Capitulo 18

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–Esto es estúpido– bufó Rubén en voz alta, lo suficiente como para que Alex y Fargan pudieran escucharlo.

–Cállate– ordenó Fargan entre dientes –Estúpido es que hayas quemado el molino del pueblo. ¿Qué cojones pasa contigo?

–No, ¿qué cojones pasa contigo?– escupió Rubén, regresándole la pregunta a Fargan –¿Por qué incendiaría el molino? ¿Qué sentido tiene?

Rubén estaba enfurecido y frenético. Había estado detenido en la comisaría desde la noche anterior, con las manos esposadas y sin poder ir al baño él solo. Ahora asumía que era ya medio día, por los pocos rayos de sol que se escapaban por el tragaluz.

–No lo sé, quizás alguien te ha amenazado– sugirió Fargan, alentando a Rubén a confesar.

–O te han pagado por hacerlo– dijo Alexby, apoyando a su compañero.

–Qué dices– rió Rubén de manera irónica mientras negaba con la cabeza, haciendo que los policías perdieran la poca paciencia que tenían –Yo no quemé el molino.

–¿Cómo sabemos que tú no fuiste? Eras el único en el lugar del crimen– atacó Fargan, arqueando una ceja.

–¡Estaba intentando apagar el fuego! Se están volviendo locos, yo nunca le haría daño a mi pueblo– negó Rubén, mientras volteaba la cabeza hacia otro lado que no fueran aquellos dos molestos policías. Sí es cierto que algunas veces le gustaba ir de travieso haciendo bromas por ahí, pero jamás haría algo que pusiera en riesgo la vida de alguien.

–No tanto como tú al parecer– soltó Fargan, levantando ambas cejas –¿Qué tan roto te dejaron el corazón como para que decidieras vengarte de tu ex-enamorado?

–¿Qué?– cuestionó Rubén, auténticamente confundido –¿Vengarme de quién?

–Pues de Mangel, de quién más– facilitó Alexby, con los brazos cruzados. Rubén frunció el ceño.

–¿Están insinuando que yo puse la bomba?– preguntó el rubio, con la cabeza dándole vueltas a todo lo que decían sus compañeros, aún sin comprender nada –¿Por qué?

–Saliste del salón justo antes de que explotara– explicó Alex nuevamente, con las manos en la cadera –Qué casualidad, ¿no?

–Y qué casualidad que la hayan puesto justo donde Lolito y Mangel bailaban tan felizmente. ¡Qué casualidad!

–¡Yo no maté a Mangel!– gritó finalmente Rubén, golpeando fuertemente la mesa con las esposas.

Las lágrimas comenzaron a caer de los ojos de Rubén delicadamente, como si acariciaran sus mejillas. Fargan y Alex se pararon a observarlo, con algo de pena reflejada en sus rostros.

–Era mi mejor amigo...– susurró Rubén, limpiando las lágrimas de su rostro bruscamente –Quería que fuera feliz, jamás le haría daño.

Alexby frunció los labios al ver al valiente Rubius, uno de sus mejores amigos, guerrero y protector de Karmaland esposado y roto por dentro, viéndose tan frágil y delicado.

El pequeño pelinegro se debatía entre el poder de la ley y de la amistad, cuando de pronto fue sacado de sus pensamientos por una inesperada voz.

–Suelten a Rubén– dijo serio, y totalmente seguro de sus palabras –Es inocente.

–Vegetta, tenemos argumentos que prueban todo lo contrario– dijo Fargan, en un tono más calmado.

–No es así, él estaba conmigo anoche– afirmó Vegetta, mientras veía al rubio de reojo, quien lo miraba atentamente y con la boca abierta –Me está ayudando a construir mi casa. Como sabes, planeo establecerme permanentemente en Karmaland.

–¿Construir tu casa? ¿A tan altas horas de la noche?– cuestionó Alexby, sospechando de las palabras del oji-morado.

–Es un proyecto bastante grande debo decir, buah, si vieran la de trabajo que nos está dando– rió Vegetta amigablemente –Hemos tenido que picar piedra como locos, ¿verdad Rubius? 

Rubén parpadeó un par de veces mirando a Vegetta fijamente, perplejo y sin entender del todo la situación en la que se encontraba.

–¿Verdad, Rubius?– volvió a repetir Vegetta en un tono diferente, aprovechando a guiñarle un ojo al rubio mientras Fargan y Alexby estaban distraídos. Rubén abrió los ojos exageradamente al darse cuenta.

–¡Ah! Sí claro, la casa de Vegetta, la que estamos construyendo juntos– habló Rubén, más rápido de lo que debería –Sí que hemos recolectado bastante arena. ¡Uf!

–Piedra– corrigió Vegetta entre dientes.

–¡Piedra! Sí, hemos estado juntando muuucha piedra, no se imaginan– dijo Rubén, regalándoles una sonrisa inocente a ambos oficiales.

–Bueno... si eso es cierto, ¿por qué estabas anoche en el molino?– preguntó Alex dirigiéndose a Rubén, casi convencido, a lo que Rubén rápidamente dirigió la mirada hacia Vegetta, en busca de ayuda.

–Él vió desde lejos cómo el molino se quemaba, y corrió hacia el pueblo para asegurarse de que no había ningún herido– narró Vegetta, con calma en su voz. Rubius asintió lentamente a cada palabra.

–Así es, y afortunadamente no había nadie herido– asintió el rubio, recostándose con confianza en el respaldo de la silla.

–Está bien. En ese caso, supongo que podemos soltarlo, ¿no, Alexby?– cuestionó Fargan, ladeando la cabeza.

–Supongo que sí– afirmó Alex, frunciendo los labios mientras le quitaba las esposas a Rubén.

Luego de eso, Vegetta salió rápidamente de la comisaría, seguido por Rubén, quién tenía mil preguntas pasando por su cabeza en ese momento.

–Qué malos policías– rió Vegetta, negando y bajando la cabeza.

–Fueron los únicos que se presentaron a las pruebas para policías– justificó Rubén, sonriendo de lado.

Ambos caminaron en silencio algunos minutos, Vegetta escudriñana las nubes en el cielo, mientras Rubén veía cuidadosamente el suelo que pisaba.

–¿Por qué has mentido?– preguntó Rubén, de manera curiosa.

–Sé que tú no fuiste– respondió Vegetta de manera simple, levantando los hombros –Ni siquiera puedes matar las arañas de casa.

Rubén rió, dándole la razón al mayor. Vegetta rió junto a él, pasando una mano sobre su cabello, peinádolo hacia atrás.

–Es sólo que, me he portado tan mal contigo. Todo este tiempo desconfié de ti, te culpé de la muerte de mi mejor amigo– habló lentamente Rubén, recitando cada palabra, bajo la atenta mirada del pelinegro –Y aún así decides defenderme, ¿por qué?

Vegetta sonrió de lado, mirando cómo los ojos verdes de Rubén brillaban bajo el sol abrazador. El rubio se veía tan carente de respuestas, suplicaba saber qué pasaba en realidad a su alrededor.

–¿Puedes guardar un secreto?– cuestionó Vegetta, con una sonrisa inocente. Rubén asintió muchas veces, mirándole a los ojos –¿Recuerdas el don que tenía mi madre?

Rubén asintió nuevamente, siguiendo los movimientos del oji-morado. Vegetta metió una mano al bolsillo de su chaqueta, y de ella sacó un trozo de papel, que fue desdoblando poco a poco bajo la curiosa mirada de Rubén.

–Ella soñó contigo– dijo Vegetta, mostrándole el trozo de papel a Rubén. Era un dibujo suyo. En él, se detallaba su cabello rubio y ondulado, así como sus brillantes ojos verdes –Mucho antes de que mi pueblo fuera atacado. Cuando te vi aquel día en el bosque, supe que eras tú.

Rubén tomó el dibujo entre sus manos con delicadeza, como si fuera lo más frágil del mundo. Pasó sus dedos por los trazos hechos con crayones de madera, y delineó cada detalle de la imagen. Rubén miró por última vez aquel trozo de papel en sus manos, para subir la mirada lentamente hasta encontrarse de nuevo con aquellos mágicos ojos morados.

–Vegetta– llamó Rubén, casi en un susurro, a lo que Vegetta le miró atentamente –Tengo que mostrarte algo.








En mis sueños (Rubegetta) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora