CAPÍTULO 4

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JJ

El regreso de Melissa a Prakintown fue tan memorable, como el día en que decidió abandonarme pese a que sabía el infierno que yo estaba viviendo en esa casa. Ese día, en que prefirió traicionarme me demostró que sus promesas eran vacías, y su cabeza tan hueca como una nuez. Encontrarme frente a frente con ese rostro pecoso y esa mirada cargada de recriminación fue una experiencia interesante. Aunque más interesante fue darme cuenta de que ella y Adam se habían conocido. Imaginaba que habían congeniado bien, ambos tenían algo en común. Eran unos cobardes. 

La vi en cuanto bajó del vehículo de sus padres. El paso de los años no había hecho mayores diferencias. Solamente era más alta y delgada, pero en cuanto a lo demás, era completamente reconocible. Aunque a decir verdad, estaba haciendo trampa al hacer esas apreciaciones. Porque verás, llevaba años siguiéndole la pista a Melissa Fields. Los más ingenuos debían pensar que se trataba de amor convertido en obsesión, pero lo que sentía por ella, difería bastante de aquello. Odiaba a Melissa Fields. Odiaba la falsa inocencia que intentaba proyectar a los demás. Odiaba cómo simulaba cordialidad y sumisión para luego, embaucarte en sus redes. Ella me enseñó una lección muy importante en mi vida, que no podía confiar ni en mi propia sombra. 

Ese maldito día, recibí la mayor golpiza que había tenido en mi vida y todo había sido por su culpa. Así que no se me ocurrió un mejor recibimiento, que hacerle una demostración de lo que yo pasé ese día en que me delató. Hacerlo fuera de la casa de Adam, solo fue darme un pequeño placer. 

No lo negaré. La había seguido desde el momento en que salió a andar con sus patines. ¿Sentía remordimiento por seguirla? Claro que no. Lo que ella me había hecho, era bastante peor. Creí que tendría la decencia de hablar conmigo en cuanto tuviera la oportunidad. Sin embargo, fue más importante ir a la casa de un completo desconocido. 

Regresé a mi casa, y arrastré a Thomas hasta la casa de Adam. A decir verdad, no fue tan cruel como parecía, la distancia era de apenas unos escasos metros. En ese condominio, las casas estaban bastante pegadas las unas de las otras. Rápidamente la multitud se juntó alrededor de nosotros. Tenía fama de involucrarme en peleas, y de disfrutar del sufrimiento ajeno. Los malhablados decían que era un sádico, que en mi casa nunca me habían puesto límites. Incluso solían comentar que Susan, mi madre, había pecado de amarme demasiado y de nunca reprenderme por mi mal comportamiento. 

Las palabras de Thomas me hicieron reaccionar. Había recobrado el sentido y me preguntó por qué le estaba haciendo eso. Respondí con la verdad, porque aún estaba lejos de terminar con él. Y siendo honesto, me dio algo de lástima. El pobre tipo hubiera sido capaz de vender su alma con tal de lograr agradarme. Me tenía miedo, al igual que todos. 

Me encargué por muchos años de sembrar el miedo en este lugar, eso hacía que muchos me vieran con respeto y que otros tantos, me odiaran. Siembras lo que cosechas me dirán algunos. Yo les respondería: ¿En qué clase de utopía viven para seguir pensando que el ser humano te tratará cómo lo tratas? ¿Qué si actúas correctamente, los demás te apreciarán?

Cada golpe era una descarga de adrenalina, como si al ver mis puños manchados de sangre, estuviera liberándome de aquellas cadenas que me mantenían atado a ese constante sufrimiento. Aquel doloroso recordatorio que estaba presente cada día de mi vida. 

No obstante, ese sentimiento de liberación se vio rápidamente interrumpido por la intervención de Melissa y Adam. Esperaba verlos en el momento en que escucharan el alboroto, pero nunca imaginé que Adam se ofrecería a ayudar a Thomas. Menos considerando la poca y nada relación que existía entre ellos.

Lo hizo únicamente para quedar como un héroe frente a Melissa.

Ya veríamos si podría mantener esa actitud con todo lo que estaba por suceder.  

LA INCITACIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora