Capitulo 14

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Rubén llevaba más de 10 minutos viéndose al espejo. Por más que arreglara su cabello, su sudadera o su pantalón, no encontraba la valentía que necesitaba para salir de su habitación y encarar a Vegetta. Se puso una playera blanca, un pantalón negro, converse blancas y un sudadero lila sin capucha, para combinar con su compañero. Y por supuesto, se bañó en su colonia favorita.

Revolvió los mechones rubios de su cabello por milésima vez, suspiró profundamente mientras cerraban los ojos y finalmente abrió la puerta de la habitación, encontrándose frente a frente con un par de ojos morados que lo miraban de pies a cabeza. Las mejillas de Rubén tomaron un color rojo muy adorable, y Vegetta sonrió desde el marco de la puerta.

–¿Listo?– preguntó coqueto, a lo que Rubén asintió, saliendo de la habitación.

Vegetta salió de la casa seguido por Rubius, ya que el pelinegro no había querido revelar el lugar de la cita, pero supo que no cenaría pizza o hamburguesas al ver que su compañero se dirigía en dirección contraria al pueblo, adentrándose en el bosque.

Rubén escuchó varios sonidos extraños y escalofriantes en el camino que lo hicieron encogerse en su lugar, no le gustaba nada salir de noche. Vegetta logró distinguir la mirada asustadiza del de ojos verdes, por lo que tomó su mano y continuó su camino. El rubio trató de ignorarlo, pero la mano de Vegetta se sentía tan suave y protectora, que le fue imposible rechazar su agarre.

Un par de pasos después, Rubén pudo divisar un camino de antorchas frente a ellos, sintiéndose un poco más agusto con la luz. Ambos siguieron las antorchas, hasta que frente a ellos apareció una gigante casa del árbol, totalmente iluminada y con lianas que caían de ella, dándole un toque bastante hogareño.

–¿La has construido tú?– preguntó Rubén con ojos de ilusión, totalmente embobado.

–No qué va, me la he encontrado mientras exploraba– dijo Vegetta, a lo que recibió una mirada de desconfianza de parte del rubio –Está bien, sí la construí yo– suspiró Vegetta, dándose por vencido.

Rubén admiró la obra de Vegetta por algunos segundos más, para luego acercarse a las escaleras junto al pelinegro, quien le mostró el camino y le ayudó a subir.

Si la casa del árbol era bonita vista desde abajo, por dentro lucía como toda una fantasía hecha realidad. Tenía farolas colgadas que hacían a Rubén sentirse como en casa, barandales de madera y un balcón con lo que parecían ser desde lejos las mejores vistas de todo Karmaland.

–Adelante– dijo Vegetta, haciendo ademanes con las manos e inclinándose levemente hacia Rubén, a lo que el rubio sonrió tontamente, acercándose al balcón.

–Mierda– soltó Rubén, boquiabierto ante todo lo que se podía observar desde aquel balcón.

–Ey, esa boca– regañó Vegetta, mientras Rubén volvía a sonreír. ¿Sí estaba despierto? Tuvo que pellizcarse un par de veces para asegurarse de que no era otro sueño loco.

Observó el pueblo de Karmaland visto desde arriba por algunos minutos, embelesado por las luces de las antorchas, los caminos hechos por los pueblerinos y las casas que daban forma al pueblo que lo vió crecer. A veces olvidaba qué tan bonito podía ser el lugar donde vivía.

Al percatarse de la ausencia de Vegetta, Rubén giró sobre sus talones, y frente a él encontró a quien buscaba. Vegetta estaba sonriente, mientras sostenía una gran pizza con pepperonni, jamón, carne, jalapeños y algunas velas de cumpleaños encendidas.

–¡Feliz cumpleaños, Rubén!– exclamó Vegetta, sacándole una hermosa sonrisa a Rubén –¿Creíste que lo olvidaría, tontito?

Vegetta dejó la pizza sobre la mesita en el balcón, mientras alcanzaba dos sillas para él y Rubén frente a las hermosas vistas.

En mis sueños (Rubegetta) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora