Sentados, uno frente al otro, exhibiendo cada centímetro de nuestra piel; sin ninguna tela de por medio, sin temores, ni vergüenza, mostrándonos tal cual somos.
Admiré tu cuerpo con descaro y una sonrisa ladina atravesó mis labios.“¿En qué piensas?” me preguntaste al descubrir mi mirada traviesa recorriéndote.
“¿En qué pienso?” Me pregunté a mí misma.
Quizás en la suavidad de tu pelo al enterrar mis manos cada que me besas, o quizás, al bajar un poco más, en el misterio que ocultan tus ojos, porque claro, es difícil saber qué piensas cuando prestas tu atención en algo. Pero aun con todo eso, me declaro víctima de tus ojos, tan comunes y a la vez tan endulzantes como el chocolate.Quizás en volverme una mendiga y refugiarme debajo del puente de tu nariz… justo ahí, en tus labios, donde podría vagar por horas, días... sin querer detener mi exploración en busca de saciar mi deseo por usted. De donde sale la más hermosa melodía que hace que cada célula de mi ser se active, desatando un caos de emociones al son de una sinfonía.
Quizás en, un poquito más abajo, ahí en el lugar donde sé que no podrás encontrar mi rostro por más que trates, ese lugar donde me puedo acurrucar y sentir menos peso. Donde cada que respiro siento tu piel erizarse y tu respiración alterada. Ese lugar que por las noches es mi favorito. Ese pequeño hueco que sirve de enlace entre las grandes maravillas de tu cuerpo.
Quizás esté pensando en que agradable y reconfortante es poder recostar mi cabeza en tu gran almohada y escuchar tu respiración al compás con la mía o como por momentos, al decir las palabras adecuadas, tu corazón da saltos de felicidad, al igual que el mío cuando siente las vibraciones de tu risa. Es como un abrigo para el frío; te cubre, te llena y, a la vez, te hace sentir bien.
Quizás en la forma en la que me seduces, en la que me sometes a tu antojo; a la fuerza, a lo ardiente de tus caricias, a tus perversiones desmedidas, que hacen que olvidemos el tiempo, nuestras vidas… al calor que transmites al tocarte, convirtiéndome en esclava de tu piel, al sentir tu cuerpo tan cerca del mío, que hacen que mis manos actúen por instinto, tocando cada poro de tu piel en busca de tus imperfecciones.
O quizás en que hace tiempo me declaré pirómana, de esas que les gusta jugar con fuego, porque tú eres la manzana de Adán, que con una mordida haces que toque el cielo mientras pecamos. Nadamos entre la locura y el deseo de descubrir lo inexplorado, entre el estar y no querer ser nadie, entre el amor y el desenfreno, entre la paz y la guerra…
Sonreí de lado recordando cada pensamiento. Tenía mucho por contar, pero me limite a algo simple…
“Pienso que eres de esos amores que dura solo un segundo.”
Emely R. Guzmán