Capitulo 3: Jedi Gris.

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Dos semanas más tarde, John y Jaina estaban sentados solos en la mesa de reuniones, encarándose, pero con los ojos, los de ella oscuros y los de él azules, fijos en la mesa. Él, por primera vez en años, como quien experimenta un enorme cambio en su vida, pensaba en el porvenir. Ella, por su lado en la guerra.
El hombre levantó su vista, helada y estoica, hacia su ex compañera y actual jefa, quien esperaba noticias de Sergei Khel, otro Jedi Sombra, que había salido junto a un escuadrón de milicia hacia el planeta Naboo, en cacería de unos Sith que habían sido vistos allí por los gungans locales. Sergei (quien era el único Sombra que no había podido asistir a la graduación de John), a diferencia a los demás Sombra, era a quien había que esperar teniendo en cuenta la posibilidad de que trajera prisioneros. Horas y horas de meditación habían hecho que su vínculo con la Fuerza fuera tal, que ésta le permitía vislumbrar el futuro, por un breve momento, a corto y largo plazo.
—Naboo... —pensó John—. Suertudo hijo de perra, es un lugar precioso.
Luego John se preguntó si, al igual que él, su mente estaba con el compañero de ambos, o con lo que le pescó haciendo en las afueras del templo.
Tras una ida a un espectáculo similar al que verían Sheev Palpatine y Anakin Skywalker varios meses después, John había llevado a Elayna al Templo Sombra a petición suya, donde le mostró los alrededores, y lo más impresionante que tan desolado paraje tenía por ofrecer. La entrada, por ejemplo.
Frente al enorme mastodóntico edificio negro, se erguían sobre enormes bloques de concreto, con sus nombres, fechas de nacimiento y defunción así como una breve biografía, los ocho líderes previos de la Orden hechos ciclópeas estatuas de bronce, con sus capuchas puestas, y sus sables desenfundados apuntando hacia arriba, como habían hecho los compañeros de John en su graduación.
El asunto es que además de ser una chica encantadora, Elayna sentía una fascinación con la Fuerza, los Jedi y su cultura, cosa que John no había visto de manera muy frecuente antes en alguien que no fuese sensible ante esta energía universal. Ni corto ni perezoso, el Sombra le concedió el sueño de esgrimir una espada de luz, llevándola a la zona de entrenamiento, donde le prestó el suyo, la instruyó en unos movimientos y ataques básicos, permitiéndole hacer pedazos unos cuantos maniquíes de entrenamiento. No era ni de cerca la primera vez que John metía a una chica a escondidas a su hogar, pero sí la primera a la que se molestaba en mostrarle los alrededores, y por sobre todo, usar su sable negro, lo que Elayna le recompensó con un largo beso en los labios, y pidiéndole que la llevara a sus aposentos.
—Estoy lista —le había dicho al oído.
Los demás Jedi Sombra sabían bien de sus amoríos, mas ninguno lo había confrontado al respecto, ni presenciado con sus propios ojos hasta esa noche.
—Me divertí mucho —le dijo Elayna con una sonrisita desde dentro del taxi mientras John se apoyaba en el techo del mismo, inclinado con una media sonrisa en su rostro mientras la miraba a los ojos, esos ojos bellos, profundos como túneles, e incluso tiernos—. ¿Volveré a verte?
—Tanto o tan poco como quieras. Quizás así consiga que me hagas uno de esos famosos sándwiches que mencionaste —había respondido el Jedi con una sonrisa—. Avísame cuando llegas a casa, que es tarde.
—Lo haré —prometió ella con una sonrisa tímida mientras sus pálidas mejillas adquirían cierto color y sus grandes y bellos ojos oscuros de apartaban nerviosamente de los del Jedi—. Nos vemos. Y... Gracias de nuevo. Ha sido la mejor cita de mi vida hasta ahora.
—Cuídate —dicho esto, el Jedi se apartó del vehículo, que empezó a avanzar mientras Elayna le dirigía un último gesto de despedida con la mano, que él le devolvió cálidamente, antes de perderse de vista.
John sabía que había alguien detrás suyo, la había sentido llegar hace varios segundos, pero no le había hecho saber que él sabía que ya estaba allí. Una parte de él, aquella zona inmadura de la mente de las personas que no cesa de existir jamás, deseó  que fuera Rhyssa. Quizás así, según creía, conseguiría removerla de su cabeza. Si lo veía con otra chica...
Jaina, gemela a ojos de alguien de nuestro mundo a Lupita Nyong'o, le dedicó una mirada pétrea, como si fuera una más de las estatuas doradas como la hoja de su sable que, en esos momentos, se encontraban a sus lados, como escoltándola. Esto le hizo recordar a John lo que pensaba de ella su antiguo maestro.
No supo leerla.
¿Era decepción lo que sus bellos ojos le mostraban? ¿Indiferencia? ¿Qué, exactamente? Fuera lo que fuera, John jamás lo supo.
—¿Qué? —inquirió el Sombra con frialdad mientras se encogía de hombros.
Jaina se limitó a dar media vuelta e irse. Poco después, al oír que Sergei Khel se dirigía de vuelta al templo, se habían sentado juntos, pero sin intercambiar una sola palabra. Vio venir la pregunta que se hacía siempre que Sergei retornaba de alguna misión: ¿Traería algún prisionero?
El Sombra devolvió su vista a la mesa, permaneciendo tan silencioso como las sombras que lo rodeaban. Llevaban alrededor de media hora esperando en silencio cuando la puerta de la sala se abrió.
Ambos Sombra se pusieron de pie al unísono mientras las luces se encendían, por lo que ambos tuvieron que cubrirse los ojos. Ninguno pudo creer quiénes estaban cruzando la puerta. El mismo Concejo Jedi estaba allí, junto a Sergei, y a un hombre esposado.
John se descubrió pensando que eso no le gustaba nada.
—¿Qué sucede? —quiso saber Jaina.
El hombre encadenado, un Sith asumió John, tenía los ojos de un azul grisáceo muy claro, al punto de parecer plateados. Su cabello era negro con mechones pelirrojos, y le caía húmedo sobre la cara y hombros. Sudaba como si hubiera estado corriendo, tenía algunos moretones en la cara, respiraba con ligera dificultad y miraba de reojo (y con cierto terror no mal justificado), a Sergei, quien sujetaba firmemente sus cadenas cual persona que saca a pasear a un perro grande y agresivo.
—Así que ahora tenemos un prisionero —dijo John, casi sintiéndose estúpido por la obviedad de sus palabras.
—A un prisionero rendido —aclaró Mace Windu—. Está bajo la protección del Concejo Jedi.
—Entonces, ¿qué hace aquí? Como sabrán, no tenemos una división de juicios.
—Ya fue juzgado —dijo Plo Koon—. El Canciller Palpatine apeló la sentencia de prisión.
—Reitero: Entonces, ¿qué hace aquí?
—La penitencia de este Sith será redimirse, exterminando a los suyos —dijo Shaak Ti, para luego enfocar sus ojos en John—. Será tu padawan.
Sergei, un hombre moreno, alto y de cabello negro y rizado, se apresuró a intervenir.
—No es una amenaza. Y de serlo, la Fuerza no me lo reveló. Lo que sí me dijo, era que podíamos rehabilitarlo.
—¿Por qué debe ser él? —intervino Jaina, tanto por el bien de John como por el de su prisionero—. O sea, no dido de sus capacidades, pero Gahyic, Cain y Rhyssa también son Maestros Jedi. El General Strider acaba de graduarse, no está en capacidad de tener un padawan. Y menos uno que haya sido un Sith.
—El Concejo ha hablado ya, Maestra Lira. John Strider será quien lo rehabilite —dijo Ki-Adi-Mundi—. Fue la condición que le fue impuesta por el mismísimo Canciller al prisionero.
—El Canciller... —pensó John, intentando no poner los ojos en blanco—. Eso es una gran señal.
—Maestra Lira —intervino Yoda—. El Concejo más poder que los Sombras tiene. Y la orden también del Canciller Palpatine viene también. Él mismo ordenó que John Strider a éste Sith rehabilitara.
—Recuerden que no son más que una subdivisión nuestra. La autoridad seguimos siendo nosotros —le recordó Windu—. No les decimos que sigan nuestros ideales, simplemente acaten nuestras órdenes. Ya saben qué ha de suceder si no. Y John.
El hombre calvo y de piel oscura se volteó severo hacia el hombre de los ojos cerúleos.
—Entrena y rehabilita a éste Sith. Y si lo matas... —se acercó hasta una incómoda distancia—. Yo mismo me encargaré de ti. ¿Entendido?
John le sostuvo la mirada mientras sudor frío le bajaba por la espalda.
—Sí, señor. Pero si ha de entrenar aquí, será con el brutal entrenamiento por el que no accedemos a aceptar nuevos aprendices.
—Mientras siga con vida y sano en todos los sentidos, por el Concejo estará bien.
—Perfecto.
—Bien. Que la Fuerza te acompañe.
—Igualmente, maestro —contestó John, e hizo una reverencia. El Concejo Jedi se retiró, dejando solos a Jaina, John, Sergei y el Sith.
John se acercó al prisionero, y lo examinó con la misma mirada que tendría el jefe de una manada de lobos sobre un forastero que quiere unírseles. El Sith tragó saliva. Su rostro, pálido como la sal, perdió el poco color que le quedaba, con sus ojos siguiendo a John a todas partes, y torrenciales de sudor helado empapándole el cuerpo.
Este Sith, Erdhampor Kalyvorn, había sido criado por su maestro Sith, un fanático del legendario Darth Revan, quien había muerto asesinado por los Sombra diez años atrás. Erdhampor, sin embargo, en lugar de sentir odio, sentía pavor, ya que para él no había Sith más poderoso que su maestro, y que muriera así de fácil a sus manos... Su miedo era grande, aunque no tanto como para preferir la prisión a ser rehabilitado como uno de ellos.
—¿Cuántos Jedi has matado? —preguntó John, matando el silencio.
—Cinco —dijo, temiendo ser golpeado. John se limitó a mirarlo con frialdad.
—¿Y a cuántos Sith?
—Dos.
—¿Por qué?
—Ambos fueron en defensa propia. Al igual que con los Jedi. No mato por placer.
—Eso explica por qué lo atraparon con tanta facilidad —pensó John—. A pesar de ser un Sith, se basa en sus conocimientos para el combate y no en las emociones que fortalecen tu vínculo con el Lado Oscuro... Interesante.
—Bien —se limitó a decir el Sombra.
Jaina se puso en medio de John y Erdhampor, como temiendo que su compañero fuera a reducirlo a un montón de carne humeante.
—Sergei. Desencadénalo y llévalo a una de las habitaciones y dale ropa nueva. John, tú vendrás conmigo. Tenemos que hablar.
Sergei se llevó desencadenó al Sith sin decir nada. Éste último se frotó las muñecas y miró intimidado al Sombra que lo había capturado.
—Por aquí, por favor —dijo Sergei mientras extendía su brazo hacia uno de los lúgubres pasillos del templo.
Erdhampor dudaba, pero no se arriesgó a resistirse, por lo que caminó hacia el pasillo con Sergei detrás. Apenas estuvieron solos, Jaina miró a John directo a los ojos.
—Prométeme que no lo matarás —le dijo con severidad.
—¿Perdón? —preguntó John, quien se había perdido en sus propios pensamientos relativos a la forma de su nuevo padawan de emplear el Lado Oscuro sin recurrir a las emociones.
—Que no lo matarás. Necesito que me lo prometas.
—¿Por qué lo primero que piensan todos es que mataré a la primera persona que se me ponga en frente?
Sith, no persona. Y además, te conozco. Prométemelo.
—Si es lo que se requiere para que confíes un poco en mí, está bien. Lo prometo. Pero espero que sea consciente de que este entrenamiento no se le tratará con delicadeza en el entrenamiento.
—Ninguno de nosotros lo fue. Entrénalo, pero no lo dañes. Porque si se suicida, si muere por una herida recibida en el entrenamiento, o incluso si es alcanzado por un rayo, supondré que éste fue conjurado por tu mano. Y si eso sucede, también me culparán a mí, y te las tendrás que ver conmigo y el Maestro Windu. Eres mi amigo, John, y te quiero. Realmente lamentaría tener que deshacerme de ti.
—¿Con el sable?
—De cualquier manera.

Star Wars: La cacería de los Sith.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora