Capítulo 4: El camino al Lado Oscuro.

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John permaneció en absoluto silencio mientras estaba en la nave del Maestro Yoda, la cual era piloteada por un droide. El Sombra no pudo evitar sorprenderse de que no fuera un clon.
—Explicarte debes —dijo Yoda—. ¿Qué sucedió allá abajo?
—Inicié un conflicto con la Maestra Kotari —el Sombra no pudo evitar sentirse como un niño regañado.
Ni siquiera se atrevía a mirar a Yoda a los ojos. En lugar de eso, miraba a un lado, hacia la ciudad. ¿Estaría Elayna disponible más tarde? De hacerlo, tal vez le pediría formalizar las cosas.
—¿Y por qué? —inquirió el Jedi anciano.
—Porque no estábamos de acuerdo, y la ataqué verbalmente en consecuencia. No estuvo bien de mi parte. Alguien podría haber salido herido.
—Disculparte con ella debes.
—Lo haré, en cuanto vuelva a verla
—Mucha ira y conflictos en tu interior presiento. El miedo es el camino al Lado Oscuro. Pero ¿sabes qué fue lo que te hizo enojar?
—¿Que quise deshacerme de Erdhampor cuanto antes?
—También. Tu deber es traerlo al Lado Luminoso, enseñarle a usar la Fuerza para el bien. Y lo que te dijo la Maestra Kotari no es ninguna mentira. Tu lujuria, vicios e irreverencia a las reglas conocidas nos son.
John se quedó pensativo, y reunió el coraje para mirarlo a los ojos. Yoda siempre tenía razón. John respiró hondo, mantuvo la respiración ocho segundos, la soltó, volvió a abrir sus ojos cerúleos y miró de nuevo al Maestro Yoda a los ojos.
—Tiene razón, Maestro —se disculpó John—. Soy demasiado impulsivo, egoísta, auto destructivo y lujurioso. Me valgo de mi estatus de Jedi para conseguir amantes, a pesar de que se supone que tengo voto de castidad. No merezco ser uno de ustedes.
—Eso yo no dije, John. A lo que me refiero es que con tu padawan el Entrenamiento Avanzado comenzar debes.
John hizo una pausa.
—Sí, Maestro.
—Mucho tiempo estar allí deberán. Tu padawan dos sables maneja, por lo que el doble de tiempo tardar deben.
Silencio.
—¿Memorizaste las palabras que el Maestro Jedi repetir debe?
—Así es, Maestro. Desde que fabriqué el mío.
—Dímelas.
—"El cristal es el corazón de la espada. El corazón es el cristal del Jedi. El Jedi es el cristal de la Fuerza. Todos están conectados. El cristal, la espada, el Jedi. Son uno."
Yoda miró a John con atención.
—Impresionado estoy, John. Un gran Maestro Jedi serás.
John no terminaba de creérselo. No porque dudara de las palabras de uno de los seres que más admiraba en la galaxia, sino porque no se creía verdaderamente capaz se alcanzar algo más allá de lo mínimamente aceptable. A veces se preguntaba si Elayna de verdad veía algo en él, o era como muchas de las otras amantes que había tenido, que sólo lo buscaba por su uniforme.
—Gracias.
—Tu desprecio por los Sith comprensible es. Mucho te han quitado, y el dolor al hedonismo te lleva. Lo usas para apartar la tristeza y la soledad, pero por más que bebas, por más mujeres con las que consigas acostarte, por más deathsticks que consumas, nada de eso se irá. Tus demonios al otro lado esperándote seguirán. Todos los Jedi a seres queridos hemos perdido. Pero una vez que alguien que amas a la Fuerza se une, triste no debes estar, sino alegre, pues ahora son parte de ti y todo lo que te rodea. Erdhampor a ninguno de tus compañeros caídos o familiares ha matado. Arrepentido de su vida en el Lado Oscuro está, pero parte de él ahora forma. El sable de luz color morado le pertenece, ya que de las sombras ha salido para unirse a la luz.
—Entonces...
—Dos sables morados a tu padawan llevar a construir debes, John.
—Como lo ordene, Maestro. ¿Y cuándo debo llevarlo?
—De inmediato.
—Supongo que mi cita con Elayna tendrá que esperar —pensó John, mientras regresaba sus ojos hacia la ciudad.

///

John y Erdhampor se hallaban en medio del desierto de Tatooine, frente a una cueva de cristales kyber cuyo conocimiento era exclusivo para los Jedi. El contenido de la cueva: cristales kyber morados. Erdhampor llevaba en las manos los mangos negros de sus futuros sables láser. Tenían forma de tonfas, similares a los que utilizaría Maris Brood muchos años después. El usar ambas, implicaba que el estilo de combate de Erdhampor era el Jar'Kai.
Ya era el una semana desde el desafortunado incidente entre John y Rhyssa, quienes no habían vuelto a saber del otro, debido a que el Maestro Yoda había escoltado a John (quien se encargó de hacerle saber a Elayna que no estaría disponible por un tiempo mediante una extensa carta) y su padawan esa misma tarde a Tatooine, y finalmente, luego de tres días de caminata en absoluto silencio incómodo, habían llegado a la cueva. Allí parados, frente a la cueva cueva cuya entrada recordaba a la boca de un monstruo inmenso, Erdhampor recordó aquello que había estado rondándole la mente desde poco después de llegar al planeta.
Fue cuando llegaron a una cantina de Mos Eisley (la misma en la que muchos años después Obi Wan y Luke Skywalker conocerían a Han Solo y Chewbacca), donde buscarían un piloto para llevarlos a través del inmisericorde desierto. Efectivamente encontraron una piloto dispuesta a llevarlos, pero fueron emboscados por un grupo de Moradores de las Arenas que mataron a su guía. Con ésta muerta, y la nave hecha pedazos, maestro y padawan tuvieron que seguir a pie por el desierto tras acabar con los Moradores de las Arenas en una corta pero agotadora batalla. Habían quedado a tres días de viaje a pie de la cueva, y ahora, cansados y sudorosos, por fin habían llegado.
—¿En serio cree que estoy listo? —preguntó Erdhampor, mirando inseguro la cueva.
Aquella en la que había armado sus sables de Sith era igual de remota, pero el bosque que la rodeaba brillaba con luces fosforescentes de noche, por lo que no le resultó tan lúgubre. Ésta, en cambio, parecía la boca de uno de esos gigantescos gusanos asesinos que vivían en los desiertos de las novelas de Frank Herbert.
—Lo estás —respondió John—. Entremos antes de que muramos de insolación. Ningún Sombra ha muerto fuera del combate, y no pienso ser el primero.
Se adentraron hasta las profundidades de la cueva, a varios kilómetros del mortal desierto de Tatooine. El aire se había tornado frío, al punto de que ambos Jedi agradecieron haber traído sus túnicas, John la negra y Erdhampor la marrón. Acabaron por detenerse al cabo de 8 kilómetros bajo tierra, en donde el aire era gélido, y los cristales morados apenas iluminaban el lugar con su resplandor natural.
John halló un lugar plano en medio de los cristales, en donde tomó asiento, con las piernas cruzadas, las manos sujetándose de los dedos como si fuera a servir de apoyo para el pie de alguien. Una vez cómodo, respiró hondo, y se relajó.
—Para unir los sables al cristal; debes comenzar con uno a la vez —dijo mientras ponía las provisiones que habían traído más las que pudieron rescatar de la nave de la piloto a un lado—. Busca un cristal apropiado para que quepa en los mangos que diseñaste. Una vez que lo hayas encontrado; colócalo en la zona respectiva con la Fuerza, y si todo sale bien, pruébalo. Probablemente no lo logres a la primera, así que tómate tu tiempo para conseguir que los dos sables funcionen, ya que serán las armas que defenderán tu vida contra los Sith. Y trata de que no exploten, o deberemos volver a la civilización a construir otros dos mangos para volver aquí y repetir el proceso, suponiendo que la explosión no nos mate antes, claro —dijo John, recordando cuando Rahm Kota lo había llevado a armar su sable negro.
Erdhampor no estaba dispuesto a volver a construir los mangos (y mucho menos a morir de una forma tan patética), así que se propuso lograrlo. Obviamente no iba a lograr una espada perfecta al inicio, pero no iba a permitir que una o ambas explotaran... De serle posible, claro.
Mientras John repetía las palabras que le había recitado a Yoda, su padawan se dispuso a buscar el cristal apropiado para su sable derecho. Sí. Tenía uno específico para cada brazo, moldeado para encajar a la perfección con su mano. Con la Fuerza, Erdhampor desarmó el sable izquierdo, dejando a la vista el compartimiento en donde debía ir el cristal morado. Tras varios intentos fallidos, el Jedi Gris consiguió hacer que cada pieza del sable encajara perfectamente.

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