No me toques, no me beses, no me abraces porque puedo enamorarme perdidamente de ti y hacerte inmortal en cada uno de mis versos.
No permitas que te escriba a las dos de la madruga diciendo que te has vuelto mi insomnio.
Ni quieras correr horas en mi cabeza, porque te vas a cansar antes que yo, pues llevo practicando desde que me diste una razón.
No me llames para que vaya a tomar un café contigo, porque soy tan extraña que terminaría por tirarlo a la mesa. Mejor caminemos sin ningún rumbo mientras hablamos de lo más absurdo.
No intentes traspasar el muro que cree a mi alrededor, no intentes si quiera descubrir porque contradigo todo lo que digo.
Debiste avisar que llegarías. De repente te tiras y abres la puerta de mi vida, sin tocar al timbre o a mis costillas. Si hubieras dicho que llegarías hubiera ordenado el desastre en mi corazón.
Que esta vez la revolución eres tú y esa manera de entrar sin miramientos en los cuerpos ajenos, como si te hubiesen dado un pase VIP a mis sentimientos.
¿Qué pasará con nosotros mañana? No lo sé. Tal vez terminemos por comernos, por vernos, por destruirnos o por descubrirnos, o tan si quiera para saber si el interruptor de la esperanza sigue activo…
Emely R. Guzmán