Capitulo -4: El Diario

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No voy a mentir, ese poema me saco una sonrisa. Era hermoso, era una mezcla perfecta entre oscuridad y luz, eso ví reflejado en esos versos delicadamente escritos.

-¿Esto es para mí? -pregunté al aire. Talvez solo talvez, cabía la posibilidad de que él me escuchara.

Pero nada, no recibí ni una respuesta ¿Que esperaba? Que tonta fuí al preguntarle algo a un espíritu. Me reí de mi misma para luego sentirme como una completa estúpida. Me dirigí hacia las escaleras, me detuve al pie de esta para presenciar el piso. Me pasó por la mente que allí murió esa mujer, que allí hubo una vez un charco de sangre.

Aparté rápido esas ideas de mi cabeza y me dispuse a subir. Las escaleras eran de aquellas que a la mitad tenían un escalón largo, más bien una pausa. Siempre me había preguntado para que es ¿Talvez por si alguien tropieza, no caerá en su totalidad? O sea ¿Era para amortiguar la caída? Subiendo lo descubrí, mejor dicho, lo comprobé. Justo cuando estaba por poner mi pie en el último escalón, tropecé y caí de bruces hasta que la mitad de la escalera detuvo la caída. Por suerte no me pasó nada, me levanté rápido y volví a subir.

-Estúpida -me dije a mi misma cuando me levanté. Estaba enojada conmigo misma por mi infinita torpeza.

Al subir, de inmediato me dirigí al librero, alé el libro y entré a la biblioteca. Busque de inmediato donde encontré los recortes, en busca del nombre de ese hombre. No paso ni cinco minutos, cuando ya lo sabía.

-Daishinkan... -murmuré con media sonrisa adornando mi rostro. Al fin sabía cómo se llamaba, pero paso algo que casi me saca el alma del susto.

-Digame... -escuché detrás de mí. Quedé paralizada, no sabía si voltear o desmayarme. Lentamente lo hice, esperando ver un espectro fantasmal o algo aterrador.

Al voltearme lo ví allí, se veía normal, parecía estar vivo. Tenía aquella hermosa sonrisa que derretía la razón, con su penetrante mirada color lila, los cabellos le brillaban con un rayo de luz de luna que entraba por el ventanal, dandole tonos semejantes a la plata. Vestía como en la época dónde se relataba habían sucedido los hechos. Me gustaba su estilo antiguo. Siempre me gustó la ropa de esa época, además del Steampunk Victoriano, siempre me sentí fuera de época.

Era como si sintiera que nací en una época que no me correspondía, aunque la gente me viera rara por esos gustos.

Supongo que yo estaba algo pálida, de ese susto ¿Quien no?

El joven hombre era de mi estatura, así que lo podía ver perfectamente a los ojos. No podía decir nada, quería formular una frase, pero mi boca quedó totalmente anulada, incapacitada de decir ni una sola palabra.

-No tiene que decir nada -me dijo con una mirada un tanto melancólica, al menos eso pensé, pero se le notaba que otra cosa era lo que esos ojos expresaban, pero no pude descifrar en ese momento.

-Usted... ¿Usted es quien dejó ese poema verdad? -fue la pregunta que mi boca pudo formular en ese momento. Yo estaba con la espalda pegada a un librero, impactada, pero eso ya no me daba el susto que el del principio. Él estaba parado a un metro de mí, solo mirándome.

-Está en lo correcto -dijo volteando la mirada hacia la ventana.

-Dígame algo... Usted no se suicidó ¿Verdad? -me atreví a preguntarle, ganando que él voltee a verme algo desconcertado.

-¿Y usted cree eso? -me cuestionó. Su voz al decirme esa pregunta, sonaba dudosa y triste, casi vacía. Era como si le faltará algo, o que ese tema no fuera de su agrado en lo absoluto.

Bueno ¿A quien le va a gustar que le hablen de su muerte? Pero era un fantasma, ya eso le había pasado, no es que estuviera vivo, no tenía motivos ¿O si? ¡Ay, que enredo! Ni yo entendía nada, hace unos días ni creía tanto en espíritus, mucho menos en que viviría experiencias paranormales.

-No sé que creer, disculpe -le dije en un tono que sonó muy dudoso y tímido, casi con miedo de lo que él pudiera pensar.

En ese instante él sonrió y me extendió la mano. No sabía si darle la mía, pero parecía que eso quería, puesto que tenía una mirada insistente. Con la mano en el aire, permaneció durante dos minutos, dos minutos en los cuales dudé en que hacer.

Mi mente divagó una pequeña ocurrencia en ese momento, tan loca que me hizo reír internamente. Pensaba que si le daba mi mano, de seguro me llevaría al más allá, así como en las películas. Rápidamente aparté esa idea de mi cabeza, lenta y dudosamente fuí acercando mi mano a la de él. Justo cuando estaba por ponerla sobre la suya, me detuve, fue un movimiento inconsciente, pero luego seguí y lo hice.

Daishinkan se sentía real, de carne y hueso como cualquier persona. Justo cuando mi mano tocó la de él, sus dedos se cerraron en torno a la mía, en ese momento pude notar el anillo de casado en su dedo, me sonrió y miró hacia un estante.

Me guió hasta allí, aún con mi mano sobre la de él, cuando estábamos delante de ese librero, abrió mi mano para que yo tocará los libros que allí estaban. Allí dejo la dejó, apartando la de él.

-¿Los escribió usted verdad? -le pregunté, no escuché respuesta alguna, así que voltee hacia atrás para verlo, pero él ya no estaba- Tomaré eso como un talvez -murmuré para mí misma.

Entre libros, palabras, versos y frases, tanto por leer y tanto por saber. Tenía toda la biblioteca llena de información respecto a ese asesinato. Cada vez todo era más confuso o lógico, pero ninguno un término medio entre la solución y la verdad. Quería, mejor dicho, me urgía saber todo. Delante de mí, confirmé que esos libros los había escrito él, puesto que en los lomos decían su nombre. Uno en particular no tenía título, sino que solo su nombre.

-¿Será el diario? -me pregunté intrigada.



Continuará...

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