Prólogo

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Una diminuta mano sosteniendo el bordillo de su bata de enfermero fue lo que hizo que Soobin detuviese su caminar.

Era una tranquila mañana de Domingo en la cafetería del hospital, sin incidentes como siempre. El muchacho sostenía una tabla con una mano, regresaba de haber hecho un par de chequeos en el patio. No habían muchos pacientes dentro, a excepción de unos cuantos niños terminando su desayuno y algunos ancianos con discapacidad.

Tras sentir el leve tirón, Soobin volteó de inmediato, cruzando miradas con la dueña de aquella mano. Pertenecía a una niña —joven, bastante pálida, con una figura frágil. Soobin se recordó a sí mismo el preguntarle su nombre para así poder tener una breve charla con su nutricionista luego.

Tenía el cabello negro tan oscuro como la noche, brillante como la obsidiana. Sus ojos eran grandes y redondos, estos observaban fijamente al mayor —era casi alarmante lo grandes que sus orbes eran en comparación a sus otros rasgos. Llevaba puesto un vestido blanco, bastante ambiguo. Aunque se trataba de una bata de hospital.

La pequeña traía un peluche del pato Peitero en la otra mano, atrayendo este hacia su pecho.
Su puño estaba cerrado a medias, y fue en ese instante que Soobin se dio cuenta de que había algo sobresaliendo de entre los dedos de la menor.

—Oh, hola —le enseñó una cálida sonrisa, procediendo a ponerse de cuclillas para poder estar cara a cara con la niña. Recibiendo un tímido saludo, prosiguió—. ¿En qué te puedo ayudar?

—Señor enfermero —murmuró suavemente, sus ojos denotaban curiosidad en ellos. Eran tan claros como el día, con un solo pestañeo de aquellos pozos luminosos Soobin le miró enternecido—. Yo... encontré algo.

—¿De veras? ¿Te gustaría mostrármelo? —cuestionó el enfermero, mirando hacia el puño de la pequeña, esperando a que esta lo abriese. Y así fue.

No obstante, lo que yacía en el puño de la menor le hizo cambiar de expresión.

Posicionado justo en medio de su diminuta palma se encontraba un arrugado corazón de papel. Con dobleces perfectos, pero con esquinas desgastadas. Era frecuente el encontrarse con uno de esos, pero por alguna razón, su mente le decía que era capaz de reconocerlo tan bien como para saber de dónde venía ese en particular.

—¿Hm? ¿En dónde encontraste esto? —procuró mantener la sonrisa fija en su rostro, extendiendo su propia palma para sostener la de su adversa.

La niña dio un paso atrás con notorios nervios, dudando en responder —como cualquier niño con temor a recibir una reprenda por ser atrapado haciendo algo que no debía.

—Está bien que me lo digas, lo prometo —añadió, con el fin de transmitirle la confianza que estaba seguro ella necesitaba.

Sus ojos le miraron con un destello de esperanza.
—¡Encontré esto en la habitación que está junto a la mía! ¡Habían demasiados! ¡Parecía sacado de una película de Barbie, señor enfermero!

El corazón de Soobin se detuvo.

Sus latidos se ralentizaron, con voz temblorosa inquirió—¿Cuál es tu número de habitación, pequeña?

—¡Habitación 554! —pronunció con emoción, y pronto la brillante mirada del enfermero decayó.

—¿Así que entraste? —dijo Soobin, aquel alegre tono de voz de hacía un momento estaba ahora ausente.

—E-Estaba sin seguro —masculló la menor, estrujando el peluche contra su cuerpo. Desviando la mirada, su mano que yacía sobre la de Soobin empezó a temblar.

Esa habitación siempre está asegurada. Entonces, ¿Cómo...?

Sin embargo, el enfermero suspiró, sacudiendo la cabeza y estirando una mano para acariciar su espalda; algo que le habían enseñado para tranquilizar a un niño.
—Shh, está bien. No pasa nada. ¿Por qué no regresamos esto a su lugar?

La menor asintió levemente, depositando el corazón de papel sobre la mano de Soobin. 
Este mismo lo sostuvo con cuidado, como si temiera que el mismo se quebrase ante el más mínimo contacto; y lo guardó en uno de los bolsillos de su bata.

Cuánto tiempo sin verte.

Luego se puso de pie, tomó la mano de la pequeña, y empezó a caminar. 

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—Señor enfermero, ¿Por qué hay tantos corazones aquí?

Pequeñas luces fluorescentes empezaron a inundar el suelo segundos después de que prendieran las luces. Soobin dejó que la niña ingresara delante de él antes de cerrar la puerta.

La habitación se encontraba tal como la habían dejado hacía tres años atrás; Soobin jamás dejó que nadie, incluyéndose, ingrese desde entonces. El solo estar ahí en completa soledad hacía que su cuerpo sienta como si estuviese siendo arrastrado por un túnel de tiempo. Tras tomar un gran respiro, sus ojos finalmente se alzaron para echar un vistazo a su alrededor.

No había diferencia alguna en comparación a las otras habitaciones de aquel hospital. La cama estaba perfectamente ordenada. Las sábanas eran blancas —al igual que las almohadas, el piso, el techo y cualquier cosa que se encontrase dentro. Casi la habitación entera se encontraba adornada de blanco, sin nada fuera de lo común.

A excepción del mar de corazones de origami—todos de diferente color—llenando cada espacio que sus ojos pudiesen ver. Los colores que abundaban en brillantes tonalidades se hacían presentes ante su campo de visión; de izquierda a derecha, de arriba a abajo. Incluso habían algunos pegados en las paredes, cubriendo tanto a su paso que apenas se podía dilucidar la pintura blanca detrás de estos. También habían hilos de los mismos colgando del techo en múltiples filas, haciéndole compañía al foco que alumbraba dicha habitación. Estaban en todas partes, incluyendo la cama; el velador, la almohada y por último las sábanas.

Soobin podía recordar a la perfección cuando estuvo ahí, pegando aquellos corazones en la pared, atándolos a los hilos, esparciendo la mayoría en las sábanas—hace tres años atrás, lo sentía como si hubiese sido ayer.

La menor se sentó cuidadosamente en la silla al costado de la cama, pero Soobin la alzó para hacerla sentar en el colchón. Su pequeña figura se vio rodeada por el océano de corazones de origami que posaban sobre la cama; la vista era cautivadora, pero le quebraba al corazón a él por razones que el mayor prefería no mencionar.

El enfermero tomó asiento en la misma silla, se acercó, y le extendió uno de los corazones que agarró al azar. Entonces, empezó.
—¿Alguna vez has oído acerca de la tradición de corazones de origami en el hospital?

Mirando el corazón en sus manos, la menor lo inspeccionó con entusiasmo antes de asentir.
—¡Sí! ¡Mi mamá me contó que cuando alguien deja el hospital para ir al cielo, todos le hacemos un corazón de papel! ¡Como este!

—Así es —rió Soobin. La pura e inocente emoción de la pequeña opacaba en su mayoría el mórbido ambiente de la habitación, algo que nadie más fue capaz de lograr en tantos años. Esto le pareció a Soobin algo irónico—. Pero, ¿Sabes cómo inició?

Su contraria negó con la cabeza, enseñándole aquello que llevaba en manos al peluche que traía aferrado. Una imagen que enterneció un poco el corazón del enfermero.

—Bueno, en ese caso, te contaré una historia —aclaró su garganta, viendo como los ojos de la pequeña le miraban con un brillo especial en ellos, esperando a que continuara con sus labios formando una pequeña "o".

Me pregunto si la enviaste en mi camino. Como una señal.

—Empezó aquí, en esta habitación. Con un chico que solía hacer corazones de papel cada día para su amor perdido, esperando que cada uno le acercase al día en que esos ojos vuelvan a abrir.

Desafortunadamente, ese día jamás llegó.

Under the sky in room 553 I discovered you and I - [Traducción]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora