Prólogo

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Quizás el motivo de por qué siempre me levantaba temprano el fin de semana era precisamente para aprovechar la mayor cantidad de horas junto a él. En ese entonces, solo tenía doce años, pero tenía una clara convicción, estaba profundamente enamorada de Jack. 

Lo conocía desde que éramos muy pequeños, nuestras madres eran amigas y se habían empeñado en que seamos cercanos. Hoy era uno de esos días en que estaríamos hablando sin parar. Emocionada alisté mi mochila con todos los juegos que llevaría a su casa que se encontraba cruzando la calle. 

Desde mi ventana se podía apreciar la pieza de Jack. Se alcanzaba a observar su pared repleta de calcomanías y su estante con figuras de acción. Por un momento me quedé más tiempo de lo apropiado observando con detenimiento los vibrantes colores y objetos, que sin duda a Jack le causaba un poco de vergüenza conservar ya que nos encontrábamos en esa edad complicada en que ya no somos tan pequeños, pero tampoco somos adultos. Aun así, él no tenía problema en interactuar conmigo de la misma manera que lo había hecho siempre y conservábamos muchos de los juegos que teníamos hace años. Me sobresalté cuando una voz llamó desde mi puerta:

—¿Ya estás lista? —Mi madre lucía radiante, al igual que a mí le causaba mucha ilusión los fines de semana junto a nuestros queridos vecinos. Meredith era la madre que todos quisieran tener, comprensiva y dedicaba gran parte de su tiempo a consentirme. Se podría decir que era de esos adultos que conservaban su espíritu de niño.

—¡Claro! —dije saltando de emoción. Ella se agachó y me hizo señas para que me subiera sobre su espalda—. Mamá, ¿Acaso ya no estoy grande para eso? —Ella simplemente sonrió y supe que no debía contradecirla ya que cualquier intento sería en vano.

De esa manera, estando sobre ella bajamos las escaleras de nuestra casa. Ella tomó su bolso, las llaves y nos dirigimos en dirección a la casa de al frente, que por la cantidad de horas que pasaba en ese lugar la sentía como si también fuese mía. La casa de los Reed era simple, de color crema con un ventanal muy grande en el primer piso y una ventana pequeña en la parte frontal del segundo piso. Contaba con un jardín dónde habían varias rosas de color rojo y blanco y daba la impresión de que pese a su sencillez cada espacio era especialmente cuidado. No fue necesario tocar el timbre ya que rápidamente mi amigo nos abrió la puerta, se percibía un semblante extraño en su cara. 

Me agarró del brazo y me dirigió a las escaleras que conducían al segundo piso. Mientras subíamos, escuché a nuestras madres conversar así que solamente grité un saludo desde arriba. Jack me llevó a su pieza y cerró la puerta inmediatamente, no era necesario preguntar si ocurría algo, tenía la certeza de qué lo estaba atormentando nuevamente.

—Creo que deberías pedir ayuda. —No soportaba verlo de esa manera, me dolía tanto como a él y creo que una parte de él lo sabía.

—Tengo tanto miedo de desvanecerme. —Sus ojos brillaban y estaban enrojecidos. No tenía la menor duda de que había estado llorando.

—Mel, por favor ayúdame, no quiero desaparecer. —Sus palabras parecían una súplica, como si de alguna manera yo fuera capaz de encontrar una solución a su problema.

¿Qué podía hacer para que entendiera que solamente eran pesadillas? Había querido hablar con mi mamá más de alguna vez sobre la situación, para que así le cuente a la madre de Jack las preocupaciones que tenía en su cabeza. Sin embargo, sentía que si lo hacía traicionaría su confianza.

—Tranquilo, sé que parecen tan reales que crees que pueden hacerte daño, pero solamente se encuentra en tu mente. Confía en mí, nada malo ocurrirá. —Lo miré seriamente para convencerlo de que no podía dejarse debilitar por algo que no existía.

Jack me miró dudoso, conservaba esa expresión de angustia. Ante el silencio me quedé contemplando su cabello rubio. Su cara redonda le daba ese toque infantil que a mí me encantaba. Sus ojos almendrados y de color verde me observaban fijamente.

—Tienes razón, mejor bajemos a comer —sonrió.

Y así el día transcurrió con normalidad, comimos, y jugamos a las cartas mientras conversábamos de cómo había estado nuestra semana. Desde dónde estábamos veía a nuestras madres reírse mientras tomaban una copa de vino.

Nuestro día terminó viendo una película en el cuarto de estar, lo que formaba parte del ritual de todos los sábados. Pese que sí me preocupaba lo que me había dicho Jack, debo reconocer que con las horas me olvidé del asunto y fue otro día lleno de felicidad que conservé en mi memoria. 

Me hacía feliz compartir con él, quería tener más días así.

Nunca imaginé que ese sería el último día que lo vería.  


𝑀𝓊𝒸𝒽𝒶𝓈 𝑔𝓇𝒶𝒸𝒾𝒶𝓈 𝓅♡𝓇 𝓁𝑒𝑒𝓇




LA INCITACIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora