CAPÍTULO 2

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ADAM

Quedaba poco tiempo. Me parecía una aberración continuar con esto, pero ninguno de nosotros, era capaz de contradecirlo. Siempre había hecho lo que se le daba la gana y esta no sería la excepción. Quise frenar la situación, pero las palabras se quedaron atascadas en mi garganta. Me quedé paralizado frente a él... ¿Por qué no era capaz de detener a ese idiota? ¿Por qué dejaba que el miedo me controlara? Pese a que la casa estaba en completo silencio, necesitaba salir de ese lugar. Respirar algo de aire fresco, despejar mis ideas. 

Sacudí mi cabeza, tomé un libro El retrato de Dorian Gray, y fui al parque. Me agradaba la sensación de leer con la brisa del viento, y el aroma de las hojas y el pasto. Escalé uno de los árboles y dejé que la lectura me envolviera. Amaba leer. Me permitía imaginar con otros mundos, otras historias, olvidarme por un momento de mis problemas, de las personas que me rodeaban. Era serenidad y paz. 

De pronto, una voz llamó mi atención, y levanté la cabeza del libro. Era una chica que cantaba mientras andaba en patines. Tez blanca, cabello castaño liso y extremadamente largo; no pasaba desapercibida. 

Esta zona era un sector residencial, solamente podían entrar quienes vivían aquí. Por lo cual, no pude evitar sentir una gran curiosidad al verla ¿Quién era? ¿Por qué no la había visto antes?

Sabía qué canción estaba cantando, así que aproveché la oportunidad para empezar una conversación. No lo pensé demasiado, simplemente formulé la pregunta. Luego, me arrepentí porque si no lo hubiera hecho, habría evitado su accidente. 

—¿Te encuentras bien? —El camino era de pavimento, imaginaba lo mucho que debió doler la caída.

—Si, no te preocupes. No es nada. —Sonaba muy nerviosa. En ese instante, la recorrí con la mirada. Con el movimiento se había levantado su vestido, dejando expuesta su ropa interior color blanco. No debí haberla observado, porque nuestros ojos se encontraron y ella tomó consciencia de lo que pasaba. Maldición, desvía la mirada—. Qué vergüenza, te pido que me disculpes.

¿Por qué se disculpaba por eso? ¿Quién eres? Quería preguntar.

 —Fue mi culpa, yo te distraje. No tienes de qué disculparte. —Bajé del árbol y me acerqué a ella. Tomé sus brazos y examiné la herida—. No fue profundo, estarás bien.

 —¿Quién eres?  —preguntó, y sentí satisfacción, de que ella lo preguntara primero. 

 —Me llamo Adam. —Bajé mis dedos hasta tocar su mano y estrecharla—. Y tú... ¿cómo te llamas?

—Melissa —respondió. Sus mejillas aún seguían sonrojadas. 

—¿Vives aquí? —Ella asintió con la cabeza—. ¿Por qué nunca te había visto? —Observé las pecas que tenía en su nariz y en parte de sus mejillas. 

—Aaah... eso es porque acabo de llegar —soltó una risita baja— viví aquí hace años, pero tuve que irme... por... ciertos motivos. 

Se quedó callada por unos segundos. Titubeaba mientras jugaba con sus manos. Las palabras salieron entre dientes; me preguntó si quería acompañarla a las bancas, que tenía mucho tiempo libre y nada qué hacer, aunque de seguro ya tendría planes más interesantes en mente. 

No sé si me cautivaron sus nervios o su sencillez, pero sí quería saber más de ella. Además, no tenía mucho qué hacer durante el día. Si me negaba, solamente regresaría a mi casa y esperaría a mis padres. Lo cual, no era nada reconfortante, ya que ellos eran fríos y distantes conmigo. Su presencia no hacía ninguna diferencia, ya que aun estando, no sabían llegar a mí o quizás simplemente nunca tuvieron la intención de ser cercanos a mí. Quizás yo era un estorbo para ellos. 

LA INCITACIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora