Capítulo 4

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La lluvia había parado un poco siendo ahora más una llovizna, pero no importaba demasiado cuando ambos ya estaban empapados hasta los huesos. Sin embargo, ninguno se movió de donde vieron desaparecer a su enemigo a través de un portal, sumergidos en sus propios pensamientos.

Diluc chasqueó fuerte, mientras que Kaeya miró una vez más por donde desapareció la sombra. Se llevó su mano a su rostro, analizando lo que había recabado esa noche en su encuentro con este nuevo enemigo. Luego de pasar una y otra vez por los detalles de este, pudo llegar a una conclusión apresurada. Mordió su labio a la vez que apretaba su puño; no tenía duda que sea lo que fuera que enfrentaron esa noche era alguien que pertenecía al Abismo, pero ¿qué quería el abismo de Diluc?

Sabía que el abismo aborrecía al pelirrojo, ya habían intentado antes acabar con él, pero de cierta forma esto se sentía diferente...

Su cabeza no dejaba de dar vueltas y vueltas en ideas e hipótesis, pero ninguna le respondió a dudas. Necesitaba más información. Necesitaba hablar con el viajero, quizás él tendría respuestas...

Por lo silencioso que Diluc estaba, podía determinar que este había llegado a la misma conclusión. Abrió su boca para preguntarle, sin embargo, vio al pelirrojo pasar a su lado sin darle una segunda mirada.

–¿A dónde vas? – le preguntó.

Diluc no le respondió y siguió caminando, pero Kaeya no lo dejaría solo, por lo que lo siguió. Quizás al notar esta silenciosa insistencia del usuario cryo, el pelirrojo decidió responder.

–... al viñedo – respondió sin mirar al capitán –, ya no hay más que hacer aquí.

Kaeya asintió dándole la razón. La bodega sería un buen lugar para hablar, y estaba seguro que tenían que hacerlo, a pesar de que Diluc no estuviera de acuerdo con su presencia aquí. Por ello continuó siguiendo al pelirrojo.

Luego de unos simples pasos arrugó el ceño; Diluc caminaba muy lento y con dificultad.

–¿Estás herido? – preguntó sin pensarlo. Kaeya se maldijo mentalmente porque obviamente el pelirrojo trataba (y fallaba) de que él no se percatara.

–No es de tu incumbencia... –murmuró mirándolo sobre su hombro. Kaeya bufó; maldito el orgullo de Diluc. Y como este no le respondería, haría lo que mejor sabía hacer para descubrir él mismo que le pasaba al pelirrojo; observarlo.

Recordando la pelea anterior, Diluc no había sido alcanzado por ningún ataque enemigo; es más, era como si el ser del abismo evitara lastimarlo. Era un punto que Kaeya tenía que destacar para su futura investigación. Así que, el pelirrojo no había resultado herido de su combate.

Entonces, ¿qué le había sucedido? ¿por qué le costaba caminar y su rostro parecía más pálido de lo normal? ¿Quizás era cansancio...? ¿El frío de la lluvia...?

No, tampoco era eso. A Kaeya le bastó mirar de pies a cabeza a Diluc para darse cuenta de la verdadera razón, y casi se rió de sí mismo por no percatarse antes.

Pero también de lo estúpidamente terco que era el pelirrojo.

Cuando iniciaron su persecución y saltaron por la ventana de la mansión, Diluc en su apuro por salir detrás de la sombra, dejó atrás dos importantes cosas; su visión pyro y sus zapatos. Diluc había corrido a través del bosque totalmente descalzo, lastimando sus pies en el proceso, era por eso que le dificulta caminar ahora que la adrenalina de la persecución y pelea había pasado.

Kaeya bufó, pero más se sintió un poco culpable, más cuando fue su idea que el pelirrojo se quitara los zapatos en primer lugar para demostrar que estaba relajado. Sin embargo, el pelirrojo no se quejó de su dolor, muy terco para eso, aun así, se notaba que dar un solo paso le escocía demasiado.

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