Capítulo 7: Siempre has sido tú

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Advertencia: Contenido sexual y vulgar muy explícito.

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Mikey se quedó inmóvil, con los ojos bien abiertos, sin poder asimilar lo que estaba sucediendo.

Un escalofrío le atravesó todo el cuerpo cuando la cálida y húmeda piel de tus labios rozó la suya con delicadeza, como si temieras romperlo. 

A partir de ese momento, su mente se quedó en blanco y el tiempo pareció detenerse a su alrededor.

Aquella sensación... se había olvidado de lo increíble y maravillosa que era esa sensación. Por eso, cuando volvió a probar tus labios después de tanto tiempo, su estómago se contrajo y su corazón se aceleró a niveles desenfrenados. El roce de tu carne con su carne era tan buena, tan electrizante, tan mágica, tan atrayente, tan...

Pero no, no podía hacerlo. Intentó separarse de ti, intentó con todas sus fuerzas romper el contacto de vuestras pieles. Pero por mucho que se esforzara en hacerlo, su cuerpo no le respondía. Por mucho que su cerebro le dijera que no debía hacerlo, que no podía dejarse llevar, su corazón le gritaba como loco todo lo contrario. Tu cuerpo era un jodido imán que atraía cada parte del suyo, cada una de sus articulaciones, cada uno de sus músculos. 

Entonces cerró los ojos y con mucha delicadeza, con una lentitud tortuosa, correspondió tu beso, sus labios temblorosos y su corazón a mil por hora contra su garganta, pero dejándose llevar por aquellas emociones tan vivas que solamente tú le hacías sentir.

Por que sí, por que por más que hubiera probado miles de bocas diferentes a lo largo de su vida, nunca había encontrado ninguna como la tuya, ninguna había logrado resurgir esos sentimientos tan profundos y cálidos en él. Tus labios eran los únicos capaces de calentar su pecho y su helado corazón, y cuando se dio cuenta de ello... Supo que estaba perdido, acabado y condenado a ti.

Mikey te atrajo más hacia él y, cuando profundizó vuestro beso, ansioso, todos sus miedos, temores y preocupaciones se esfumaron por completo. Tu lengua buscó la suya con anhelo y tu saliva y su saliva se convirtieron en una sola, consiguiendo que él volviera a sentir esa sanción tan abrumadora y llena de paz en el pecho, esa que dejó de sentir el día que te dejó ir y se separó de ti.

No podía pensar, no podía hablar. No quería hacer nada más que seguir degustándote y perderse en tu boca, esa que tanto había echado de menos, aunque su coraza y la parte más oscura de sí nunca lo reconociera.

Mikey se separó de ti y empezó a dejar suaves y húmedos besos por tu mandíbula, por él lóbulo de tu oreja, por tu cuello. Su forma de hacerlo tan delicada y tan lenta te hizo temblar de pies a cabeza. Quería perderse en ti y experimentar con cada parte de tu cuerpo, como si le fuera la vida en ello, como si quisiera transmitirte con cada fricción y cada roce las cosas tan extraordinarias y únicas que le hacías sentir.

Sus labios volvieron a presionar los tuyos, y al ver que su boca te abría paso para que experimentaras con ella lo que quisieras, llevaste tu mano a su nuca y lo atrajiste aún más a ti, pegando su cuerpo al tuyo hasta que tu pecho y su torso se fundieron en un solo.

Lo que era un beso necesitado y cálido, se convirtió en uno desesperado, salvaje y lascivo.

Mikey aceleró el ritmo de su lengua, sintiendo el fuego puro apoderándose de cada parte de su cuerpo. Su ansia por seguir devorándote se intensificó a puntos extremos que lo hicieron enloquecer. Su boca atacó tu labio inferior, lo mordió y lo succionó con deseo, como nunca antes lo había hecho en un pasado, como nunca antes lo había hecho con nadie.

Tu sabor, tu dulce sabor... Nada de él había cambiado. En ese mismo momento comprendió que, la atracción física y mental que sentía por ti, por mucho que la hubiera enterrado en lo más hondo de sí, jamás se había esfumado de su pecho. Y no solo eso; ahora la sentía más fuerte que antes, más intensa que nunca.

ETÉREO - Sano ManjiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora