Capitulo 6

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Habían caminado algunos kilómetros desde el pueblo hasta el bosque en el que se encontraban Rubén y sus compañeros. Estaba casi seguro de estar al límite de Karmaland, rozando la frontera del pueblo vecino.

–Hace mucho calor– dijo Willy, quejándose mientras secaba con una mano el sudor de su frente.

–Estoy cansado, me duelen los pies– chilló Alexby, sentándose en una roca gigante en medio del bosque.

–Es porque tienes las piernas cortas, por cada paso que damos nosotros tú das diez– se burló Auron, mientras sus compañeros se reían. Alex hizo un puchero, pero continuó caminando.

–Luzu, ¿podemos parar a descansar un rato? No doy más, te lo juro– dijo Lolito, exhausto de la caminata.

Luzu paró de caminar y examinó a su equipo. Era verdad, todos se veían cansados e indefensos. Sería peligroso seguir adelante mientras sus compañeros estaban tan debilitados.

–Está bien, compañeros. Descansaremos un rato– todos celebraron al unísono, soltando sus mochilas y espadas en cualquier lugar –Sólo no se alejen del grupo, y estén alertas en todo momento.

Los guerreros se sentaron juntos, en piedras o troncos de árboles caídos que encontraron cerca. Algunos bebían agua, otros comían un refrigerio para recuperar energías. Luzu se encontraba en un tronco aparte, revisando su mapa y asegurándose de ir en la dirección correcta.

–Ey, esas son mis patatas, cabrón– alegó Lolito, mientras veía que Auron le robaba su comida.

–Es que tengo mucha hambre Lolito, regálame algunas– rió Auron, comiéndose algunas de las patatas de su compañero.

Rubén descansaba bajo la sombra de un árbol, absorto en sus propios pensamientos. Algo de todo este viaje le parecía muy extraño, sospechaba que algo malo ocurriría. Solamente quería deshacerse de sus pensamientos un rato, y vivir una buena aventura junto a sus amigos, mientras salvaban el pueblo donde habían crecido.

–Luzu– llamó Rubén tímidamente, mientras se acercaba al castaño.

–Dime, Rabis– contestó Luzu, sin despegar la vista de su mapa.

–Necesito ir al baño– dijo Rubius, bajando la mirada, apenado –¿Puedo ir a los arbustos de allá?

–Está bien, pero no te tardes– Rubén asintió, y rápidamente fue hacia los arbustos que había señalado anteriormente.

Decidió dejar su espada y su escudo bajo el árbol en el que estaba sentado antes, ¿para qué querría llevarse el arma si sólo iba a orinar? No la iba a necesitar.

Caminó un poco más lejos de los arbustos que le había mostrado a Luzu, pensándolo bien estaban muy cerca de sus compañeros, y no quería pasar otra escena vergonzosa y que se burlaran de él.

Paró de caminar cuando sintió que se había alejado lo suficiente de sus amigos, como para no ser escuchado mientras hacia pipí. Se acercó a uno de los arbustos, dispuesto a hacer lo que le había dicho a Luzu. Antes de bajar el cierre de su pantalón, escuchó que las hojas de los árboles crujían atrás de él.

Se volteó bruscamente, intentando localizar el origen del sonido. Nada, todo estaba en total silencio. No tranquilo con eso, Rubén inspeccionó todo el lugar con la mirada, girando sobre sus talones hasta completar un círculo perfecto.

Detrás de algunos oscuros arbustos, logró distinguir una silueta, parecida a un humano. Frunció el ceño, e intentó enfocar mejor la imagen frente a él. Sin embargo, cuando finalmente lo consiguió, era demasiado tarde.

Sintió cómo la flecha impactó dolorosamente contra su brazo. Sostuvo de inmediato su brazo con ayuda de la mano contraria, como si eso fuera a aliviar el dolor. Cerró los ojos fuertemente, sintiendo las palabras y los gritos de dolor atrapados en su garganta.

Corrió lo más rápido que pudo, para poder esconderse, o al menos para esquivar más impactos de flechas.

–¡Ayudaaaaaa!– gritó finalmente, aunque con dificultad –¡Ayúdenme, son arqueros, alguien venga!

De pronto sintió que los gritos eran en vano, se había alejado mucho de sus amigos, seguro no podrían escucharle. Quiso llorar de impotencia, pero un milagroso sonido logró distraerle de sus pensamientos.

Una flecha chocando contra un trozo de metal.

Arrugó la nariz, y con toda la fuerza que le quedaba, tiró del final de la flecha y la arrancó de su brazo, dejando ver una horrible herida, que comenzó a sangrar al instante.

Sin darle importancia, Rubén asomó la cabeza detrás del árbol, para ver quién se había enfrentado a los arqueros por él. Logró distinguir un pantalón morado, ¿quién de sus amigos vestía un pantalón morado? Ninguno.

Alzó la vista despacio, hasta toparse con esos ojos, esos bellísimos ojos morados con los que había estado soñando por las noches.

Y de repente, todo se tornó negro.




En mis sueños (Rubegetta) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora