capítulo I

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Karnak, 1243 a

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Karnak, 1243 a.C.

EL SOL BRILLABA COMO ORO EGIPCIO, la luz del astro dorado era tan poderosa en las tierras del norte de África que podía quemar con facilidad. El desierto del Sahara era una prueba del devastador y misterioso efecto con sus dunas de arena que podían perder con facilidad a la vida que osaba adentrarse sin saber en sus caminos movedizos.

Egipto y su cultura podían decirse que era un milagro alimentado desde los tiempos del primer faraón por el río Nilo. Afortunadamente sus cuerpos como eternos, eran más resistentes, el sol apenas los tocaba o los deshidrataba, en el caso de Akenat, lo nutría y aumentaba sus poderes. Tlaroc podía tolerarlo siempre que estuviera cerca del Nilo, con los pies en el agua y el rostro húmedo, más que necesario, era comodidad.

El agua era un elemento vital que se encontraba en todos lo que tuviera vida y en prácticamente, todos los ambientes de la tierra, ya fuera en forma de hielo como cuándo estuvieron siguiendo a un grupo de desviantes por los Himalayas hace unos treinta años o incluso ahora, sentía el agua que estaba debajo de la tierra.

Cómo otras veces, su misión de protección los había llevado hace unos diez años a las tierras egipcias por segunda vez, habían estado erradicando a los desviantes que estuvieron moviéndose al Bajo Egipto, haciéndolos pasar por las ciudades de Guiza, Saqqara y Menfis hasta Karnak.

Inmediatamente los egipcios los habían asociado con el regreso en carne de sus dioses, un viejo hábito que los venía persiguiendo por dónde pasaran, eran seres místicos para los habitantes de la tierra y a Tlaroc le parecía dulce su ingenuidad, aunque otros como Kingo y Akenat parecían un tanto satisfechos con el estatus de divinidad.

Sprite no dudaba en burlarse de ellos cuando podía, arrojándoles algunos huevos durante algunas caminatas en días ceremoniales, la última vez que había accedido a hacerlo junto a Makkari, el sumo sacerdote de su templo terminó ayunado por seis meses creyendo que era un presagio y entonces Tlaroc se sintió fatal por el pobre hombre, liberándolo de su carga cuando casi lo vio en los huesos.

Tlaroc no terminaba de asombrarse de lo poderosas que podían ser las palabras.

—No es como tal el vocablo, sino quien lo dice. La voz genera el eco—Druig le había dicho hace tres noches mientras patrullaban el camino a Tebas en busca de las criaturas, Tlaroc siguió reflexionando esas palabras durante los días siguientes.

—¿Por qué siempre creen que somos dioses? —Akenat le preguntó desde su silla en la barcaza mientras Tlaroc seguía lavándose el pecho y los brazos en la orilla para quitarse la sangre negra de los desviantes de los que Ajak les había avisado, ya hace una hora de eso, fueron rápidos, pero su gemelo había querido tomarse el regreso con calma.

Tlaroc se encogió de hombros—No es como sí vieran a gente volar e invocar lluvia todos los días. Gente con dones como los nuestros por aquí que los ayudan con sus cultivos y comercio, son excepcionales, benéficos y... supongo que, buscan la manera de agradecer.

EVERYTHING I WANTED ─── Druig ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora