Capítulo 11.

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Un mal movimiento provoca un golpe en mi tobillo, lo que me hace incorporarme y poner una mueca. Ya es la quinta vez, mínimo, que me ocurre en la noche. He dormido fatal y al abrir los ojos, la luz me ciega. Me quejo por lo bajo y bufo. Lo único que quería hacer era seguir durmiendo, y ahora no puedo hacerlo.

Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que estoy completamente sola en la habitación. No hay rastro de Dani, ni de su chaqueta o sus zapatillas. Enciendo el móvil, pero no tengo ningún mensaje ni llamada de nadie, así que no me espero más e intento levantarme de la cama para ir al aseo.

Parece que todo va bien cuando muevo el tobillo hacia el lado, pero vuelvo a hacer una mueca cuando siento un pinchazo debajo de la venda. Escucho la puerta abrirse y sin ser consciente me miro en el reflejo del móvil arreglándome el pelo. No sé desde cuando me importa lo que Dani piense sobre mí.

—Buenos días —le digo antes de que cierre la puerta. Me mira, sonriendo y deja las cosas en la mesa. Intento aparentar normalidad, pero el beso de la noche anterior se hace presente en mis pensamientos.

—Buenos días. ¿Te has despertado mejor? —Frunzo el ceño, confusa—. Anoche no dejabas de soplar y quejarte.

Me apresuro a disculparme. Tiene que ser agotador que no te dejen dormir en toda la noche.

—¡Lo siento muchísimo! Seguro que te he molestado un montón.

Se acerca a la cama y se sienta a mi lado.

—No. Me estaba entreteniendo.

—¡Oh! Te gusta divertirte con mi dolor por lo que veo, ¿eh? —asiente, convencido y después, sujeta mi pie para mirarlo—. ¿Ahora eres médico?

—No, pero solo quería saber si lo llevabas hinchado o algo.

—¿Y cómo lo ves?

Duda unos segundos mientras lo analiza detenidamente y después, su mirada se posa en mí y encoje los hombros en respuesta.

—Ni idea.

Exploto a carcajadas y le doy un golpe suave en el hombro.

Se levanta entre risas y vuelve con un vaso de agua y una pastilla en la mano, y una bolsa en la otra. Me tiende la pastilla y el agua y me la trago sin pensarlo. Después, me quedo observando su mano derecha y él me mira, sonriendo.

Mi mirada va de la bolsa hacia él, esperando cualquier tipo de reacción, pero se mantiene de pie enfrente de mí, sin decir nada.

—¿Vas a decir algo ya? —le pregunto, desesperada.

—¿Vas a preguntarme tú algo? —me responde con otra pregunta. Lo miro enarcando una ceja y vuelve a sentarse a mi lado—. No sabía si te gustaba, pero te he traído donuts de la tienda de al lado. Liam dice que están buenísimos, pero te dejo a ti para tomar esa decisión.

Me tiende la bolsa y la atrapo tan rápido como puedo. Miro los donuts que hay dentro y sonrío como una estúpida, mientras alzo la mirada hacia él. Me acerco y lo rodeo con los brazos, feliz. ¡Hacía muchísimo tiempo que no comía dulce!

—¿A quién no le gustan los donuts? —Mastico el primer trozo como si la vida me fuese en ello—. ¡Gracias!

—Para eso estamos, Potter.

Lo miro con la boca llena y sonrío. Ni siquiera soy capaz de recordar como nos quedamos durmiendo anoche, pero sí que sé que cuando me desperté a mitad de la noche por culpa del dolor, mi cabeza seguía en su pecho y su brazo alrededor de mi cuello, apoyado en la cadera.

Me obligo a pensar en otra cosa para no sonreír ahí en medio con él delante.

—¿No deberías estar estudiando? —le pregunto.

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