Capitulo 21

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–Lolito, ¿me das agua?– preguntó Auron, secando el sudor de su frente.

–Cabrón, si ya te has acabado mi botella– gruñó Lolito, mientras le mostraba al de barba la botella vacía que llevaba en la mano. Auron hizo un puchero, y volteó hacia el otro lado.

–Fargan– llamó Auron, mirando fijamente la botella de agua que llevaba su compañero en la mano.

–¡Ni lo pienses!– exclamó Fargan, escondiendo su botella de agua.

Los guerreros habían tomado lo más importante para poder pelear en una guerra, y ahora emprendían su viaje hasta el espacio más lejano al centro del pueblo de Karmaland.

Llevaban con ellos escudos, arcos, y espadas de todos materiales, pero la más importante de todas ellas era sin duda alguna la espada de rubí. Vegetta aseguraba que era la espada indicada para matar al tipo de dragón que esperaban, si es que aparecía. De cualquier manera, Luzu prefirió prevenir que curar, así que se armaron con todo lo que les resultará útil o necesario.

Rubén caminaba mirando fijamente al suelo, no había podido dirigir la mirada hacia otro lado desde lo que pasó en la iglesia. Por suerte, luego de encontrarse cara a cara con Vegetta mientras interrumpía la boda incorrecta, Luzu apareció detrás de ambos, como por arte de magia, llevándose a los dos chicos a rastras de aquel lugar para poder emprender su viaje.

Ahora Rubén caminaba al lado de Luzu, al frente de todos los demás, y había notado una mirada detrás él desde que salieron de casa de Luzu. Sabía que se trataba de Vegetta, lo miraba por el rabillo del ojo de vez en cuando, sólo para confirmar que el pelinegro no le quitaba esos bonitos ojos morados de encima ni por un segundo.

–¿Así que...– cantó una voz detrás de Rubén, que él inmediatamente reconoció –estás enamorado de mí, eh?

Vegetta soltó una risita traviesa, mientras Rubén rodaba los ojos y escondía las manos dentro de los bolsillos de su sudadera.

–¿Cuánto tiempo estuviste ahí detrás mío ena iglesia?– preguntó Rubén, apenas dirigiéndose hacía Vegetta.

–Lo suficiente como para escuchar que estás enamorado de mí– sonrió Vegetta, apresurando el paso para poder caminar junto a Rubén.

–Aún no lo comprendo, pensé que ibas a casarte con Akira– dijo Rubén en voz baja, aún mirando sus zapatos a cada paso que daba.

–Ella tiene novia, como podrás haber notado– rió Vegetta, recordando el momento embarazoso que pasó Rubén en la boda de Akira –Además, ella no me gusta.

Rubén levantó la mirada finalmente, al igual que las cejas, dirigiéndola hacia el pelinegro junto a él, que ahora sonreía de lado mientras veía los árboles a su alrededor.

–Creí que te mudarías por eso, tenía sentido– murmuró Rubén, regresando la mirada hacia el frente –Si no vas a casarte, ¿por qué te mudas? ¿Te incomoda vivir conmigo?

Casi susurró la última pregunta, como si le doliera pronunciar esas palabras. Si tenía que ser sincero, tenía miedo de oír la respuesta, pero tenía que saberlo. Vegetta suspiró despacio, mientras miraba a Rubén fijamente.

–Rubius, no me incomoda vivir contigo– aseguró, mientras le sostenía la mirada a Rubén, para luego dirigirla al suelo –Al contrario, me encanta vivir contigo, pero... ya te he molestado mucho tiempo, es tu casa y me siento mal al invadir tu espacio.

–No lo hagas– dijo Rubén, haciendo que Vegetta le mirara nuevamente, con ojos expectantes –No te sientas mal, y no te mudes si no quieres. También me gusta que vivas conmigo.

Ésta vez era Rubén el que estaba sonriéndole cálidamente a Vegetta, quien le correspondió al instante, devolviéndole el gesto. Ambos caminaron algunos minutos en silencio, disfrutando únicamente del sonido de las hojas al chocar entre ellas, y de la compañía del otro.

–Me alegra saber que soy correspondido– comentó Vegetta, con una sonrisa de lado –Tuve mis dudas aquella noche en la casa del árbol, pero ahora...

–Espera... ¡¿qué?!– exclamó Rubén, abriendo los ojos exageradamente –¿Yo... te gusto también?

–Pues claro, tontito. ¿Por qué iba a intentar besarte si no?– confirmó Vegetta, haciendo que Rubén se sonrojara y sonriera mostrando los dientes –De verdad Rubén, eres demasiado distraído.

Ambos rieron, quizás de nervios, quizás de alivio, o quizás de felicidad al saber que los dos se querían. Continuaron caminando uno al lado del otro, con las sonrisas más bobas estampadas en el rostro.

En algún tramo del camino, la mano de Vegetta rozó la de Rubén sin querer, y luego de meditarlo algunos minutos, el rubio tomó la mano ajena entre la suya en un rápido movimiento. Sintió cómo Vegetta aceptó el agarre, entrelazando sus dedos con los suyos.

Sonrió nuevamente, mirando hacia todos lados menos hacia su mano, aún no podía creer que estuviese pasando. Estaba sosteniendo la mano del chico que le gustaba, y además era correspondido.

–Chicos, está anocheciendo– anunció Luzu, doblando el mapa que le guiaba en varias partes, y guardándolo en su mochila –Podemos armar nuestro campamento aquí de mientras. Descansen por hoy, y seguiremos nuestro viaje mañana.

Los guerreros soltaron sus mochilas y armas aliviados, habían caminado muchísimo y les haría bien dormir un poco para recuperar energía. Cada uno eligió su propio terreno, para poder comenzar a armar sus tiendas de campaña.

–¿Dormimos juntos?– preguntó Vegetta inocentemente, mientras ayudaba a Rubius a armar su carpa. Rubén abrió los ojos como platos, tragando saliva ruidosamente.

–De cero a cien, eh– rió Rubén nerviosamente, aclarándose la garganta. Vegetta le miró con ojos de cachorrito –Está bien, pero en sacos de dormir separados.

–Venga, no seas malo. Dormimos y ya está, no pasa nada– decretó Vegetta, mientras terminaba con la tienda de campaña y metía las cosas de Rubén y las suyas.

Rubén ni siquiera tuvo tiempo de reprochar, decidió acompañar a Vegetta hacia el interior de la carpa, y acomodarse para dormir.

El rubio cerró los ojos poco a poco, fue un proceso difícil para él, ¿cómo iba a poder cerrar los ojos teniendo a un hombre tan perfecto durmiendo a su lado?

Vegetta se veía tan tierno descansando en su saco de dormir morado, apoyando la cabeza en sus manos. Se veía tan pequeño, incapaz de matar una sola mosca. Rubén le miró embobado por algunos minutos más, detallando cada aspecto de su rostro, desde sus delicadas pestañas, hasta la comisura de sus labios.

–Rubén, duérmete ya– susurró el pelinegro, sin abrir los ojos. Rubius soltó una risita involuntaria, luego de susurrar un suave "perdón", y se obligó a cerrar los ojos e intentar dormir de una vez.

Al parecer, iba a ser una tarea mucho más difícil de lo que pensó, pues cada vez comenzaba a hacer más y más calor dentro de aquella carpa. ¿Qué carajos?

Rubén se sentó en su lugar, molesto por la sensación. Se frotó los ojos, y al abrirlos y sospechar lo que estaba pasando, se vió obligado a salir de la carpa, encontrándose con lo que más temía.

Los árboles alrededor del campamento estaban en llamas, caían ramas quemadas desde arriba. El césped también estaba quemándose, haciendo que el verde prado sobre el que habían decidido descansar se tornara poco a poco en un escenario rojo, amarillo y anaranjado. 

–¡Vegetta!









En mis sueños (Rubegetta) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora