—Eso estuvo cerca —dijo Sidious en su nave.
El Conde Dooku de Serenno se hallaba con él, caminando a su lado, a años luz de Mustafar. Ambos Sith se abrían paso por uno de los ciclópeos pasillos de la Mano Invisible, la misma nave en la que Dooku perdería la vida no mucho después.
—Demasiado cerca —confirmó el conde—. Creo que se nos salió de las manos.
Sidious rió por lo bajo.
—No, mi fiel aprendiz. Quedan pocos Jedi Sombra en la galaxia. Y hoy, hemos eliminado a cuatro.
—¿Cuatro?
—La Montaña me informó que sus droides aniquilaron a uno que esgrimía un sable negro.
—Si eliminaron a Strider, prácticamente eliminaron a los Sombra.
—No. Al otro. Al alto de piel morena con el sable negro. Dejó malherido a Lord Glecane, pero por suerte sus droides le salvaron el pellejo y se deshicieron de esa basura Jedi, y Grievous reportó haber eliminado a la única mujer del grupo.
—Si John Strider no murió, tenga por seguro que vendrá a buscarnos. Lo conozco desde que Rahm Kota lo trajo de Felucia, cuando era no más que un niño, y puedo asegurarle que apenas se recupere, vendrá a cazarnos, sobre todo si asesinaron a la chica.
—Si viene, regresará a Coruscant en un ataúd.
—John Strider es más poderoso de lo que imagina, Maestro.
—Yo también. Y ahora contacta a Grievous. En Coruscant ya habrán notado mi ausencia. Si se enteran de que yo soy el Lord Sith, estaremos perdidos. Por lo tanto, tú y Grievous deben secuestrarme. Enviarán a Jedis a buscarme. Posiblemente al General Kenobi y al joven Skywalker.
—¿Y qué haremos cuando lleguen a la nave?
—Tú elimina a Kenobi. Necesito a Skywalker con vida. Juega con él, provócalo. Hazlo usar el Lado Oscuro.
—Y entonces se nos unirá —sonrió Darth Tyrannus—. ¿No es así, Maestro?
Sidious sonrió discretamente, pero con malicia.
—Sí —dijo, e hizo una pausa—. Se nos unirá.///
John se despertó en la enfermería del templo Jedi en Coruscant. Estaba tendido en una cama, cubierto por sábanas blancas y estaba vestido con un traje simple de seda blanca, prendas con que lo habían vestido los droides médicos tras pasar dos semanas sumergido en un tanque de bacta.
A los pies de su cama estaban el maestro Windu, el maestro Yoda, la maestra Shaak Ti, el Senador Organa, y la Senadora Amidala. John pasó el ojo por sus visitantes. Había perdido el que Grievous le había herido en Mustafar, sobre el que llevaba un parche de gaza.
—Espero que no me hayan desvestido ustedes. Esa es una visión que no esperaba que algún hombre tuviera... —dijo John, dirigiéndose al Senador y los Jedi con un bostezo. Luego procedió a saludar a las mujeres—. Maestra, Senadora.
—Sí. Bien ya está —dijo Yoda con una sonrisa.
—Casi nos mata del susto, Maestro Strider. Creímos que había muerto —dijo la Senadora Amidala.
John notó algo extraño en ella. Había cambiado su aura. Como si estuviera... No. Imposible. Debían de ser los efectos de los medicamentos y el coma. Era imposible que estuviera embarazada de Anakin Skywalker. ¿O no? Eran cercanos, efectivamente, pero no tanto... Por lo menos hasta donde él sabía. Y de serlo, no era quién para criticar a otros Jedi que violaban el código de castidad.
John no pudo evitar sorprenderse ante la evidente preocupación de la senadora y ex-reina de Naboo.
—En otras circunstancias, Senadora, la invitaría a ir por un trago. Pero debido a mi estado actual, me temo que tendré que limitarme a agradecerle por su preocupación.
Padme Amidala sonrió con distante cordialidad.
—No hay de qué. Soy de los pocos miembros del Senado que valora el trabajo que los Sombra hacen por la República y los sacrificios heroicos que ha hecho su gente por nuestra seguridad desde que conozco su existencia. Prácticamente soy la única que ha metido las manos al fuego por ustedes y gracias a mí, los Sombra seguirán operando mientras yo tenga influencia en el Senado. Hasta podría decir que soy admiradora suya.
—Qué buen gusto tiene —bromeó John, impedido de reír por el dolor que le causaban las costillas rotas. Tras unos segundos de silencio incómodo, carraspeó—. ¿Cómo consiguió aplacar al Concejo?
—Eso es asunto mío. Ahora necesita descansar, no escuchar una aburrida plática sobre política e influencias.
John suspiró con pesadez y observó a los alrededores. Sólo observó a Erdhampor a un par de camillas a la distancia. Tenía las heridas vendadas, pero se veía estable y tranquilo. Pero a nadie más. Parte suya había esperado que por lo menos, de alguna manera, Rhyssa y Cain siguieran con vida.
—¿Dónde están los demás? —preguntó John.
—Muertos. Por si no lo recuerda; el Maestro Maddocks fue decapitado y el Maestro Khel cosido a tiros. Hallamos al Maestro Menuk muerto a un par de kilómetros de la zona de conflicto, en el parqueo de una de las naves Sith. Tenía los brazos rebanados y la espalda llena de agujeros de bala. Y la Maestra Kotari... Lo sentimos —dijo la Maestra Shaak Ti—. Sabemos que eran cercanos.
John comenzó a incorporarse. Sintió sus músculos poniéndose tensos y temblando, y su costado empezó a arder intensamente.
—Eh, eh. Tranquilo, campeón. Estás a salvo aquí —dijo el Senador Organa deteniéndolo.
—No necesito estar a salvo —tosió un poco de sangre, ocasionada por una ligera laceración pulmonar, consecuencia de la ceniza que respiró cuando salió a salvar la vida de Erdhampor. Mientras se limpiaba con una servilleta, supo que mentía. Nunca se había sentido más vulnerable. Sin embargo, supo qué quería hacer con toda urgencia—. ¿Dónde está la rata cobarde de Grievous?
—No conocemos su paradero —respondió el Maestro Windu—. Si de algo puedes estar seguro, es que se está escondido como siempre lo hace. Y sufre. Sufre de una tos severa que le provocamos la Maestra Kotari y yo en Mustafar. Cada tos le hace maldecirnos a ambos, estoy seguro.
La imagen del Maestro Windu terminando de joderle permanentemente la respiración a Grievous tras la paliza que le dio Rhyssa regresó a la mente de John. Saber que Grievous no sólo estaba siendo cazado como la alimaña que era, sino que tampoco la estaba pasando muy bien de salud hizo sentir mejor al Sombra.
—Sin embargo —continuó el Jedi de tez oscura—, con Dooku muerto, el ejército separatista de droides ahora está todo en manos de Grievous. Lo que quiere decir que dondequiera que esté, está bien protegido.
—¿El Conde Dooku está muerto? —preguntó John, impactado.
El Maestro Jedi asintió y se hizo el silencio por ocho largos segundos.
—¿Cómo murió? —preguntó John.
—El joven Skywalker acabó con él en un duelo —respondió Windu—. Estuviste sumergido en el tanque de bacta mucho tiempo. El asunto es que el Canciller Palpatine fue secuestrado por Grievous y Dooku mientras nosotros estábamos en Mustafar —John se ahorró el comentario—. Mandamos al Maestro Kenobi y al joven Skywalker a rescatarlo. Allí se enfrentaron a Dooku, Skywalker lo mató y consiguieron traer a Palpatine luego de que Grievous escapara.
—Dooku y Grievous estaban en Mustafar —les recordó John—. Yo mismo los enfrenté a ambos. Entonces, ¿cómo pudieron secuestrar a Palpatine si estaban peleando contra mí y mis compañeros?
—Mandaron droides —respondió Shaak Ti.
—¿Unos droides consiguieron secuestrar al canciller? ¿Con toda la seguridad que tiene? O son los mejores droides que ha visto la galaxia o el sistema de seguridad del canciller no sólo es lamentable, sino risible.
—A Grievous ahora buscando estamos —intervino Yoda.
—¿Y qué hay de esa cosa, la Montaña? —preguntó John—. ¿También están cazando a ese sucio wookiee o ya lo mataron?
—Su paradero actualmente desconocemos, pero lo estamos buscando.
—¿La Montaña? No he oído de él —dijo la Senadora Amidala.
Iba vestida con un traje de color azul metálico, su cabello estaba acomodado en dos nudos a ambos costados de su cabeza y tenía una diadema plateada a juego con un collar del mismo color.
—Es un Sith cuya existencia desconocíamos hasta hace poco, Senadora —respondió el Maestro Windu—. Creíamos, hasta lo de Mustafar, que era un mito. Un rumor de los soldados.
—Permítanme ir a cazarlos. A él y a Grievous —dijo John—. Tomaré a Erdhampor, y si así lo desean, a otras treinta espadas Jedi para garantizar su derrota. Con un poco de suerte hasta convenzo a la Maestra Lira de ir.
Yoda pareció pensativo. El anciano se frotó la barbilla con curiosidad.
—Imposible eso es. El caso de Grievous apenas hallado sea al Maestro Kenobi asignado fue. Con respecto a la Montaña, a los Sombra ir tras él sí permitiremos. Lo conocen mejor que nosotros, entonces a ustedes asignado queda.
No había nada que John deseara más que cazar a Grievous y hacerlo sufrir por haber matado a Gahyic y a Rhyssa (sobre todo a Rhyssa), por el ojo que le hizo perder y por desfigurar la cara de su padawan. De encontrarlo, lo tomaría por la garganta, y lo haría pedazos, lentamente. Se tomaría todo el tiempo posible para torturarlo. Para hacerlo pagar.
—¿Cuándo son los funerales de mis compañeros? —preguntó John, dolido. No había visto a Jaina en mucho tiempo. Se preguntó qué estaría haciendo su única amiga restante de la infancia.
—Hace un tiempo —respondió Windu—. No podíamos esperar a que ustedes despertaran. La Maestra Lira le dio el visto bueno.
John supo que no tenía más opción que resignarse. Con un enorme dolor en su pecho, dio un suspiro enorme, y cerró su ojo con fuerza mientras se dejaba reposar sobre las esponjosas almohadas.
Parte de él, se dio cuenta, deseaba haber perecido en Mustafar.
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Star Wars: La cacería de los Sith.
FanficHace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana... La Guerra de los Clones ha empezado. La República y los Separatistas se han sumergido en una sangrienta guerra civil por el control de la galaxia. Estos años de sangriento conflicto han forzado al...