamos poco tiempo casados. Queríamos escapar de tu abuelo y de las locuras de la primera esposa de tu padre. Fueron unos días fantásticos en los que solo fuimos dos médicos atendiendo a las gentes de un pueblo acogedor. No teníamos nada. Vivíamos de lo poco que conseguíamos con nuestra labor. Pero éramos muy felices... debo reconocerlo.
—¿Qué? Jamás nos contaste esto. Sabía que os casasteis en Gretna Green y que mi abuelo os puso algunos problemas... pero no sabía que vivisteis un tiempo sin ser nobles.
—Porque no quería llenaros la cabeza a ti y a tus hermanas de ideas imposibles —La condesa volvió a mirarla a los ojos—. Somos muchas cosas, hija. Pero no somos cobardes.
—No es una cuestión de cobardía querer ser diferente de los demás, sino de verdadera valentía. Quedarme aquí y aguantar una vida que no soporto es conformarme y ser una verdadera cobarde. Voy a luchar por lo que quiero —Se levantó de un salto.
—Hija, ¿qué vas a hacer? Tu padre y yo al final regresamos a nuestros orígenes y aceptamos quiénes somos.
—Por eso duermes en una habitación separada cuando padre debe ensuciarse las manos.
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Lady Esmeralda y el Barón de Bristol
Ficción históricaRetirada para su venta. Lady Esmeralda Peyton es la favorita de Londres. Todo el mundo la ama por su jovialidad, alegría y sinceridad. Su belleza y su fama la han convertido en un trofeo para los caballeros. Pero la situación se vuelve peligrosa cua...