Capítulo 8

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Narra Adler:

Quedaba poco para que la siguiente carta llegase, ya iban a pasar las dos semanas y ansiaba la respuesta de aquella chica que, según ella, me había escrito por mero aburrimiento y se interesaba tanto en mí como yo en ella.

No sabía la hora, debería ser por la mañana, muy temprano. Estaba recostado en en cabecero de la litera de mi celda, esperando a que la sirena matutina empezase a sonar y el día comenzase en este calabozo, donde lo único que hacía últimamente era pensar en ella.

La sirena sonó a los pocos minutos, me incorporé y me dispuse a bajar de la litera con cuidado, aún recuerdo cuando, en mi primera noche, al bajar de la cama me agarraron los pies y me tiraron hacia abajo. Me partí el labio y tuvieron que aislarme en enfermería, si no llegasen a aislarme, probablemente estaría muerto. Todo porque en el exterior hice un enemigo el cual buscó venganza aquí dentro.

Que curioso que ese chaval con el cual estaba enfrentado, en ese momento fuera mi mayor apoyo aquí dentro.

Cuando bajé me topé de frente con uno de los guardias que esperaba en la puerta de la celda a que saliésemos, en esta prisión había bastantes suicidios y asesinatos y por ello había una alta seguridad, aunque eso no fuese suficiente para detenernos.

Esquivé al corpulento guardia y salí en dirección al comedor, para desayunar. Yo siempre me sentaba solo, quería sentirme conmigo mismo en algún momento del día, y las comidas era ese único momento. Siempre me situaba en una mesa que hacia esquina con una pared al fondo del comedor, allí nadie me molestaba y nadie se atrevía a sentarse conmigo, los presos sabían que si se metían conmigo, yo tenía contactos de sobra para hacerlos desaparecer.

El último que se peleó conmigo no acabó muy bien parado.

Me dirigí a la mesa, sosteniendo mi bandeja con un sándwich y un vaso de leche, y me senté como de costumbre. Mientras estaba sumido en mis pensamientos, se oyó un golpe metálico en la mesa, giré mi cabeza directamente hacia donde se escuchó el ruido.

Un chico corpulento estaba encarándose a un chico más delgado y pequeño, el chaval pequeño era uno de los presos más peligrosos que había por aquí, y el corpulento era un necio por meterse con el sin haberse informado antes de quienes manejan el cotarro en esta cárcel. Seguro que pronto se enteraría y se arrepentiría.

El corpulento empujó al delgado haciendo que este retrocediera unos cuantos pasos hacia atrás, dos presos con muy mala pinta se aproximaron al agresor y se le encararon, pero el flaco los paró a tiempo, ya que venían los guardias a hacer el control para ver si llevábamos algo raro, como pinchos, droga, o cualquier tipo de cosa que no estuviera permitida.

Nadie era tan estúpido como para traer ese tipo de cosas a las comidas, los controles no servían para nada realmente.

Después del control nos mandaron a los talleres diarios, yo tenía que ir al huerto a plantar plantitas que no se parecían en nada a las que yo plantaba fuera de la cárcel. Unos quince minutos después de entrar al huerto vino un guardia y entró en el invernadero, donde yo estaba, y me llamó la atención para que lo siguiera.

Yo ya sabía lo que eso significaba.

Ella.

Seguí al guardia hasta mi habitación y me dio la carta, efectivamente era ella, reconocía su sello. Guardé el sobre en un lugar seguro de la habitación y volví al invernadero, no podía abrirla todavía ya que estábamos en hora de talleres y tenía que esperarme a nuestro rato libre, que era en un par de horas. Nunca en mi vida dos horas se habían hecho tan largas, era la primera vez que me daban una carta tan temprano y tenía que esperarme tanto rato, porque el tiempo en cuanto a ella era muy pesado estando tan lejos.

Prisionero De TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora