SEAN

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Junio de 2003

     Sonó el cascabel del muñeco por enésima vez. Ellos entraron, pero con ellos no venía el hombre de negro, por suerte. Eso significaba que venían a darnos de comer.
Ese día nos dieron algo de carne con arroz, pues con una pequeña ración se llena el estómago. Junto con la comida nos ponían una botella de agua bastante grande, que nos acabábamos rápidamente.
Comimos con rapidez y bebimos con avidez toda la botella entre todos los que quedábamos. A Lucy le rugió el estómago, aún quedaba un cacho de pan, el cual no dudé en dárselo a la menor. Todos teníamos hambre aún, pero podíamos aguantar.
Tras la comida, todos nos fuimos quedando dormidos. Yo fui el último en dormirme.
     Cinco horas después, lo que se nos hizo algo corto porque al fin dormíamos ese día, llegaron otra vez.
Un golpe fuerte se oyó al otro lado de la puerta. Y un grito en forma de orden, que no llegué a entender claramente. Segundos después, la puerta se abrió de golpe.
Todos los que aún no se habían despertado, se despertaron asustados. Todos teníamos los ojos como platos, temerosos, temblando. Nos abrazamos juntos y fuerte.
Al otro lado de la puerta, apareció el hombre de negro con dos armas: en una mano llevaba su preciosa y preciada daga con empuñadura de madera, en la otra mano tenía una reluciente y larga aguja. Detrás de él había un hombre-guardia con un maletín negro en brazos.
Entraron en la sala cinco hombres en total, los dos que ya os he nombrado y otros tres detrás de ellos, como guardaespaldas. Se acercaron. El hombre de negro nos escrutó con la mirada, eligiendo quién sería el siguiente en morir.
El desafortunado fue Sean, quien estaba abrazado a Ibai.
Cuando el hombre de negro le señaló, se pegaron el uno al otro aún más. Los hombres se aproximaron para llevarlo. Y antes de que lo cogiesen, Ibai depositó un suave y tierno en los labios de su novio. El mayor agarró aún más fuerte al otro, y por ello se llevó una patada en el estómago. Vi cómo el hombre de negro se bajaba la mascarilla para sonreír malvadamente.
Agarraron a Sean y lo llevaron al centro de la sala. Ibai lloraba más que nadie, Sean repetía su nombre mientras le decía que no llorase, en vano.
Los hombres ataron los pies de Sean y sus manos a su espalda. Le pusieron de rodillas y le agarraron el pelo, tirando de él hacia atrás. El chico tuvo que echar la cabeza hacia atrás por inercia, e hizo una mueca de dolor.
El hombre de negro se puso a su lado y cogió la daga con su mano diestra, dejando la aguja en el maletín que el guardia había traído con él.
La daga estaba peligrosamente cerca del cuello de Sean, lo que nos hizo temernos lo peor, porque ya habíamos pasado por eso antes.
El hombre estaba a la izquierda del chico. Pasó el cuchillo por todo el cuello de Sean; mientras, las lágrimas del chico salían de sus ojos sin descanso. Ibai era una masa de mocos, lágrimas y gritos, el pobre probablemente sufrió más que el resto.
El hombre de negro pasó la daga por los brazos del chico, y empezó a hacer presión cuando estaba en la parte del tríceps. Un hilo brillante de sangre roja escurrió por el brazo de Sean hacia sus muñecas atadas. Rompió la camiseta del chico y miró el pecho de este; presionó la daga sobre el pectoral izquierdo de Sean, haciéndole sangrar y haciendo gritar a su víctima. El corte era horizontal, atravesando de lado a lado el pecho izquierdo de Sean. La sangre corría constante, manchando el pecho, los abdominales y la camiseta de nuestro amigo.
Todos llorábamos y nos tapábamos los oídos para no oír. Alguno tenía los ojos tapados o cerrados para no ver nada. Ibai no podía apartar la mirada del centro de la sala, estaba en shock, no hacía nada más que llorar, su cuerpo no se movía y de su boca ya no salía sonido alguno.
El hombre de negro pasó del pecho de Sean a su cuello. Empezó clavando lentamente la daga en el lado izquierdo del cuello, haciendo un pequeño corte sangrante en diagonal. Repitió lo mismo, pero haciendo el corte hacia abajo. Cuando terminó, el chico tenía una cruz grabada en el cuello. La sangre roja brillante no tardó en recorrer el cuello de Sean en finos hilos. Sean lloraba más que antes, y gritaba desesperadamente.
No podíamos aguantar más. Los gritos se oían claramente, aunque nos tapáramos las orejas con fuerza. Las lágrimas recorrían nuestros rostros. Mi vista era borrosa, pero no podía apartar los ojos del cuerpo tembloroso de mi amigo.
El de negro siguió unos minutos más con la daga. Pasándosela por la cara, haciéndole un corte diagonal en el pómulo. Luego, le hizo otro corte en el omoplato derecho, que hizo gritar al chico porque estaba cerca del hueso, y había poco músculo.
Las lágrimas trasparentes de Sean se mezclaban con la roja sangre del pómulo. Lágrimas y sangre recorrían su cara hacia la barbilla, cayendo finalmente al suelo, goteando.
Mientras, todos estábamos en una especie de shock; como las otras veces; sin poder hacer nada por nuestro amigo. Cuando el hombre de negro empezó a cortar y marcar con el cuchillo a Sean, Ibai volvió a gritar, no paraba de gritar el nombre de su novio.
Intentó levantarse para ir hacia él, pero recibió una patada en la boca del estómago por parte de uno de los guardias. Volvió a intentarlo, pero recibió otra patada, esta vez en la cara, que le hizo escupir sangre y quedarse tumbado en el suelo, llorando y sollozando. Me acerqué al chico arrastrándome a cuatro patas, en silencio y con cuidado de no alertar al hombre de negro. Cuando llegué a su lado, le cogí la cabeza con las dos manos y, con la manga de mi camiseta, le quité la sangre que resbalaba de su boca entreabierta y le sequé las lágrimas que salían de sus ojos, y que ya empezaban a entremezclarse con la sangre de la barbilla.
El hombre de negro apartó su daga, al fin. La limpió con un pañuelo de tela blanco, el cual tiró al suelo. Envainó su daga y se la guardó bajo la ropa completamente negra. Hizo un gesto al hombre-guardia del maletín, el cual se acercó con paso rápido, pero con gesto tranquilo. El hombre tras Sean que le agarraba el pelo apretó su agarre, haciendo quejarse al chico.
El de negro abrió el maletín cuidadosa y tranquilamente, sacando de allí la aguja que anteriormente había guardado. La sujetó suavemente con las dos manos, como si fuese un tesoro. Y vi cómo sus ojos se achinaban, signo de que estaba sonriendo malévolamente.
Se dio la vuelta para colocarse otra vez frente al lado izquierdo del cuello de su víctima. E Ibai se revolvió de mi agarre cuando vio cómo acercaban la aguja al cuello: intentaba otra vez levantarse. Los guardias se acercaron con intención de darle otro golpe, pero antes de que recibiese él el golpe, conseguí interponerme entre él y los guardias, recibiendo yo el impacto en la espalda. Noté cómo Ibai se encogió en mis brazos esperando el impacto; pero cuando abrió los ojos y me vio, estos se abrieron de par en par. Y me abrazó para alejarme de los hombres, mientras me pedía perdón en susurros. Aunque el golpe había dolido, yo me quedé impasible y quieto para no alarmar a los demás. Y en un susurro dije a los guardias que yo me encargaría de que no se moviese, me atreví a decir algo. Y luego, abracé a Ibai contra mi pecho, para que no intentase nada, ni siquiera mirar. Me di cuenta luego de que Lucy nos miraba, preocupada por su hermano; le hice un gesto para que se acercase; y cuando estuvo a nuestro lado, abrazó a Ibai por la espalda.
El hombre de negro había parado a unos milímetros del cuello de Sean, pero en cuanto nos dejamos de mover, volvió a su tarea.
Posó la punta de la aguja en el cuello del chico, y luego, poco a poco y muy lentamente, empezó a clavarla. Sean gritaba e intentaba mover la cabeza y zafarse del agarre. Cuando la aguja estuvo dentro, el hombre apretó la parte de atrás de la jeringuilla para que el líquido saliese y se metiese en el cuello y de ahí a las venas. Luego, sacó la aguja. Al principio no pasó nada. Todo normal, bien; pero algo pasaría, de eso estábamos seguros.
Dos minutos después, Sean se llevó la mano a la cabeza, como si estuviese mareado.
Otros tres minutos después, empezó a darle arcadas, y segundos después, comenzó a darle espasmos. De su boca salía baba y liquido espumoso blanco. Sean se movía con los espasmos, cada vez peores. Hasta que cinco minutos más tarde, dejó de moverse; y su cuerpo inerte acabó cayendo hacia un lado.
Nosotros llorábamos mientras los guardias apartaban el cadáver a patadas. Y el hombre de negro guardaba la aguja en el maletín, limpiándose las manos con un pañuelo negro que luego se guardó.
Salieron de la sala, la puerta se cerró con un ruido sordo. Nos quedamos en silencio unos segundos. Luego, se oyó el llanto desconsolado de Ibai, quien empezó a gritar el nombre de Sean poco después. Horas más tarde, había un silencio inquebrantable en la sala, todos estaban dormidos ya.

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Siento haceros sufrir, como a mis personajes y a mi mismo cuando lo escribí...
Y siento haber tardado tanto en actualizar, pero estaba con exámenes y trabajos y esas cosas de clase....

Espero que os haya gustado
Un saludo
~Mark~

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