Capitulo -5: La mujer del tren.

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¿Verdaderamente podría ser? Me preguntaba, sin embargo, otras preguntas invadieron mi mente ¿Que podría haber allí? Y ¿Estaba dispuesta a leer eso? No sabía que había escrito, podría haber cosas perturbadoras, después de todo, hablamos de asesinatos. Cualquier cosa es posible.

Yo nunca fuí una persona que muy fácilmente se asusta o es conmovida por cosas  que a las personas convencionales le asustaría. Me había ganado la fama de fría o insensible, gracias a qué mi cara nunca expresaba emociones muy seguido, y es que no muy seguido me conmovían las cosas, pero en ese momento sentía como mi entrecejo estaba fruncido en su totalidad, eso si me causaba algo. Era algo que no sabría definir, como si quisiera saber todo, pero también como si todo lo que estuviera por saber no fuera acto para mí.

Miré ese libro entre mis manos durante por lo menos unos cinco minutos analizando todo y nada a la vez, sin abrirlo, solo observando la cubierta de este. Decía el nombre de ese tipo con una hermosa letra cursiva, la misma con la cual fue escrito el poema que me encontré hacia ya un rato.

Me llevé ese libro debajo del brazo, pues mis manos estaban ocupadas con mi morral y la otra solo la miraba. Era la mano que le extendí a Daishinkan, como ahora sabía que se llamaba.

No sé porqué, pero me dejó una rara sensación en mano. Era como un leve cosquilleo que a su vez era cálido. Cerré ese lugar para bajar a la cocina y comer algo, tenía hambre, ya eran casi las 8:00 pm. Dejé el libro en la barra de la cocina, mientras cocinaba mi vista de vez en cuando se desviaba hacia ese libro. Lo miraba de reojo a ratos, y a otros solo fijamente. Llegó un momento en que no pude verlo, pues una labor en la cocina requería mi atención completa.

Justo cuando terminé, de inmediato volteé a verlo, pero ya no estaba. Dí la vuelta rápido a esa barra para ver si había caído de allí, y efectivamente allí estaba en el piso. Se encontraba abierto, mostrando y exhibiendo sus páginas invitando a que yo le echara una ojeada.

Definitivamente él quería que yo lo leyera. Lo levanté del piso buscando inmediatamente la primera página, y así acabar con mi árido desierto de angustia y ansias, los cuales me exigían beber de esas letras para saciar mi sed y callarse dentro de mí.

-Quieres que lo lea ¿Verdad? -le pregunté al aire, pues sabía bien que él siempre estaba escuchando.

El fuerte sonido de una puerta al azotarse, fue lo que resonó en la casa. Se oyó que provenía de arriba. Me causó un pequeño brinco. Para mí eso era una afirmativa.

-Está bien...-hablé en un tono muy bajo, casi como si me hubiera regañado.

El libro lo tenía abrazado a mi pecho, lo aparte de mí lentamente, para leer esa primera página que había dejado a la vista.

La primera página me saco una sonrisa candida. Era muy tierno lo que allí estaba plasmado en tinta. Era una bitácora de amor, así le llamé, pues estaba relatado lo que ese hombre vivió al lado de aquella mujer de nombre Linda.

"He decidido escribir ésto para no perder ni un solo detalle de mi experiencia al lado de ella.

Hoy por fin he terminado con la casa que le dije construiría para ella. Fue una promesa, le prometí que cuando yo la construyera, le pediría matrimonio. Sé que la sociedad ve con ojos de extrañeza que yo tenga más de cuatro años en cortejo con ella y aún no le haya propuesto matrimonio. Siempre he querido hacerlo, desde que la conocí, en este momento tengo entre mis manos un anillo que entre muchos otros fue escojido para estar adornando delicadamente su mano, mano que con mucho nerviosismo pediré está noche.

¿Qué puede ofrecerle un escritor que no sean palabras en tinta a una mujer? Y no, no me refiero a bienes materiales. Lo menos que esperaba era que una mujer notara los ceros en el banco.

Recuerdo perfectamente el día en que la conocí. Jamás lo olvidaría. Estaba por tomar un tren a la ciudad vecina para tratar asuntos respecto a la distribución de una nueva obra. A la espera en la estación, la ví.

Una dama de largos y oscuros cabellos como la noche, de piel pálida como el rayo de luz de luna. Un vestido color celeste que parecía un trozo de cielo y un par de guantes blancos, casi plateados como las nubes. Era como ver el día y la noche en una sola mujer. Más hubo un detalle que llamó mi atención. Ella tenía un libro en manos, lo especial, era una obra mía.

No pude evitar acercarme. Le comenté cosas respecto al libro, ella me dijo que le encantaba ese y varias de las novelas y obras del autor, también me dijo que compraba todas.

Mi pregunta pasa ella fué: ¿Que opinas del autor? La respuesta no la esperé jamás. "Si lo conociera le diría que me ha encantado con sus letras. Además, que si se quiere casar conmigo". Me confesé que yo era el autor, se echó a reír, no me creía para nada. Y como si me hubiera retado, le mostré el manuscrito de una obra que estaba por publicar.

Me creyó. Sus ojos se llenaron de sorpresa. Supe que tomaría el mismo tren que yo, por lo que durante el camino, le leí partes de ese manuscrito. Yo queriendo contar historias, ella queriendo escuchar. Era una dupla perfecta."

Relataba dulcemente aquel hombre enamorado de una mujer que leía en el tren. Seguí la lectura, y cada vez era más romántica. Era como estar leyendo una novela de amor ambientada en épocas pasadas. Además, en algunas páginas estaban poemas dedicados a esa mujer, pero aparecía también relatado lo cotidiano, allí en una página, se relataba respecto a  aquel sujeto que había llegado a la casa a ayudar al hombre que estaba pesado y atareado entre sus obras.

Cómo lo describía al principio, me dió una mala sensación, lo describía como un hombre de extraña apariencia, al menos eso me dió a entender. Me daba una mala vibra leer esas páginas, era como si estuvieran impregnadas con advertencia, o era mi imaginación que me daba la sensación de que había que desconfiar de él, ya que me decían que era culpable.

Daishinkan lo contrató como asistente. Supe por esas páginas que a él le pertenecía una editorial, en la cual muchas publicaciones salían, pero ningunas de esas obras se comparaban a las suyas. Esto no lo afirmaba él, sino quienes leían todo lo que de allí se publicaba.

Necesitaba un asistente, le urgía. Estaba entre el mando de la editorial y sus obras, lo que no le daba equilibrio. Él llevaba mucho trabajo a la casa, prefería trabajar allí, por lo que su asistente en muchas ocasiones lo acompañó.

Más prefiero relatar esas páginas para demostrar con las propias palabras de Daishinkan lo que él decía.

Continuará...

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