Capitulo 16

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Todo pasó demasiado rápido. La explosión, los gritos, Vegetta bailando con una chica rubia, la sangre, Alexby enamorado de Fargan, la pared del salón destruída, Mangel en el suelo.

La cabeza de Rubén apenas podía con tantos pensamientos. La noche pasó tan rápido, que ni siquiera pudo hablar con Vegetta, no pudo sacarlo a bailar, no pudo alejarlo de aquella chica rubia, no pudo continuar con aquel beso que Vegetta comenzó en la casa del árbol.

No pudo salvar a Mangel.

–Hoy sentimos una profunda pena en nuestros corazones tras la partida de Miguel Ángel Rogel, uno de los guerreros más valientes que Karmaland ha tenido. Nos despedimos hoy, con mucha tristeza junto con agradecimiento por las hazañas que realizó en vida por su pueblo.

Siete de los guerreros de Karmaland se encontraban sentados en la primera fila, frente al ataúd de su compañero. Alexby no había parado de llorar, desde que Mangel fue llevado al hospital, hasta que el doctor salió de aquella sala de urgencias anunciando la noticia que menos esperaban. Fargan le consolaba, acariciando su cabello y secando las lágrimas que caían de sus mejillas.

Tanto Luzu como Auron tenían ojeras, se notaban a distancia además del color rojizo en sus ojos y nariz, y soltaban lágrimas escurridizas de vez en cuando.

Rubén, con el corazón hecho pedazos, se sentía incapaz de dejar el pañuelo por un lado. Le apenaba llorar frente a tanta gente, pero simplemente no podía evitarlo.

Willy, a pesar de no estar llorando, se le veía triste y cabizbajo en su asiento, no podría despegar la mirada del suelo, con los ojos cristalizados.

Y Lolito... queda corto decir que estaba totalmente destrozado.

–Sin embargo, pese a la tristeza que hoy nos invade, debemos comprender que Miguel Ángel se encuentra mucho más cerca de nosotros de lo que podemos imaginar, ya que la muerte es sólo un camino que nos dirige a un nuevo mundo donde no existe el sufrimiento, las lágrimas, y mucho menos el dolor.

Aquellas palabras lograron reconfortar en parte al rubio. Quería imaginarse a Mangel recostado en un amplio campo, lleno de flores, pasto verde y suave, recibiendo los cálidos rayos del sol en su rostro. Lo ve rodeado de perros y gatos, le encantaban los animales, y sobretodo, feliz.

El padre pidió un minuto de silencio en honor a Mangel, a lo que todas las personas presentes en su funeral obedecieron. Muchos bajaron sus cabezas, en señal de respeto, rezando a los Dioses por él. Rubén miró en silencio a las personas alrededor de él, topándose con unos ojos morados que le veían desde lejos.

Vegetta se encontraba de pie hasta atrás, donde ya no habían sillas que le permitieran tomar asiento. Miró a Rubén con compasión, y agachó la cabeza, guardando silencio. Rubén simplemente regresó la mirada hacia el frente, mirando aquella caja de madera donde ahora yacía su mejor amigo.

La ceremonia terminó con el padre dando unas palabras de aliento muy bonitas, y con Rubén dejando un bello ramo de rosas blancas sobre el pecho de Mangel. Pasó una de sus manos por la mejilla del pelinegro, aquellas mejillas rojas y adorables, ahora eran frías y pálidas. Dejó un beso en la frente de su mejor amigo, y se alejó lentamente del lugar, arrastrando los pies.

–Siento mucho tu pérdida, Rubén– habló Vegetta, dirigiéndose al rubio que pasaba a su lado.

–¿Tú qué haces aquí hasta atrás?– preguntó Rubén, mientras escondía las manos en los bolsillos de su pantalón, acercándose peligrosamente al oji-morado –¿Te escondes, acaso?

–No conocí tan bien a Mangel como me hubiera gustado, no sé si merezco estar al frente junto a ustedes– respondió Vegetta frunciendo los labios, con un tono calmado –¿Por qué debería esconderme?

–No lo sé, quizás porque es tu culpa que muriera– respondió sarcásticamente el rubio, levantando los hombros.

–¿Tú crees que yo puse esa bomba?– cuestionó Vegetta, con el ceño fruncido, intentando comprender las palabras que salían de la boca de Rubén –¿Por qué?

–Eres el único desconocido aquí, ¿piensas que voy a sospechar de mis amigos de toda la vida?– preguntó de nuevo Rubén, ahora con las manos en la cadera.

–Rubén, yo no puse esa bomba– negó el pelinegro, mientras suspiraba con paciencia –Tampoco digo que uno de tus amigos sea el responsable, había mucha gente en el salón, pudo ser cualquiera.

–¿Y piensas que te crea?– rió Rubén sarcásticamente. Vegetta suspiró nuevamente, cansado.

–Quiero rehacer mi vida aquí en Karmaland, Rubius. No gano nada poniendo una bomba– reafirmó Vegetta, haciendo que Rubén se tragara sus palabras, dejándolos en silencio por algunos minutos.

–Mira, no sé quién haya puesto esa bomba. Pero te aseguro que cuando lo encuentre, yo mismo le voy a hacer pagar todo el Karma que tiene pendiente– escupió Rubén, alejándose al instante de Vegetta.

Esa noche Rubén no logró conciliar el sueño, por más que lo intentó. ¿Cómo hacerlo? Su mejor amigo había muerto, la había cagado con el chico que le gusta y además existía la posibilidad de que fuera un asesino.

Sólo le rogaba a los Dioses que Mangel descansara finalmente en paz, y que su propia alma adolorida pudiese ser libre.








En mis sueños (Rubegetta) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora