Capítulo 2: La intrusa

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Hades


 Puedo ver el reflejo del color rojo a través del cristal  del casco que está cubriendo mis ojos. A pesar de eso, giro la muñeca derecha con decisión, apretando el manillar y aumentando la velocidad de la moto. No me inmuto mientras los edificios de Los Ángeles van quedando atrás a mi paso.

 Acelero un poco más al ver la hora: quedan poco más de 30 minutos para que amanezca y para que las calles de la ciudad empiecen a llenarse de gente yendo apresuradamente de un lugar a otro. El silencioso y absoluto vacío que me rodea me impulsa a hacer caso omiso de los semáforos y las señales de tráfico que voy encontrando.

 En el pequeño panel frente a mí se puede ver el 120 que pronto me encargo de borrar, para que aparezca un maravilloso 140; permitiéndome sentir el viento chocando con fuerza contra mi cuerpo y la adrenalina recorriendo mis venas.

 Tomo la segunda salida a la izquierda tras dejar la avenida a mis espaldas y me permito derrapar a lo largo de la calle hasta frenar en el centro de la plaza que me ha indicado Mason.

 Bajo de la moto y me quito el casco rápidamente, dejando al aire mi pelo azabache, ahora desordenado por el propio casco. No hago caso al par de mechones que caen sobre mis ojos y me centro en lo que he venido a hacer. Me coloco bien el cinturón que forma parte del traje de misiones, el cual llevo sobre mi hombro y por debajo del otro brazo como si fuera una bandolera; de donde cojo la linterna. Mi traje completamente negro se funde con el ambiente que inunda la callejuela por la que empiezo a descender.

 Me detengo frente a un local cerrado a cal y canto en el que parece que no ha entrado nadie en un período de tiempo considerable. Un gran portalón de dos hojas se extiende frente a mí, bajo varias tablas de madera clavadas con fuerza en varias direcciones sobre la puerta.

 La miro con fijeza. Apenas tengo que concentrarme: muevo dos de mis dedos y los tablones están en el suelo. Al segundo, escucho el sonido de los clavos cayendo. Con un gesto de mi mano en el aire, el portalón se desploma hacia dentro y el profundo golpe que provoca su impacto contra el suelo rompe el silencio de la calle. Piso el metal de la puerta, ahora a mis pies, antes de entrar en el local.

 Es bajo, tanto que rozo el techo con la parte superior de mi cabeza; y tan oscuro que me podría camuflar perfectamente. Analizo todo a mi paso, cada rincón; a pesar de que la sala está vacía. Vacía... excepto por una esquina. Allí encuentro una mesa de escritorio, una estantería sorprendentemente estrecha y un amplio corcho colgado en la pared.

 Miro el reloj: 15 minutos para el amanecer.

 Vacío lo cajones apresurado, pero en movimientos controlados, mientras recojo los papeles de la estantería y del corcho con un movimiento de mano. Mantengo la mente fría a pesar de que soy consciente de cada segundo pasando mientras inspecciono estos muebles. Palpo el fondo del cajón, asegurándome de que no tiene ningún compartimento escondido. Meto todos los archivos en la mochila y salgo del local, apresurado. Compruebo que todavía tengo un margen de 10 minutos, necesarios para llegar a El otro lado.

 Me monto de nuevo en mi moto y aumento esos 140 kilómetros por hora de antes para tratar de llegar antes de que salga el sol. Faltan unos pocos minutos para que amanezca, por lo que el cielo empieza a teñirse de tonos amarillos y naranjas. Al ver ese color mi mente viaja hasta el cabello de la chica nueva que llegó ayer a nuestro lado de la ciudad. Supongo que me acostumbraré a verla, pues tengo entendido que se mudará pronto.

 Recuerdo las súplicas y los pucheros de Aria y Moon cuando me pidieron que hablara con Mason para que permitiese que la nueva y otra chica más se quedaran con nosotros. Mi hermana y su mejor amiga insistieron, alegando que Mason siempre ha tenido debilidad por mí y que las ayudase. Soy consciente de que, a pesar de querernos por igual a Aria y a mí; yo siempre he tenido una afinidad especial con nuestro tío.

Tu futuro en mis ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora