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Jimin apretó a Yeojin con tanta fuerza contra su cuerpo que el niño se retorció a modo de protesta. Sintió una punzada de remordimiento, pero en aquel momento, con la cámara del fotógrafo delante de la cara, estaba decidido a proteger la privacidad de su hijo y a evitar que tomaran otra instantánea de su rostro. Sólo esperaba que no lo hubiesen hecho ya.

Para su tranquilidad, un taxi se detuvo frente a él para dejar bajar a un par de turistas extranjeros. Atravesó corriendo la carretera y se subió al vehículo junto con su hijo.

- Lo siento, joven - dijo el conductor-, pero mis pasajeros actuales me pagan para que los espere aquí.

- Por favor, necesito escapar de esa gente. Le pagaré el doble de la tarifa por llevarme de vuelta al muelle de la ciudad. ¡El triple! Pero por favor, sáqueme de aquí.

- Un minuto entonces - dijo el hombre, y se bajó del coche.

Jimin observó cómo el conductor corría hacia la pareja de turistas y, con gestos, indicaba que volvería en media hora. Cuando éstos asintieron, Jimin suspiró aliviado.

Junto a él, Yeojin yacía boca abajo en el asiento del coche, llorando sin parar. Jimin se quitó el abrigo, lo cubrió con él y comenzó a acariciarle los hombros por encima de la tela. El conductor regresó al taxi y se sentó al volante. De camino al centro de la ciudad, Jimin miraba por la ventanilla el coche rojo que los seguía a cada kilómetro. Por segunda vez en su vida, se arrepintió de vivir en una ciudad relativamente pequeña. No había escapatoria. Nada que les impidiera tomar otro taxi acuático y seguirlo hasta el Complejo Park si decidían hacerlo.

Yeojin se había calmado por fin, advirtió aliviado, pero aunque ya no lloraba, parecía confuso y asustado. No se merecía todo aquello. Ni una pizca. Él era inocente. Un escalofrío recorrió su espalda. Sabía cómo eran los medios de comunicación. Incansables cuando iban detrás de una buena historia. La idea de que arrastraran a su pequeño a ese mundo de sordidez lo llenaba de miedo y de ira.

Cuando salían de Frankton, Jimin advirtió que el coche rojo aminoraba la velocidad y aparcaba a un lado de la carretera. Vio a la reportera con el móvil pegado a la oreja, haciendo gestos con la otra mano mientras hablaba. En el asiento del copiloto iba el fotógrafo, que apuntaba con su cámara al rubio. Él giró la cabeza, aliviado al comprobar que parecían haberse dado por vencido.

Quince minutos más tarde, el taxi se detuvo en el muelle de Queenstown. Estaba temblando. Buscó en su bolso y sacó el dinero que llevaba allí.

Tomó a Yeojin en brazos y agarró la bolsa con su regalo. Al hacerlo, oyó que el móvil del conductor comenzaba a sonar.

Lo agarró y descolgó, mirándolo fijamente mientras ella salía del coche. Otro escalofrío recorrió su espalda al verlo poner fin a la llamada y marcar otros números en el teléfono, que luego apuntó directamente hacia Yeojin y él. Antes de poder apartarse, oyó el sonido delator de la cámara sacando una foto. Parecía que hasta su caballero de armadura plateada tenía un precio.

La reportera debía de haber llamado a la compañía de taxis y se habría puesto en contacto con el conductor, imaginó mientras corría hacia el muelle. Se preguntó cuánto dinero habría pedido a cambio de vender su intimidad.

- Vamos, Jin, subamos al barco y volvamos a casa -le dijo a su hijo.

- ¿Y la comida? - preguntó Yeojin.

- Lo siento, cariño. Tenemos que volver a casa.

El juego de construcciones golpeaba contra su pierna mientras corría hacia el muelle. Sólo esperaba poder convencer al capitán del barco para que se saltara su horario y partiese hacia el Complejo Park en ese mismo instante en vez de tener que esperar a que se llenara de pasajeros.

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