Epílogo

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Ya ha pasado más de un año desde que Rubén no tiene sueños extraños. Ya no sueña con dragones, ni lluvias de meteoritos, ni hombres desconocidos que le salvan la vida en el bosque. Desde aquella batalla en las afueras de Karmaland, su vida había tomado un ritmo mucho más tranquilo y pacífico, y eso para Rubén estaba muy bien.

Ahora, sin guerras qué pelear y sin enemigos a los que enfrentarse, dedicaba mucho más tiempo a lo que le gustaba hacer. Cuidaba de su huerto, paseaba a Juan Carlos por el pueblo, hacia reformas a su casa, y finalmente había aprendido a cocinar. Con ayuda de Vegetta, claro.

Había logrado retomar una vida normal dentro de lo que cabe, aunque no fue para nada fácil. Aún recordaba con cariño a Lolito, que siempre fue un buen amigo y compañero en batalla, y por supuesto a Mangel, que además de ser su mejor amigo de toda la vida, en algún momento llegó a ser también un gran amor.

-¿Nos vamos, chiqui?- preguntó Vegetta suavemente, hincáncose detrás de Rubén.

Rubius miró nuevamente la tumba de Mangel, que se encontraba frente a él. Solía visitarle seguido, para adornarle con bonitas flores y contarle cómo le iba últimamente. Vegetta le acompañaba siempre que podía, arreglaba la tumba de Mangel junto con él, y secaba sus lágrimas cuando el rubio se ponía muy sensible.

-En un momento- respondió Rubén, volteando a ver al pelinegro -Tengo que decirle algo importante.

Vegetta asintió, dedicándole una dulce sonrisa, mientras depositaba un beso en la cabeza de Rubén. Se alejó, respetando la privacidad de Rubén, dejándole a solas.

-Ay, Mangel. Ojalá estuvieras hoy conmigo- suspiró Rubén, mostrando una débil y nostálgica sonrisa -Seguro me dirías algo como "Tranquilo Rubiuh, no ehteh nervioso coño"

Rubén rió al recordar el acento tan característico de Mangel. Detalló cada aspecto de la tumba, pasando sus dedos por los bordes, sintiendo la peculiar textura del material.

-Deséame suerte, desde donde quiera que estés- susurró Rubén, dejando un beso sobre su mano y pasándola por el nombre de Mangel.

Se puso de pie, mirando por última vez el lugar donde yacía su mejor amigo. Miró hacia el lado derecho, en dónde se encontraba otra tumba.

-Hijo de puta, tenías que ser siempre el mejor en todo, ¿no?- sonrió Rubén de lado, mirando la tumba de Lolito, justo al lado de la de Mangel. Le pareció algo muy romántico, deseaba descansar junto al amor de su vida algún día, al igual que ellos dos -Espero que cuides bien de mi Mangel, cabrón.

Luego de despedirse de sus amigos, Rubén caminó hacia la salida del cementerio, alcanzando a Vegetta para caminar juntos de la mano y regresar a casa.

Todos en el pueblo notaban la fuerte conección que existía entre Rubén y Vegetta. Era inevitable verla, era mucho más que obvia. Todos sabían que Rubén se había enamorado perdidamente del protagonista de sus sueños, y que éste amaba al rubio con la misma intensidad.

Pasaba la mayoría de su tiempo con Vegetta, mucho más de lo que le gustaría admitir. Lo incluía en todos sus planes, por más simples que fueran, y el pelinegro hacia lo mismo con él. Su relación era tan fuerte, que los pueblerinos afirmaban con total seguridad, que ni siquiera los Dioses serían capaces de separarlos.

-T-tengo algo que hacer en el pueblo- balbuceó Rubén a mitad del camino, haciendo que Vegetta parara para mirarlo.

-¿Quieres que vaya contigo?- preguntó Vegetta con voz dulce, esperando una respuesta afirmativa como siempre, dispuesto a seguir al rubio. Sin embargo ésta vez, Rubén negó.

-N-no, no te p-preocupes. Espérame en casa, yo llegaré pronto- sonrió Rubén falsamente. Vegetta, a pesar de intuir que escondía algo, decidió seguir la petición de Rubén.

En mis sueños (Rubegetta) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora