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-El baño del spa está por ahí y, si prefiere una ducha, encontrará que tiene múltiples chorros ajustables y un banco construido en la pared.

Un banco.

Namjoon cerró los ojos brevemente y se abstuvo de hacer el comentario que se había convertido en su respuesta habitual cuando alguien daba por hecho que estaba enfermo. Que necesitaría sentarse en la ducha.

Se recordó a sí mismo que Jimin sólo estaba exaltando las características de su establecimiento. No era una de las múltiples ex parejas que se habían presentado en su casa para «cuidarlo» nada más salir del hospital; y vender su historia al tabloide
que mejor lo pagase.

Finalmente había buscado refugio en el castillo donde su familia había vivido durante trescientos años. Había sido bien recibido por su abuelo y su hermano mayor, y cuidado por la esposa de su hermano, pero incluso allí la preocupación de su familia y de sus criados se había vuelto asfixiante.

Era un superviviente, maldita sea. Durante todas esas horas que había pasado atrapado entre los amasijos de su coche, había luchado contra la oscuridad de la inconsciencia con ese pensamiento. No importaba lo mucho que le doliese, sabía que sobreviviría; tenía que hacerlo. No había pactos con el diablo para él. En vez de eso, la experiencia le había dado una nueva perspectiva de las cosas. La certeza de que la vida era en efecto algo preciado que no había que dar por hecho; que no había que malgastar el tiempo, porque nadie sabía cuánto quedaba. En la profundidad oscura de aquella noche, también se había dado cuenta de la importancia de su familia, y de que las promesas hechas a la familia habían de cumplirse. Su vida como la conocía había terminado en aquel instante. No volvería a dar por hecho su estilo de vida despreocupado y privilegiado.

Abrió los ojos y contempló la enorme ventana que daba a los jardines del complejo, donde podía verse el sendero que conducía a la orilla del lago. Una nube alargada y gris serpenteaba por entre las montanas que bordeaban Whakatiou. Una mancha en una escena perfecta. El ejemplo perfecto de su vida.

Manchada. Defectuosa.

El resentimiento, su amigo constante desde que los medicos le dijeran que, incluso con la mejor microcirugía disponible, las lesiones le habían dejado estéril, le dejaba un sabor amargo en la boca.

Apartó la vista del paisaje, del recuerdo de que, a pesar de las apariencias, ya no era como los demás nombres. Que no podría darle un heredero a su familia y que, por tanto, no podría romper de una vez por todas la maldición de la vieja institutriz.

El mito había obsesionado a su familia durante años, pero ni Namjoon ni sus hermanos se lo habían tomado en serio; hasta que su abuelo había caído enfermo. Si el abuelo creía que esa vieja maldición exigía que los tres hermanos se casasen y tuviesen hijos, entonces eso sería lo que harían. O al menos eso era lo que los otros habían hecho.

Su hermano mayor, Namseok, estaba felizmente casado y sin duda anunciaría en breve la llegada de un heredero. Incluso Yerim, la hermana menor, estaba felizmente comprometida y adoraba a su futuro esposo. Su abuelo, la razón por la que había hecho aquel pacto y sus dos hermanos se habían apresurado a tener relaciones para calmar los miedos del anciano, estaba empezando a relajarse.

Sin embargo, no se habían relajado lo suficiente. Las palabras que llevan había dicho a Namjoon antes de abandonar Corea aún resonaban en su cabeza.

«Ahora depende de ti, Namjoon. Eres el último. Sin ti, la maldición no se romperá y la familia Kim dejará de existir».

«Gracias por no meter presión, abuelo», pensó Namjoon mientras Jimin le mostraba cómo funcionaban los aparatos tecnológicos de la habitación. Aunque él no creía en la maldición. ¿Qué importancia tenían en el mundo moderno unas palabras lanzadas por la amante despechada de su antepasado?

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