Rubén se levantó por la mañana del día siguiente. Supo que ya era tarde, pues el sol brillaba con mucha intensidad. Había sido una noche muy tranquila, a pesar de que su día fue todo lo contrario. La noche anterior descansó como nunca, y al igual que en la siesta del día anterior, no soñó nada. Era extraño, ya se había empezado a acostumbrar a aquellos sueños descabellados.
Se dirigió hasta la cocina de su casa, con los ojos achinados que apenas se acostumbran a la luz solar, y bostezando cada cinco minutos. Estiró los brazos y las piernas en el camino, pero paró en seco al encontrarse al hombre de sus sueños (literalmente) en su cocina.
–¡Buenos días, Rubén! ¿Has dormido bien?– preguntó el pelinegro con una amplia y cálida sonrisa, que hizo a Rubén sonrojarse casi instantáneamente –Te veías tan cansado y tan profundamente dormido que decidí no despertarte. ¿Te gustan los hotcakes?
Rubén estaba estupefacto. Había un alto, pelinegro, oji-morado, atractivo, musculoso y sonriente guerrero, cocinando hotcakes sin camisa en su casa. ¿En qué momento se había convertido su vida en una novela romántica?
El rubio no podía hablar de la impresión. No sabía cómo reaccionar ante la situación, tampoco sabía qué decir o si debía dejarse llevar por los encantos del sujeto en su casa.
–¿No te gustan los hotcakes?– preguntó Vegetta, con la sartén en la mano y ojos decepcionados –Lo siento mucho, tuve que haberte preguntado antes de tomar las cosas de tu cocina y preparar algo que no te gusta, ¡es que soy tonto!
–¡No, no! No es eso, me encantan los hotcakes, en serio– dijo Rubén sonriendo, calmando a Vegetta. Vegetta le devolvió la sonrisa, mientras regresaba a su labor. Rubén no sabía si iba a poder seguir sobreviviendo a esa sonrisa mortal que tenía el pelinegro.
Mientras el chico de los ojos morados continuaba cocinando el desayuno de Rubén, él se dedicó a preparar la mesa. Por la cantidad de hotcakes asumió que el pelinegro se unirá al desayuno, así que sacó cubiertos, dos vasos y una caja de jugo de naranja a la mitad que había en su refrigerador.
–¿Prefieres miel o chocolate para tus hotcakes?– preguntó Rubén, aún con el refrigerador abierto.
–Chocolate, adoro el chocolate– sonrió Vegetta cual niño pequeño, lo que hizo sonreír a Rubén –¿Tú cuál prefieres?
–Me gusta el chocolate pero, soy más de miel– respondió Rubén con una risita –Es que soy mitad oso.
Ambos rieron, mientras Rubén terminaba de poner la mesa. Vegetta terminó de preparar los hotcakes al mismo tiempo, así que sirvió dos porciones en dos platos, llevando uno frente al rubio sentado en la cabecera de la mesa, y posicionando el otro en el asiento de al lado.
–¿Te molesta si me siento aquí?– preguntó Vegetta apenado, mientras señalaba el asiento al lado de Rubén. El rubio negó con una sonrisa –Perdón, es que no me gusta comer alejado, o solo– soltó una risa nerviosa.
–No tienes que disculparte por todo, ¿sabes?– rió Rubén, dándole más comodidad a Vegetta.
–Está bien, perdona– dijo Vegetta, golpeando su cabeza con su mano al darse cuenta de que lo volvió a hacer. Rubén se echó a reír, contagiando a Vegetta con esa dulce risa que tenía.
Los dos chicos continuaron con su desayuno, Rubén comía pedazos grandes y deformes mientras Vegetta recortaba pequeños triángulos perfectos de cada hotcake y los llevaba hasta su boca con delicadeza.
Rubén había terminado ya un vaso de jugo de naranja, por lo que se dispuso a servirse de nuevo. Sin embargo, al intentar agarrar la caja de jugo, sus dedos se encontraron con algo diferente, era otra mano. Era la mano de Vegetta.
Volteó rápidamente, encontrándose con su mano y la mano del pelinegro puestas una sobre otra, ambas tomando la caja de jugo. Podía jurar que si movía la mano un poco más hacia abajo, sus dedos se entrelazarían. Ambos miraron sus manos por algunos minutos, petrificados sin saber qué hacer. Luego, los ojos verdes de Rubén se encontraron con los morados con los que había estado soñando tantas noches, aquellos que lograban derretirlo cual la mantequilla de sus hotcakes.
–¡Rubius, espero que estés despierto ya, puto vago! Luzu nos quiere en el bosque para entrenar un rato, voy a tomar algo de jugo de naranja antes de ir si es que todavía tienes...– interrumpió Fargan mientras entraba a la casa de Rubén como si fuera suya, y buscaba en el refrigerador el jugo, sin percatarse de la compañía.
Fargan cerró el refrigerador al no encontrar lo que buscaba, chocándose con las miradas de Rubius y Vegetta, que ya se encontraban posadas sobre él. Fargan les miró fijamente, y luego bajó la mirada hacia sus manos, que aún continuaban una sobre la otra. Sonrió de manera pícara, haciendo que Rubén se sonrojara hasta de las orejas.
–Uyyy, ¿acaso interrumpo algo?– preguntó Fargan, levantando una ceja con un toque coqueto. Rubius lo fulminó con la mirada, mientras Vegetta veía la escena con un ceño confuso.
Rubén automáticamente soltó la caja de jugo, removiéndose incómodo en su asiento y llenándose la boca de hotcakes, evadiendo las miradas de sus compañeros. Vegetta tomó la caja de jugo, y finalmente se sirvió el vaso.
–Nosotros de camino a entrenar y ustedes aquí ya entrenando, qué bárbaro– bromeó Fargan, soltando una risa escandalosa, que sólo logró molestar y avergonzar aún más a Rubén.
–Fargan– llamó Rubén, con una voz seria –Balcón, ahora– hizo señas con los ojos, que Fargan entendió al instante, mientras se disculpaba con Vegetta y caminaba hacia la parte de afuera de su casa.
–Está bien, pero... ¿me comparten un poco de jugo?– preguntó Fargan, aún divertido ante la situación.
–¡Fargan!– gritó Rubius desde el balcón.
–¡Ya voy! Un placer verte por aquí Vegetta, y bienvenido a Karmaland, ¡adiós!– habló muy rápido mientras salía de la casa de Rubén, dejando a Vegetta confundido y con una mano el el aire despidoéndole.
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En mis sueños (Rubegetta)
FanficDonde Rubén sueña todas las noches con un desconocido (pero muy atractivo) muchacho de ojos morados. Una inocente historia Rubegetta (si ya sé que llego tarde pero más vale tarde que nunca) Créditos a Waitaru por su hermoso dibujo.