VI

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 CAPÍTULO DE ADORACIÓN


Propósitos de sobremesa y propósitos de amor; tan difíciles de coger unos como otros; los propósitos de amor son nubes, los propósitos de sobremesa son humo.

Fameuil y Dahlia murmuraban una canción; Tholomyès bebía; Zéphine reía; Fantine sonreía. Listolier soplaba en una trompeta de madera, comprada en Saint-Cloud. Favourite contemplaba tiernamente a Blachevelle y decía:

—Blachevelle, te adoro.

Esto indujo a Blachevelle a formular una pregunta:

—¿Qué harías, Favourite, si dejara de amarte?

—¡Yo! —exclamó Favourite—. ¡Ah! No digas esto, ni aun en broma. Si dejaras de amarme, saltaría sobre ti, te arañaría, te lastimaría, te arrojaría al agua y te haría prender.

Blachevelle sonrió, con la fatuidad voluptuosa de un hombre halagado en su amor propio. Favourite continuó:

—Sí, ¡llamaría a la guardia! ¡Ah! ¡Me disgustaría mucho, desde luego! ¡Canalla!

Blachevelle, extasiado, se recostó en la silla y cerró orgullosamente los ojos.

Dahlia, sin dejar de comer, dijo en voz baja a Favourite, en medio de la algarabía:

—¿Tanto idolatras a tu Blachevelle?

—¡Yo!, le detesto —respondió Favourite, en el mismo tono y volviendo a coger su tenedor—. Es avaro. El que me gusta es el pequeñito de enfrente de mi casa. Está muy bien ese hombre, ¿le conoces? Tiene aspecto de ser actor. Me gustan los actores. En cuanto entra en su casa, su madre dice: «¡Ah, Dios mío, ya perdí la tranquilidad! Ahora va a gritar. ¿Pero no ves que tus chillidos me rompen la cabeza?». Porque, en cuanto llega a su casa, en el desván, en las buhardillas, adondequiera que puede subir, allí se encarama y empieza a declamar y a cantar, ¿qué sé yo? Pero tan fuerte, que se le oye desde una legua. Gana ya veinte sueldos por día, en casa de un abogado copiando sofismas. Es hijo de un antiguo sochantre de Saint-Jacques-du-Haut-Pas. ¡Ah!, está muy bien. Me idolatra, hasta el punto de que el otro día, al verme hacer un poco de pasta de harina para unas empanadas, me dijo: «Señorita, haga usted buñuelos con sus guantes y soy capaz de comérmelos». No hay como los artistas para decir tales cosas. ¡Ah!, está muy bien. Creo que voy a enloquecer por ese muchacho. Sin embargo, digo a Blachevelle que le adoro. ¡Cómo miento! ¿Eh? ¡Cómo miento!

Favourite hizo una pausa y continuó:

—Dahlia, ¿lo creerás?, estoy triste. Todo el verano ha estado lloviendo; el viento me encoleriza, me irrita los nervios; Blachevelle es muy roñoso; apenas hay guisantes en el mercado; no sé qué comer; tengo spleen, como dicen los ingleses, ¡está tan cara la manteca!, y luego, ya ves, es un horror esto: ¡comer en un cuarto donde hay una cama! Esto me hace aborrecer la vida.

Los Miserables I: FantineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora